martes, 19 de julio de 2016
LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 2
Cuando sonó el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo, Pedro Alfonso dio un respingo y movió las persianas sin querer. Se maldijo por llamar así la atención, viendo cómo la imponente pelirroja movía la cabeza como si supiera que la estaba observando... y deseando como hacía tiempo que no deseaba a otra mujer, y menos a una desconocida. Había algo en ella que le desbocaba el corazón.
Por fuera ofrecía una imagen de frialdad y distanciamiento, pero el modo de caminar y su misteriosa sonrisa llamaban algo más que su atención.
Estaba excitado.
A través de la persiana de plástico había observado su retirada. Su cabello, recogido en una cola contra sus hombros descubiertos y pálidos. Cuando se paró junto a la puerta, la minifalda se le había levantado, ofreciendo una breve imagen de un muslo blanco. Se había dado la vuelta y mirado hacia él. No sonrió ni frunció el ceño.
Pero había mirado.
Cuando sonó el móvil por cuarta vez. Pedro maldijo de nuevo y se apartó.
—¿Qué quieres?
—Oh, veo que estas dos semanas de clandestinidad empiezan a afectarte. Estás perdiendo facultades, Alfonso.
Pedro gruñó. No estaba perdiendo facultades, pero sí la paciencia con su compañero, que lo llamaba todos los días igual que solía hacer su padre cuanto se fue a la universidad. El caso también lo impacientaba, y el hecho de que una hermosa irlandesa se hubiera mudado a la casa de enfrente rompía la monotonía en cierto sentido, pero, más que aliviar el estrés, lo hacía sufrir por una diversión que no podía permitirse.
Entró en la cocina y se llevó a la boca el último de los panecillos dulces que le quedaban.
—¿No se te ha ocurrido pensar que tu llamada podría interrumpir el trabajo policial?
—Es casi mediodía. Seguro que Davison está comiendo.
—Puede que no solo esté observando a Davison.
Una pelirroja con cola de caballo. Un cuerpo bien formado, no demasiado bajo, pero decididamente femenino, con unas voluptuosas curvas que parecían llamar a la mano de un hombre. Pedro se limpió los dedos en la camiseta y pensó que estaba siendo patético. Esa mujer ni siquiera se había quitado las gafas de sol. Era demasiado fría.
Y sin embargo... su libido siempre le había causado problemas en sus labores de vigilancia, y ie resultaba imposible no fantasear con la nueva vecina.
—Será mejor que Davison sea la única persona a la que estés vigilando, o Méndez se encargará de servir tu trasero a Asuntos Internos, junto a mi cabeza. Me he jugado mucho por conseguirte este puesto, Pedro. Espero que no lo jorobes.
Incapaz de quitarse a la vecina de la cabeza, Pedro volvió a la sala de estar y echó un último vistazo por la ventana. No había ningún coche aparcado en la entrada, de modo que no era probable que saliera pronto. Podría seguir espiándola más tarde. De momento, tenía que presentar su informe como un buen soldado.
Como un buen soldado sin nada que informar. —Sí, sí, te lo agradezco tanto que se me saltan las lágrimas. Supongo que no podrías hacer que Davison cometiera algún error, como dar una voltereta lateral, ¿verdad? Algo que demuestre que está fingiendo...
—Si pudiera hacer eso, sería el preferido del teniente en vez de ti.Todavía no hay nada, ¿eh?
—El tipo es bueno —Pedro volvió a la cocina y tiró el envoltorio de los panecillos a la basura—. Anoche inicié una conversación. Parece que es un fan de los Buc.
—¿Podrías conseguir que le diera algunas patadas a un balón? Serviría para probar que sus heridas no valen dos millones de dólares.
Pedro frunció el ceño. El hecho de que el departamento de policía hubiera tenido que pagar esa suma a un ladrón y timador lo irritaba más que todas las horas que había pasado
de servicio en los diez últimos años. Después de que Stanley Davison se interpusiera en la carrera de un policía durante el desfile anual de Gasparilla, se quedara inconsciente y empezase el aluvión de acusaciones, nadie en su sano juicio pensó que podría ganar el pleito, y mucho menos esa fortuna. Pero, por lo visto, ningún miembro del jurado estaba en su sano juicio.
Sin embargo, el nuevo alcalde no estaba de acuerdo, y había ordenado al departamento que demostrase la verdadera gravedad de las heridas de Davison. Sus abogados, preocupados por las implicaciones legales de una investigación oficial, aconsejaron a la policía que actuase con discreción. Pedro, confinado a un escritorio desde que abriera fuego en el arresto de un sospechoso de asesinato, sugirió que le asignaran el trabajo. Después de todo, era uno de los mejores detectives de incógnito. Jake, el agente con el historial más limpio del departamento, habló con el teniente y lo convenció para que Pedro y él se hicieran cargo del caso. Jugar al fútbol con un maestro del engaño como Stanley Stuart Davison tal vez no fuera muy sugerente, pero Pedro haría cualquier cosa antes volver a rellenar fichas sin moverse de una mesa.
—Estoy trabajando en él —le dijo a Jake—. Es un tipo muy receloso.
—Yo también lo sería si tuviera que fingir por ese dinero. Lo que no entiendo es por qué se ha quedado en la ciudad. Tendría que haberse largado con la pasta.
Pedro también había pensado en eso, y suponía que Stanley no solo era un timador, sino un timador increíblemente soberbio. Quería restregar su victoria en la cara de los policías durante un tiempo. Incluso el restaurante al que iba cada día era frecuentado por agentes y oficiales.
—Es muy listo, y va ser difícil de atrapar.
—Tu tipo de caso, ¿eh?
Pedro se rio. Era el caso que nadie quería. Ni siquiera se planteaba la posibilidad de arrestarlo. Su única labor era reunir las pruebas necesarias para demostrar que Stanley Davison fingía o exageraba sus heridas. Los cargos por fraude llegarían después, cuando Pedro se estuviera encargando de otra investigación, con suerte más entretenida.
Después de unos minutos más hablando con Jake, dejó el teléfono y miró su reloj. Stanley llegaría a casa dentro de veinte minutos, si cumplía con su horario habitual. Comía a diario en el Blue Star Diner; luego, tomaba café con los otros millonarios que se pasaban por allí. Después volvía a casa para dormir una siesta, ya fuera en una hamaca en el jardín trasero, o en la inmensa cama de agua de su dormitorio si el tiempo era malo.
Por suerte para Pedro, el ciclo estaba despejado y lucía un sol radiante. Si salía al jardín trasero de la casa, convenientemente subarrendada poco después de que Stanley se mudase a la de al lado, tal vez tuviera la oportunidad de entablar una conversación con él. Stanley necesitaba sentirse cómodo y despreocupado antes de cometer algún desliz.
Y como Pedro ya había descubierto que Stanley apreciaba la jardinería, había ido a la tienda el día anterior y había comprado tres ramos de rosas. Las había colocado junto a la valla que separaba ambos jardines. Con un poco de suerte encontraría algo de lo que hablar.
Agarró la caja de herramientas que había dejado en el porche, y se dirigió hacia el jardín, mirando por encima del hombro hacia la casa al otro lado de la calle. Se preguntó si a su nueva y sexy vecina le gustarían los hombres con las manos manchadas de tierra.
Pero, que él supiera, la jardinería no figuraba entre las diez actividades más valoradas por las mujeres, de modo que era preferible que la pelirroja estuviese ocupada deshaciendo el equipaje en su nuevo hogar.
Aunque la casa parecía tan reformada y limpia como las otras del elegante barrio residencial, el departamento de policía prefirió pedirle el favor al propietario de la casa de enfrente cuando vieron el viejo aparato de aire acondicionado y las goteras en el techo.
Esa mujer tenia que estar forrada si había pagado el exorbitante precio que pedían, pero no sería la primera persona que despilfarraba el dinero en Tampa. El día anterior había llegado un enorme camión de mudanzas con suficientes muebles para amueblar dos casas.
Pero cuando la propietaria llegó aquella mañana, tan solo llevaba cinco cajas y una bolsa que tampoco parecía muy pesada. Pedro se preguntó cómo se ganaría la vida, y qué la habría llevado a la zona más selecta de la ciudad.
Y también cómo sería su ropa interior... Sacudió la cabeza y se preguntó si no estaría pillando una insolación. No tenía tiempo para tontear con la vecina. Le quedaban una semana o dos para conseguir algo, antes de que le asignaran otro caso. Y aunque se moría de ganas por volver a la calle, no le gustaba la idea de dejar una investigación a medias. Y eso significaba no flirtear, ni hablar ni interactuar de ninguna manera con su nueva y hermosa vecina. No importaba lo apetitoso que pareciera su trasero, ceñido a la minifalda vaquera que llevaba. Ni lo contorneados que parecieran sus pechos bajo el top...
Dejó escapar una maldición. Sí esa mujer podía encender su lujuria desde veinte metros de distancia, ¿cómo sería bajo las sábanas?
Abrió el grifo de la manguera y regó las rosas hasta que eí agua las deshojó. Iba a necesitar una ducha helada si quería concentrar la atención en el caso. Donde debía estar.
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