viernes, 3 de junio de 2016

LO QUE SOY: CAPITULO 5





Los tres amigos estaban sentados en enormes sillones de cuero blanco con una mesa baja entre ellos. La popularidad de Mateo en esos sitios y sus negocios les había facilitado el acceso al local. Además, uno de los socios era cliente suyo y en cuanto lo vio entrar les llevó a uno de los reservados VIP con vistas a la pista. Les dio manga ancha para que bebieran todo lo que pudieran asimilar sus cuerpos y se marchó.


El lugar era bastante impresionante, con sus pistas en diferentes alturas, la cabina del DJ en una plataforma de cristal en el centro del local, elevada por varias columnas transparentes y a la que se accedía por unas escaleras de caracol que parecían de hielo. Los mostradores de bebidas eran también de ese material iluminado por luces de neón, lo que daba a las barras un aspecto futurista muy adecuado al nombre del sitio: Future.


Una camarera vestida de blanco y purpurina, con los labios azules, les trajo las bebidas que habían pedido y una botella de champagne francés en una cubitera con hielo. Se sirvieron una copa cada uno y brindaron por ellos.


Pedro casi se atragantó cuando vio quién se dirigía hacia ellos con una media sonrisa en los labios.


—¿Nos hacéis un hueco con vosotros o nos sentamos en la mesa de al lado y nos ignoramos? —preguntó Pau con un aire de suficiencia digno de una persona ganadora. Nada que ver con la imagen de chica desamparada que había mostrado en el bar.


—Pau… —le advirtió Linda propinándole un codazo al mismo tiempo.


—Ah, sí. Disculpad, que maleducada soy. Chicos, esta es mi amiga Linda Trent. Linda, estos son Mateo, Mariano y Pedro —dijo, y se sentó al lado de Mariano empujándole un poco con su cadera para hacer sitio para las dos. Pedro y Mariano miraron a Mateo. Él se encogió de hombros y sonrió a sus amigos. Luego, los tres miraron a las dos chicas que estaban hablando entre ellas en susurros.


—¡Señorita Chaves! ¡Qué placer verla! —Todos levantaron la cabeza ante aquel despliegue de cordialidad. El cliente de Mateo, al parecer, conocía a Pau muy bien. Ella se levantó y le dio un breve abrazo—. Me alegro que haya decidido aceptar mi invitación. Ya sé que es una mujer muy ocupada pero seguro que un ratito en mi club le vendrá de perlas, querida.


—Estoy segura de que sí, señor Archivald.


—Llámame Melvin, querida. Dejemos lo de señor Archivald para cuando estamos en los juzgados, d’accord? —Ella asintió—. Por lo que veo ya conoce a mis amigos, ¿no? Mejor, así estarán las dos en buena compañía. Son hombres fuertes y potentes… —El señor Archivald les dirigió una mirada sensual y provocadora a ellos que los dejó con la boca abierta. Las chicas ocultaron sus sonrisas al verles las caras. Al parecer desconocían la naturaleza homosexual del señor Archivald.


—Seguro que estaremos bien, Melvin. Eres muy amable. —Él hizo un gesto con la mano para restar importancia a sus palabras y se despidió con un ademán cuando oyó que lo llamaban de otra mesa de la zona VIP.


Paula cogió su copa de champagne y se la bebió de un trago.


—¿Alguien necesita bailar tanto como yo? —preguntó poniéndose en pie y dirigiéndose sin espera a la pista de baile.


Al ver la cara de estupefacción de los tres amigos, Linda dijo:
—Ella fue su abogada. —Se levantó y fue tras su amiga. Mateo y Mariano imitaron a Linda. Se pusieron en pie y fueron tras ellas, dejando a Pedro solo en la mesa. No iba mucho con él lo de bailar en una pista repleta de gente sudorosa. Además, el ruido y las luces le habían dado de nuevo dolor de cabeza.


Dirigió su mirada hacia el lugar donde habían ido a parar sus amigos. La canción que sonaba era un clásico convertido en algo imposible de identificar con algún estilo de música. Lo único que se podía hacer con aquella canción era moverse sin importar el compás.


Miró a Paula. Se reía de las cosas que Mariano le decía al oído, y cuando lo hacía sus ojos brillaban con una luz que cegaba más que el sol. Su sonrisa era perfecta. Pedro se imaginó cómo sería ver esa sonrisa por las mañanas después de hacer el amor con ella a plena luz del día. «Vaya pensamientos, joder», se dijo a sí mismo sacudiendo la cabeza. O empezaba a relajarse o acabaría complicándose la vida con esa mujer. Nada más lejos de sus intenciones.


—No eres mucho de moverte, ¿eh, Alfonso? —dijo Pau sentándose a su lado y llenando la copa de nuevo. Pedro se sorprendió. Estaba mirándola en la pista y un segundo después estaba allí a su lado. ¿Cuánto tiempo se había perdido en sus pensamientos?


—No, ya lo hacéis los demás por mí. Yo me sentiría fuera de lugar ahí en medio.


—¿A qué te dedicas ahora? Lo último que supe era que te habías metido en el ejército, y eso fue antes de irme de Elizabeth.


Pedro se sorprendió por el cambio de tema pero lo agradeció. Aquel era territorio seguro para sus pensamientos.


—De alguna forma, sigo en él. Unidades Especiales. —Su voz sonó agradable.


—Vaya, ¿eres de esos que van por ahí con la cara pintada, arrastrándose por el suelo y llevando a cabo misiones en las que si te pillan se desentenderán de ti?


—Básicamente, sí.


Paula levantó una ceja. Estaba sorprendida y sentía crecer la curiosidad. Quería saber más.


—¿Y cuál es la última misión en la que has estado?


—Afganistán —dijo sin mayor emotividad.


—¡Vaya! ¿Y cuál era la misión? ¿Destruir un arsenal de armamento enemigo? ¿Rescatar rehenes de guerra? ¿Desactivar bombas? —preguntó ella algo achispada y más envalentonada que nunca. En situaciones normales no se atrevería ni a sentarse al lado de aquel hombre.


—No puedo contártela…


—Sí, claro, tendrías que matarme después y todo eso —interrumpió ella—. Bueno, pues cuéntame qué tipo de misiones desempeñas, a grandes rasgos.


Pedro no quería hablar de su trabajo. Estaba impacientándose y se sentía acorralado por aquellos ojos verdes. Soltó lentamente el aire que estaba reteniendo y, con un tono que esperaba fuera bastante tranquilo, le dijo:
—Mira, no me apetece esta cháchara, ¿vale? —Se puso de pie rápidamente—. Di a los demás que me he ido a casa. —Pasó por delante de ella y enfiló hacia la puerta. No se dio cuenta de que lo había seguido fuera.


Cuando no había dado ni tres pasos en la acera, ella le gritó:
—¿Se puede saber qué te he hecho? —Pedro se volvió con los ojos abiertos como platos por la sorpresa—. ¿Eres así de gilipollas siempre o solo a ratos?


Pedro murmuró algo por lo bajo y se pasó las manos por el pelo visiblemente indeciso. La cabeza le iba a estallar en segundos. No sabía si contestar a la primera pregunta o a la segunda. Tenía respuesta para ambas, ella lo estaba llevando a tal grado de excitación que le dolía la entrepierna de lo dura que la tenía y era la primera vez que se comportaba como un idiota. Cuando fue consciente de este segundo hecho, sonrió abiertamente.


—¿Ahora, encima, te ríes de mí? Ahhh… —Se dio media vuelta y comenzó a andar en dirección contraria a él pero no volvió al club.


—¡Espera! ¿Dónde vas? —preguntó Pedro cuando la alcanzó.


—¿Dónde crees? A mi casa. —Estaba enfadada, muy enfadada, pero no con él, sino consigo misma, por ser tan tonta y montar esa escena sin motivo alguno. Hacía casi veinticinco años que no se veían, no conocía a ese tío de nada en absoluto.


—Espera, no. No quería ser tan grosero. Lo siento, Paula —dijo sinceramente.


—Pau —dijo ella—. Mis amigos me llaman Pau —dijo disgustada.


—¿Tienes hambre? —preguntó Pedro de pronto.


Negó con la cabeza. Seguía mirando a la carretera, de espaldas a él, esperando que pasara un taxi para irse a casa.


—¿Un café? —Ella volvió a negar. Él sonrió tontamente—. ¿Una última copa en mi casa?


Cuando se volvió sorprendida por el ofrecimiento lo vio sonriendo. No pudo dejar de admirar lo guapo que era aquel hombre, pero no estaba dispuesta a ceder ni un ápice.


—No, no y no ¿está claro? —Se giró de nuevo.


—Vamos, señorita Chaves, sea un poco más distendida. No te estoy proponiendo una noche de sexo salvaje. Solo es un café. —Ella pensó que quizás la noche de sexo salvaje era lo que más se ajustaría a sus necesidades en ese momento, pero desechó la idea con un ligero movimiento de cabeza.


—Un café, y luego me marcho —dijo firmemente.


—¡Sí, señora! —Pedro se cuadró e hizo el saludo militar. Ella esbozó una amplia sonrisa.


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