domingo, 10 de julio de 2016

¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 25





–Buen trabajo –Rico asintió para sí mientras observaba a Franklin Hicks llevar a un hombre esposado hasta una de las lanchas del muelle.


Nubes blancas recorrían el cielo azul y veleros blancos navegaban por el mar disfrutando del día.


–Nos lo ha puesto muy fácil –dijo Pedro con una mueca de desprecio. Paula estaba a su lado y cuando él le pasó un brazo por los hombros, notó que ella se tensaba ligeramente.


En los dos últimos días habían hecho el amor muchas veces y cada vez había sido más increíble que la anterior. No se había cansado de ella como de tantas mujeres antes. Al contrario, su deseo por ella había aumentado hasta convertirse en un nudo constante en la boca del estómago. 


Ni podía calmarlo ni podía ignorarlo. Parecía que ella sentía lo mismo. Era apasionada en el sexo, pero cuando terminaban había límites que ninguno de ellos podía o quería cruzar.


¿Cómo podía confiar en ella? ¿Y de qué serviría hacerlo? 


No eran una pareja. Solo estaban juntos temporalmente y, cuando llegara el momento, ambos regresarían a sus rincones opuestos del mundo y volverían a las vidas que conocían.


–¿Qué delató al ladrón? –preguntó Rico.


–Noté que no miraba las joyas, sino que estaba comprobando los ángulos de las cámaras y, cuando creía que no lo veían, sacaba fotos con el móvil –contestó Paula.


Rico frunció el ceño.


–¿Entonces fue por eso? –preguntó Rico.


–Por eso y porque llevaba un bolígrafo láser en el bolsillo de la chaqueta –contestó Pedro.


–¿Cómo lo sabes?


–Cuando Paula me habló de él, le vacié los bolsillos.


–¡Oh, por…! –exclamó Rico, irritado–. Juraste que no robarías nada.


–Robarle a un ladrón no cuenta –comentó Pedro.


Miró a su cuñado, que luchaba por controlarse, y casi sonrió cuando Rico murmuró:
–Muy bien. Explícame por qué te preocupaba un bolígrafo láser.


Pedro lo miró a los ojos.


–Es algo nuevo descubierto por los piratas informáticos. Puedes usar un bolígrafo láser para piratear un ordenador, captar las contraseñas más usadas y entrar fácilmente en el ordenador.


–No comprendo –admitió Rico.


Paula continuó la explicación.


–Si pirateaba tus cámaras de seguridad, podría entrar de noche en el salón sin ser visto. No habría una violación de seguridad porque tendría vuestras contraseñas.


Rico resopló con disgusto.


–¿Y las cajas fuertes? ¿Cómo iba a robarlas?


–Había un amplificador de seguridad en su habitación.


–¿Amplificador? –repitió Rico.


–Es una especie de estetoscopio de tecnología punta –explicó Pedro–. Auriculares conectados a un artilugio electrónico que amplifican los sonidos al colocarse en su sitio. Un ladrón de talento puede abrir cualquier caja de seguridad en muy poco tiempo con una herramienta así.


–La palabra clave es «talento» –comentó Paula.


–Sí –asintió Pedro–. El ladrón al que hemos pillado no era muy experto en su campo. Como lo demuestra que he podido vaciarle los bolsillos en una sala llena de gente y no se ha dado cuenta –movió la cabeza con disgusto–. Una lástima. Ya no quedan artistas.


Rico lo miró sorprendido, pero Paula soltó una risita y Pedro le sonrió.


–Hablando de ladrones con poco talento –preguntó Paula a Rico–. ¿Descubristeis cómo escapó Jean Luc?


–Sí. Franklin lo investigó. Las cámaras lo captaron en el jardín del hotel y Franklin enseñó su foto en el pueblo y en el muelle. Parece ser que pagó a uno de los pescadores para que lo llevara a St. Thomas. Le dijo que tenía que volver rápidamente a su casa por una emergencia.


–Y supongo que se mostró muy generoso –comentó Paula.


Rico suspiró.


–Mucho. Le dio al pescador el equivalente a varios meses de ingresos.


Pedro miró a Paula y vio la frustración en su rostro. El francés había encontrado el modo de esquivarlos. Pero, en cierto sentido, Pedro se alegraba. Así podría estar más tiempo con ella. No estaba preparado para terminar todavía aquella… relación. Ahora lo de temporal le resultaba de pronto demasiado… temporal.


–O sea que no tenemos ni idea de adónde fue después de St. Thomas –dijo Paula, sombría.


–No –confirmó Rico–. Después de que el pescador lo dejara en los muelles, pudo ir a cualquier sitio. Yo sospecho que directo al aeropuerto. Pero una vez allí, quién sabe adónde se dirigió.


Paula miró a Pedro.


–¿Tú crees que fue a casa? ¿A Mónaco?


–No lo sé –admitió él–. Probablemente, pero no lo sabremos seguro hasta que vayamos allí a buscarlo.


Ella asintió y se mordió el labio inferior.


–¿Pero os quedáis hasta que termine la exposición de joyas? –preguntó Rico.


–Sí –repuso Pedro–. Le prometí a la Interpol que estaría hasta el final y no quiero fallarles a mis nuevos jefes.


Rico sonrió.


–Me alegra oírlo. Siempre compensa tener más ojos. ¿Nos vemos allí esta tarde?


–Sí –Pedro miró a Paula–. Allí estaremos.


–Paulo y tu padre llegan esta noche para el bautizo de mañana.


–Cierto –Pedro no podía apartar la vista de los ojos verdes que miraba los suyos con gran concentración.


–De acuerdo –Rico rio para sí–. Me voy al hotel. Os espero allí.


Se alejó un par de pasos, se detuvo y se volvió.


–¿Sabéis que formáis un buen equipo? –preguntó.




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