sábado, 2 de julio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 26




«Yo te amaba», en pasado. «Dios, que no sea demasiado tarde».


Pedro había abandonado Nueva York rumbo a Houston con la esperanza de que Paula aún no hubiera firmado los papeles. Esperaba que quisiera intentarlo de nuevo, como él.


Tragó nervioso. Se moría de ganas de abrazar a Paula.


Pero la pétrea expresión de la joven no había cedido desde que hubiera comenzado su discurso y no iba a recibirlo con los brazos abiertos. Aún no. Aunque quizás pronto, si conseguía explicarle las decisiones que se había obligado a sí mismo a tomar durante las últimas semanas. Le había permitido irse, convencido de que estaría mejor sin él, y todo para descubrir que quería ser ese hombre que ella se merecía.


—Me ofreciste tu corazón sin nada a cambio, Paula —ansiosamente, buscó en su rostro alguna señal—. Pero yo no había hecho nada para merecer tu amor. Dejarte marchar fue lo más difícil que he hecho jamás.


Hacerse adulto era un asco, pero si Paula lo perdonaba, todo habría merecido la pena.


—Entonces ¿por qué me dejaste marchar? —preguntó ella—. Yo me habría quedado y te habría ayudado a seguir los dictados de tu corazón.


—Lo sé —la expresión en el rostro de Paula cuando le había dicho que no podía amarla seguía atormentándolo—. Siento muchísimo haberte hecho daño, pero no era lo bastante bueno para ti. ¿Qué sabía yo del amor? Dejar que te quedaras no habría servido, ni habría sido justo para ti.


—De modo que me echaste de tu vida por mi bien —el rostro de Paula seguía ensombrecido—. Pues perdóname por no darte las gracias. Empresas Alfonso siempre fue más importante para ti que yo.


Pedro soltó un juramento. La estaba fastidiando, y eso solía pasar cuando te lanzabas a una situación potencialmente volátil sin ningún plan ni respaldo. Había ido allí sin preparar nada intencionadamente, llevando lo único que podía ofrecer: su amor.


—Cariño, mis planes para Empresas Alfonso se han acabado. Necesitaba madurar y tú me ayudaste a verlo, y a hacerlo. Fuiste mi inspiración para entrar en esa habitación llena de Alfonso con la intención de trabajar por una meta común. Y lo hice porque para mí no hay nada más importante que tú.


De repente lo había visto claro y comprendido lo que necesitaba que sucediera en la empresa. ¿Quién habría podido imaginarse que enamorarse lo convertiría en un mejor ejecutivo?


—¿De qué hablas? —susurró Paula—. ¿Quieres volver a intentarlo?


Esa mujer lo estaba matando.


Era la conversación más dolorosa que hubiera mantenido jamás, pero no debía guardarse sus sentimientos.


—Nada de intentos —Pedro abrió la carpeta y sacó los papeles del divorcio—. Solo elecciones. Aquí están los papeles del divorcio, firmados. Si quieres seguir adelante, hazlo. Aunque espero que no lo hagas. La decisión es tuya.


El pulso le galopaba en las venas. No bastaba con quedarse allí de pie, y Pedro se dejó caer en una rodilla, sin soltarle la mano, como si fuera un salvavidas porque, en cierto modo, lo era.


—Paula, te amo. No quiero que te cuestiones jamás si me he casado contigo porque me resultaba ventajoso. Te elijo para pasar mi vida contigo porque te amo. Elígeme porque me amas también.


—¿Y qué pasa con quitarle a Valeria el puesto de directora ejecutiva? —ella lo miró perpleja—. Dime que no se lo has cedido.


—Página quince —anunció él con dulzura. Se lo sabía de memoria, pues él mismo había redactado esa cláusula—. Pablo asumirá el puesto de director ejecutivo hasta que se jubile, momento en el cual será el comité ejecutivo quien elija al sustituto —se encogió de hombros—. Si me eligen a mí, estupendo. Si no, seguiré esforzándome por ser el mejor jefe de operaciones posible.


Y estaría trabajando para su padre. Una realidad que Pedro jamás habría considerado sin Paula en su vida. La necesitaría para conservar la cordura tras una larga jornada en las trincheras del mundo de la moda.


—Si no vas a ser director ejecutivo ¿qué vas a ser? —Paula no abrió la carpeta. Ni siquiera la miró.


—Lo que quiero es ser tu esposo —a Pedro se le humedecieron los ojos—. Te amo, y siento haber tardado tanto en convertirme en el hombre que debería haber sido cuando te casaste conmigo.


Paula se arrojó en sus brazos, como si jamás quisiera soltarse. Por él estupendo. Su corazón se llenó con tal rapidez que temió que fuera a explotarle.


—¿Eso ha sido un…?


—Sí —ella terminó la frase—. Ha sido un sí.


—Me encanta cuando terminas mis frases —Pedro rio—. Y ahora dime ¿qué quieres ser de mayor?


—La señora Alfonso—ella sonrió traviesa.


Si hubieran conseguido esas respuestas dos años atrás, podrían haberse marchado de Las Vegas con una vida totalmente diferente. Porque, al final, Las Vegas no había servido para elaborar un Plan de Adultos, sino para descubrir a alguien por quien mereciera la pena madurar.


—¿Entonces no hay divorcio? —preguntó Pedro angustiado.


—Voy a destruir esos papeles —contestó ella con decisión—. Para que no caigan en las manos equivocadas.


—Desde luego. Es lo que se hace con las tarjetas de crédito, documentos legales, papeles de divorcio que no deberías haber firmado…


Alguien carraspeó y Pedro levantó la vista para encontrarse con la hermana de Paula de la mano de un hombre de cabellos oscuros y un fuerte aire autoritario.


El complejo turístico aún no estaba abierto al público y aparte de encontrar a su mujer y aclarar su futuro no se le había ocurrido que alguien pudiera presenciar la desastrosa escena de reconciliación.


Poniéndose de pie, Pedro atrajo a Paula hacia sí.


—Keith Mitchell —el hombre de los cabellos oscuros se presentó—. Hacía tiempo que deseaba conocerlo.


—Pero si acabo de llegar —Pedro rio.


—Sí, pero llevo años muriéndome por conocer al hombre lo bastante fuerte como para enamorarse de Paula. ¿Has traído tu armadura?


—Cállate, Mitchell —Paula fulminó a su cuñado con la mirada.


—La llevo en la otra maleta —Pedro sonrió.


La dinámica familiar no tenía nada que ver con lo que él conocía, pero le gustaba.


—Buen chico —Keith asintió—. Si tienes algún problema durante tu estancia, házmelo saber.


—¿Nos quedamos? —preguntó Pedro.


—Pues sí. A no ser que tuvieras pensado otro lugar para nuestra luna de miel. Ya sabes, algo para compensarme por no llevarme a ningún sitio la primera vez.


La ardiente mirada de Paula le hizo pensar en una puerta cerrada con llave.


—Algunas personas consideran que un fin de semana en Las Vegas es una luna de miel —sugirió.


—Y algunas personas hasta se declaran a sus esposas. Con un anillo y esas cosas —ella enarcó las cejas—. Suerte para ti que soy el espíritu del perdón.


—¡Alfonso! —exclamó Carla de repente—. Pues claro. Por eso me resultabas tan familiar —miró furiosa a su hermana—. Puedo perdonarte por casarte sin decírmelo, pero casarte con el hijo de Bettina Alfonso sin mencionarlo es descaradamente cruel.


—Carla, te presento al heredero del imperio de la moda Alfonso—Paula suspiró—, también conocido como el hombre del que no soy capaz de deshacerme por muchas veces que le pida el divorcio.


—¿En serio? —Carla los miró a ambos fascinada—. ¿Cuántas veces se lo has pedido?


—Demasiadas —murmuró Paula.


—Nunca —contestó Pedro al mismo tiempo—. Básicamente me ordena que firme los papeles. Salvo cuando me pide que no lo haga.


—¡Vaya! Esto es mejor que un culebrón —observó Carla—. ¿Cuánto tiempo lleváis casados?


—Dos años —admitió su hermana.


—Pero no lo sabíamos —añadió Pedro—. Paula me informó amablemente cuando viajó a Nueva York.


Había pasado dos años ideando un plan para sentirse una persona completa. Y lo había encontrado. Por un milagro, Paula se había enamorado de él y lo había convertido en un hombre del que poder sentirse orgulloso.


—No lo entiendo —intervino Keith—. ¿Cómo que os casasteis hace dos años?


Pedro miró inquisitivamente a Paula y ella sonrió


—De todos modos, acabará sabiéndose.


—Fue una mezcla a partes iguales de tequila y un oficiante disfrazado de Elvis —Pedro le besó la mano a Paula—. El mejor error que he cometido jamás.


—Jamás tuvimos la intención de registrar los papeles —insistió Paula—, pero de algún modo la fastidié y aquí estamos, gracias a mi torpeza.


—Por suerte fuiste lo bastante torpe como para enamorarte de mí también —Pedro besó a su esposa.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario