martes, 19 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 1







—¡Oh, chica, menudo aliciente para el trabajo!


Paula Chaves siguió la mirada de su mejor amiga hacia la casa al otro lado de la calle. O, para ser más exacto, hacia el hombre que supuestamente vivía allí.


Iba vestido con una camiseta ajustada y unos pantalones cortos, y parecía moverse con una ligera dificultad; tan ligera, que un ojo menos experto o más romántico la hubiera confundido con un pavoneo propio de John Wayne. Pero Paula era una experta en detectar las manías y rarezas de las personas, ya que era una habilidad esencial en su trabajo. Y en aquel hombre observó una poderosa fuerza masculina que emanaba de su cuerpo. Anchos hombros, vientre liso, brazos y piernas bronceadas, musculosas y apenas cubiertas con una fina capa de vello oscuro.


Pero, a pesar de ser arrebatadoramente atractivo, no era John Wayne. Sentada en el regazo de su padre, Paula había visto de niña Río Bravo y La diligencia, sabía apreciar las diferencias.


No, no era John Wayne.


¿Mel Gibson? ¿Robert Redford? Se parecía, pero seguía siendo... distinto. Fuera cjuien fuera su vecino, tenía una presencia tan imponente que atraería la atención de todas las mujeres que hubiera a veinte kilómetros a la redonda.


Era el último tipo de hombre que Paula necesitaba en esos momentos.


No se había mudado allí para que alguien pudiera distraerla, sino para realizar un trabajo que demandaba su entera atención las veinticuatro horas del día. Un trabajo por el que debía infiltrarse en el vecindario lo más rápido y lo más discretamente posible.


Pero bajo el sol de Florida, que la obligaba a protegerse con gafas oscuras, no tuvo más remedio que rendirse a las hormonas y observar junto a Elisa.Aunque, a diferencia de su amiga, ella hizo un esfuerzo por mantener los labios pegados.


Observó sin perder detalle cómo el vecino se paraba junto a una farola por la que trepaban los jazmines y cómo se inclinaba para arrancar las malas hierbas de la base. A Paula le dio un vuelco el corazón. Tenía a un dios viviendo al otro lado de la calle, una libido que no sentía tan despierta desde que Luke Hamilton le propuso ir más lejos en su decimosexto cumpleaños, y un millar de razones por las que debía comportarse como si su sexy vecino no la excitara. 


Las contradicciones la marearon. Elisa se sacó el pirulí que siempre llevaba en la boca y bajó los escalones del porche para unirse a Paula.


—Supongo que no será ese el hombre a quien tienes que vigilar.


Paula sacó una bolsa de ropa del coche de Elisa y se volvió hacia la casa que había alquilado en Hyde Park, un agradable barrio al sur deTampa.Al acercarse a la puerta, vio en el reflejo del cristal a su vecino recogiendo el correo.


Tragó saliva.


Seguramente Elisa ya estaría pensando que su amiga se había enamorado.


—¿Se parece a una de esas comadrejas con gafas que sacan el dinero a todo el mundo?


—¿Ya estamos con los estereotipos?


—¿Qué estereotipo? He visto a Stanley Davison, y, créeme, es una comadreja.


—Entonces, ¿quién es ese hombre? 


Paula se dio la vuelta y vio que el hombre levantaba la mirada y la saludaba al estilo militar. Tuvo que reprimir el impulso de devolverle el saludo, y dejó que fuera Elisa quien lo hiciera con una de sus mejores sonrisas. No podía distraerse del trabajo. Había demasiado en juego como para permitir que algo o alguien la distrajera.


Y menos un macizo moreno escasamente vestido que representaba la manifestación física de sus fantasías sexuales.


Llevaba el cabello negro corto por la nuca, pero lo suficiente largo por delante para que entre los mechones pudieran entrelazarse los dedos de su amante. Y su cuerpo, atlético y bronceado, estaba hecho a la medida de un hombre que no temía sudar.


Paula ahogó un gemido.


El vecino devolvió con una sonrisa el saludo de Elisa, pero, a pesar de los veinte metros que los separaban, Paula sintió que su atención se dirigía a ella. Vio que la miraba con ojos entrecerrados y que el extremo de su boca se elevaba en un gesto de... ¿Interés?


No lo sabía, y tampoco quería saberlo. Si la encontraba atractiva, mejor para él. Pero que ella lo encontrase atractivo era un grave inconveniente. Había pasado mucho tiempo desde que quiso a un hombre en su vida, y empezaba a preguntarse si el divorcio, supuestamente superado, no seguiría controlando sus decisiones. Tenía una gran vida social gracias a los amigos y la familia, pero no quería ni oír hablar de citas. No tenía tiempo. Demasiado trabajo del que ocuparse... y demasiada ambición que alimentar.


En doce años trabajando para la agencia de detectives de su tío, el único aliciente que había tenido había sido el equipo de vigilancia que le habían instalado en el dormitorio, el día antes de su llegada.


Pero se había encontrado con un apuesto vecino al que podría comerse con los ojos en sus ratos libres... En caso de tener ratos libres. Su labor era vigilar a la comadreja que vivía al lado. Cuando hubiera demostrado que Stanley Davison era un estafador, algo en lo que habían fallado dos agencias de detectives, un juez y un ejército de abogados, habría conseguido el reconocimiento que necesitaba como la nueva directora de Chaves Group.


Nacida en medio de cinco hermanos, Paula había aprendido muy pronto que tenía que esforzarse por conseguir atención. 


Empezó trabajando como investigadora privada en el departamento de correos, durante las vacaciones de verano. 


Poco a poco fue escalando posiciones, hasta llegar a conocer todas las facetas de Chaves Group, la engañosa cartelera corporativa para la más prestigiosa agencia de detectives del sur. Pero, aunque se había sentado en el sillón de su tío en más de una ocasión, sobre todo para arreglar algún problema en el último minuto, el sillón seguía siendo de su tío.


Y lo sería hasta que se retirara y le cediera el poder.A ella o a su hermano.


La idea le hizo apartar la mirada del vecino. con su pelo oscuro e imponentes hombros. Le encantaban los hombros anchos y robustos, especialmente los que se curvaban entre los pectorales y la clavícula, para apoyar en ellos la cara. 


Sacudió la cabeza. No podía permitirse una distracción semejante. Entró en la casa y dejó la bolsa sobre cinco cajas apiladas al pie de la escalera.Al salir, el vecino había desaparecido.


—Tiene un trasero delicioso —aseguró Elisa. Paula se mordió el labio. Elisa, su mejor amiga y contable de Chaves Group, había sido una cazadora de hombres hasta que su tío contrató a Ted Buttler para dirigir el equipo técnico. Meses después, Elisa y Ted formaban una apasionada pareja, lo que bastó para convencer a Paula de que el amor aún existía en el mundo, pero no para ella.


—No creo que Ted apreciara tu gusto por el trasero de otros hombres.


Elisa se encogió de hombros y le dio otra lametada al pirulí.


—Ted tiene un trasero perfecto. El de tu vecino solo es delicioso —se dejó caer en un banco de mimbre e invitó a sentarse a Paula.


—Perfecto, ¿en? —Paula miró el maletero vacío del coche de Elisa, y decidió que no le vendría mal un descanso.Tal vez hablar del trasero de Ted la distrajera del hecho de que acababa de trasladar todas sus pertenencias en cinco cajas y una bolsa de mano.


No había visto el trasero de su vecino, pero si se correspondía al resto de su cuerpo,Ted iba a tener a un serio rival. —Oh, sí —respondió Elisa—.Ted jugaba al béisbol. ¿No te has fijado en que los jugadores de béisbol tienen los mejores traseros?


Paula miró hacia la ventana de la casa de enfrente. Creyó ver que las persianas se movían, pero se dijo a sí misma que estaba equivocada. Además, aunque el vecino estuviera espiando, estaría mirando a Elisa.Aunque las dos eran igual de atractivas, su amiga irradiaba una sensualidad que embelesaba a cualquier hombre.


Paula, en cambio, estaba tan dedicada a su trabajo que no podía transmitir unas vibraciones semejantes. Había malgastado todo su romanticismo en un matrimonio fallido, y solo le quedaba un deseo: las llaves del despacho de su tío... a pesar de que se había convertido en una esperta en forzar cerraduras. —Está claro que no —dijo Elisa.


-¿Qué?


—¿Béisbol? ¿Traseros? No importa. Deberías vigilar a ese tipo —Elisa apoyó en el banco sus bronceadas piernas y se estiró, como si hubiera transportado veinte cajas en vez de cinco. —Estoy aquí para vigilar a Stanley Davison, y eso es lo que voy a hacer.


—¿Las veinticuatro horas al día, siete días a la semana? No estará tanto tiempo en casa. Y sé que le has encargado a un segundo equipo que lo siga cuando salga.


Paula se metió las manos en los bolsillos de su minifalda vaquera y asintió. Aquel era su primer trabajo de campo, y quería que todo saliera bien. Por eso había asignado más de un agente a la vigilancia de Stanley. Era caro, pero merecía la pena si conseguían las pruebas.


Un mes atrás, Stanley Davison había ganado un pleito contra el departamento de policía de Tampa. Había alegado heridas graves en el cuello y en la espalda durante una persecución policial, y había recibido una indemnización de dos millones de dólares. Al principio, Paula no sintió ningún interés por el caso.A miz de lo de Stanley, el departamento de policía se vio inundado de cargos y acusaciones por sus métodos, y estaba a la espera de enfrentarse a un aluvión de pleitos judiciales.


Pero una entrevista con el agente de seguros de la policía llamó la atención de Paula. El portavoz de First Mutual Insureance se quejaba del elevado número de reclamaciones falsas que se le presentaban. La compañía tenía a sus investigadores trabajando a destajo, ya que con demasiada frecuencia los demandantes conseguían engañar a médicos y jurados.


Paula hizo algunas averiguaciones y supo que First Mutual necesitaba ayuda. Inmediatamente, convenció a su tío Noah para que presentara un plan, pero ella quiso añadir algo más; algo que destacase a Chaves Group del resto.


Algo como demostrar que Stanley Davison, el demandante más famoso del momento, era un fraude.Y además, con ello le demostraría a su tío que era ella, y no su hermano Patricio, quien merecía el puesto de director.


—Si siguen mis instrucciones —le dijo a Elisa—, Stanley Davison no hará nada sin que alguien de Chaves Group tome nota. Cuando esté fuera, Jase y Tim lo seguirán, Y cuando esté en casa es cosa mía.


—Stan no es un tipo casero. ¿Qué harás cuando no esté?


Paula prefería no pensar en el aburrimiento que sugería la pregunta de Elisa. Desde que se licenció, se había pasado en la oficina rodos los días de la semana, de todas las semanas del año, salvo Navidad y Pascua. Llegaba a las siete de la mañana y nunca se iba antes de las siete de ía tarde. Sus pasatiempos eran el estudio de antiguas investigaciones, revisar los libros de los contables y asegurarse de que ninguno de los empleados se diera cuenta de los errores de su tío. Pero allí, lejos de la rutina diaria, no tenía nada más que un estafador para llenar el tiempo. Y quizá, el señor Trasero al otro lado de la calle.


—Supongo que me dedicaré a leer.


—¿Apasionadas novelas de espionaje?


—Informes de casos.


—Menuda distracción...


—Puede, pero una novela no va a ayudarme a conseguir lo que quiero —no iba a reconocer que tenía una novela de suspenso escondida entre las ropas. Tenía que proteger su imagen de mujer negocios, incluso ante su mejor amiga.


Elisa se echó a reír. Se levantó y sacó las llaves del bolsillo de sus pantalones ceñidos.


—Puede que no, pero sí te ayudaría a conseguir lo que necesitas.


—No empieces otra vez con eso de que necesito un hombre.Ya tuve uno.Y un matrimonio. Lo único que quiero ahora es una empresa propia.


—Ninguna empresa te dará calor por la noche, cariño.


—Tengo mantas, y esto es Florida. No voy a pasar frío.


Elisa frunció el ceño, pero no discutió. Habían mantenido esa conversación demasiadas veces, y aunque Paula nunca lo admitiera, era indudable que se sentía sola.


—Supongo que no querrás encargar un par de pizzas y revisar conmigo esta noche el caso Anderson, ¿verdad? —le preguntó Paula, cuando Elisa bajó los escalones del porche.


—¿Repasar un caso cerrado contigo y con comida italiana? —Elisa miró por encima del hombro y sonrió—. ¿O acompañar a Ted en su vigilancía de la finca de Rinaldo? Que elección tan difícil...


—Te llamaré por la mañana —dijo Paula.


Elisa subió al coche y bajó la ventanilla mientras arrancaba.


—¿Tienes todo lo que necesitas mientras tu coche está en el taller?


Paula asintió y se despidió con la mano. No pudo evitar pensar que Leonel, su ex marido, y ella se acostaban en el asiento trasero del coche cuando se suponía que él debía estar vigilando. En aquellos tiempos resultaba emocionante por la fascinación de lo prohibido, pero en esos momentos Paula solo podía recordarlo con amargura, por lo ingenua que había sido.


Oh, cuánto echaba de menos el sexo prohibido. .. Y qué no daría por echar un vistazo al interior de la casa de su vecino. 


A su dormitorio. Por la noche...


Se dirigió hacia la puerta, decidida a mantener la cabeza en su sitio.Tenía trabajo que hacer, cajas que desempaquetar y llamadas que hacer antes de que Stanley Davison volviera a casa.


Pero, antes de empujar la puerta, sintió un escalofrío en la nuca. Un sudor helado se deslizó entre sus pechos. Alguien la estaba observando.


Desde muy cerca.


Lentamente, giró la cabeza hacia la izquierda y por el rabillo del ojo captó un movimiento. Al otro lado de la calle, las persianas se habían movido. Podría ser el aire acondicionado. Algún animal doméstico.


O podría ser él. Observándola.


El calor que la había abandonado segundos antes ardió en su estómago y se propagó en llamas por su interior. Tan solo la idea de que la estuviese mirando la hizo pensar en sensuales escenarios y abrasadoras situaciones de pasión.
Intentó sofocar sus fantasías recordándose que no sabía nada de aquel hombre que tal vez la estuviese observando. 


Podía ser un psicópata, o quizá solo fuera un fisgón, pero Paula prefirió creer que le había gustado lo que vio minutos antes y que quería echar otro vistazo.


Pero eso sería todo lo que él consiguiera. Una simple mirada de vez en cambio, y como mucho un saludo cortés con la mano cuando se encontraran.


¿Y si él le hablaba? Paula no quiso imaginárselo, pero su mente hedonista la torturó con sugerentes posibilidades. Un hombre como aquel debía de tener una voz capaz de derretir el chocolate.


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