jueves, 28 de julio de 2016
¿LO DESCUBRIRA?: CAPITULO 15
La siguiente semana transcurrió sin nada especial. Dario dijo que los bravucones del colegio habían perdido interés en él.
Paula lo creyó porque deseaba creerlo. Tenía otras cosas por las que preocuparse. Por fin había encontrado un apartamento medio decente en las afueras de Southbury pero necesitaba dar una fianza. En la siguiente reunión con sus clientes, les pediría un anticipo.
Entretanto, decidió no decirle nada a Dario hasta que fuera seguro.
¿Y Pedro? Aparecía en sus pensamientos, pero no en persona. Supuso que aún no había regresado hasta que un día Dario desapareció en el bosque. El instinto la llevó hasta la casa grande y allí lo vio, jugando al cricket con una tabla y una pelota de tenis.
Y no estaba solo.
Pensó en decirle que se fuera a casa, pero se quedó detrás del establo observándolos. Pedro pedía consejo antes de lanzar la pelota y gritaba: «¡Buen tiro!» cada vez que Dario le daba.
Había también otro hombre, con acento estadounidense, que podía ser el socio de Pedro.
Pedro y Dario se reían y sus cabezas estaban en el mismo ángulo. ¿Cómo podía ser que Pedro no reconociera el parentesco, cuando estaba tan claro?
Durante diez años le había negado un padre a Dario, convencida de que ella podía serlo todo para él. Pero ¿cuándo había jugado al cricket con él? ¿O a cualquier otro deporte? ¿Y cuándo lo había hecho reír con tantas ganas?
«Déjalo ya», se dijo a sí misma. Pedro estaba jugando con Dario porque era domingo y no tenía nada mejor que hacer.
Y solo era un improvisado juego de cricket y no un rito misterioso entre padre e hijo.
¿Qué pasaría si confesara: «Este es tu padre, Dario». Podía imaginar la cara de shock y luego la de esperanza. ¿Y Pedro? ¿Cómo reaccionaría? Un hombre en la treintena, que evitaba los compromisos…
Volvió a la casita y Dario apareció al poco rato.
—Siento haber llegado tarde —su expresión era de felicidad.
—No importa —fue al frigorífico a sacar el almuerzo.
Dario la miraba de reojo, pero al poco rato confesó:
—Me desvié por el camino de la casa grande a ver si ya habían terminado de asfaltar.
—¿Han terminado? —preguntó Paula.
—Sí. El señor Alfonso estaba en el patio. Ya ha vuelto del Japón.
—¿Ah sí? —ella logró mantener el tono neutral.
—Estaba con un amigo que se llama Sam, y que tiene un hijo de mi edad. Jugamos un poco al cricket porque el chico no sabe jugar. Es estadounidense.
—Yo no… —Paula iba a decir que no había visto al otro chico pero se detuvo a tiempo.
—¿Tu no qué, mamá?
—Nada —contestó Paula sonriendo para quitarle importancia.
—No te importa, ¿verdad?
Sí que le importaba, y por muchas razones la lastimaba, pero no podía decirlo.
—No, en realidad, no —mintió.
—Bien —la cara de su hijo se alegró—, porque Pedro dice que te tengo que pedir permiso si quiero volver después del almuerzo a ver a Eliot, el chico estadounidense.
Paula tenía que admitir que Pedro se estaba comportando bien, estableciendo algunas reglas.
—Puedes ir, si quieres —dijo en voz baja.
—¡Estupendo! —se terminó la ensalada de pollo en un santiamén y salió corriendo.
Paula pasó parte de la tarde comprobando los dibujos que había hecho para los Claremont y que tenía que entregar el día siguiente. No eran clientes fáciles pues siempre estaban en desacuerdo entre ellos, pero Paula estaba bastante orgullosa de su trabajo.
Luego se dedicó a seleccionar en el cuarto trastero las cosas que podían servirle. Tenía que ser implacable porque todas sus pertenencias no iban a caber en un apartamento más pequeño.
Había hecho una pila de cosas y cuando Dario volvió le preguntó qué hacía.
—Limpieza de primavera —contestó.
Los ojos del niño se ensombrecieron.
—¿Nos vamos a mudar?
—Quizás.
Cuando se sentaron a cenar Paula no le preguntó nada sobre la tarde. Saber que había estado con Pedro era una cosa y saber lo que había hecho era otra. Pero Dario estaba deseoso de contarle. Se había divertido mucho, la mayor parte del tiempo con Eliot, pero también hablaba de Pedro.
—Aún no se ha trasladado del todo —informó Dario—. Dice que está buscando a un decorador. Sam, el padre de Eliot, dice que será mejor que primero busque una esposa, porque si decora y luego se casa, ella lo cambiará todo. Yo le sugerí que fueras tú —dijo inocentemente.
—Como diseñadora, espero.
—Si no, ¿cómo qué?
—Olvídalo —dijo ella.
—Ah, ya entiendo. Como su mujer. ¿Y por qué no? —preguntó Dario pensándolo—. Podrías gustarle. No eres tan mayor, mami, y a veces estás muy bonita. Si fueras más amable con él…
—Gracias —dijo Paula—, pero preferiría arreglar mi vida amorosa sin tu ayuda, si no te importa.
Dario hizo una mueca.
—Solo trataba de ayudar. Él es muy rico, ¿lo sabías?
—Ah, claro. Eso es lo más importante. Será mejor que lo pesque pronto antes de que otra buscadora de oro lo enganche primero.
—Muy gracioso. Es mejor que ese Carlos que es tan aburrido.
—¡Dario! —lo regañó ella—. No habrás estado hablando de eso con Pe… con el señor Alfonso, ¿verdad?
Hubo una pausa y Dario se sonrojó.
—¿Por qué iba a hacer eso? Tengo que ir a hacer los deberes.
Paula le habría pedido los detalles de la conversación. Pero no serviría de nada. Lo dicho, dicho estaba. ¿Sería culpa de Pedro que Dario se hubiera vuelto tan charlatán?
De todas formas, a ella la preocupaba lo que hubiera dicho.
Cosas como que tenía diez años y no nueve, que nunca había conocido a su padre ni sabía su nombre.
Para estar tranquila debería prohibirle a Dario que fuera a la casa grande.
A la hora de dormir, cuando subió a darle las buenas noches, comenzó:
—Dario, en cuanto al señor Alfonso…
—Pedro —corrigió él—. Él me ha dicho que debo llamarlo Pedro.
—De acuerdo, Pedro —lo intentó de nuevo—. Sé que te gusta.
—Claro. ¿Y a quién no? No solo por el coche y otras cosas, mamá. Es verdaderamente divertido. Y es muy inteligente.
—Estoy segura —Paula no estaba de humor para escuchar las virtudes de Pedro—. Pero tal vez sea mejor que no vuelvas a la casa grande.
—¿Por qué? —Paula no tenía preparada una respuesta y Dario contestó por ella—. Solo porque a ti no te gusta.
—Yo… yo… no… —Paula deseaba que fuera así de simple—. No es eso. Es más por una cuestión de intimidad. Tienes que respetar su intimidad.
—¿Y puedo ir si él me invita?
—Yo… supongo que sí —no tenía fuerzas para prohibírselo todo.
Más tarde, Pedro telefoneó, y después de intercambiar saludos, preguntó:
—Pensé que debía comprobarlo contigo. ¿Dario tenía permiso para venir aquí?
—Sí. Pero si te molesta…
—En absoluto —él le aseguró—. Fue estupendo para Eliot, el hijo de Rebecca y Sam Wiseman, tener a otro chico por aquí. Dile que puede venir siempre que quiera.
—Es muy amable por tu parte, pero nos mudaremos pronto.
—¿Has encontrado algo? —dijo Pedro, y Paula pensó que no le importaría mucho.
—Creo que sí.
—Bueno, si necesitas ayuda en el traslado…
¿Era un ofrecimiento, o estaba ansioso por librarse de ella?
—Llamaré a una empresa de mudanzas —contestó algo cortante.
Al oírla, Pedro se rio.
—Te gusta la vida difícil, ¿verdad, Paula?
—La vida es difícil —contestó ella y colgó.
Paula pensaba que debería sentirse satisfecha. Le había demostrado que podía pasarse sin él y su generosidad. Pero ¿por qué había sido tan descortés? Él había recibido el mensaje, pero ella sentía que era una desagradecida.
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Ay cuando Pedro se entere no va a ser muy lindo.. se va a enojar mucho con paula
ResponderBorrar¿Por qué no da riendas a su corazón Pau en vez de complicarlo tanto todo??? Muy buenos los 3 caps.
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