lunes, 16 de mayo de 2016

SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 5





LUCY había preparado su viaje a Bruselas para el martes.


Quería entrevistarse con el distribuidor en el continente y con el ministro del ramo.


Menos mal que todavía era lunes porque no podría hacerlo después del fin de semana que había tenido y después de haberse vaciado media botella de whisky en el estómago antes de irse a la cama la noche anterior.


Por fortuna, su secretaria todavía no había llegado. Así, no lo vería llegar sin afeitar y con la misma camiseta del día anterior.


Se sentó en su butaca y deseó haberse servido un café antes de hacerlo. Una buena inyección de cafeína le habría hecho bien. Tal vez habría hecho que su cerebro reaccionara aunque, sinceramente, lo dudaba.


¿Cómo iba a decirle a Paula que quería el divorcio con todo lo que tenía ya encima? No podía hacerle aquello, no quería hacerle daño.


A pesar de que ella no había sido buena con él, Pedro no quería romperle el corazón. Y presentía que eso era exactamente lo que pasaría si le hablaba de divorciarse.


Por eso, se había pasado buena parte del fin de semana peleándose con Marcia y con su conciencia.


Su novia se había puesto furiosa cuando le había contado que Emilia había ido a su despacho. A pesar de que le había dicho que Paula tenía que enfrentarse a la muerte de su madre, lo que más había molestado a Marcia había sido que la niña hubiera tenido el valor de haber hecho algo así.


No creía ni por asomo que Paula no hubiera tenido nada que ver en ello. Estaba convencida de que lo tenía todo planeado para hacer creer a Pedro que la pequeña era suya y para avergonzarla a ella.


Por supuesto, Pedro le había asegurado una y mil veces que no era así, pero Marcia seguía insistiendo. El hecho de que Emilia se hubiera anunciado como su hija le parecía imperdonable.


Y lo era, pero sabía que Paula no tenía la culpa. Por la cara que había puesto al verlo el viernes en su casa, Pedro sabía que era la última persona a la que quería ver. Intentó no pensar en ello.


Le molestaba verla siempre tan cansada y más le molestaba que lo mirara como si él tuviera la culpa de la vida que llevaba.


Volviendo a Marcia, la discusión del sábado
por la mañana seguía sin resolverse. Su novia se había mostrado intransigente ante la situación de Paula y había dejado muy claro que le importaba muy poco que ella y su madre se fueran a vivir a Yorkshire o donde quisieran.


Pedro no le daba igual porque sabía que la casa necesitaba una buena limpieza y se temía que Paula iba a ser la encargada de hacerla.


«No es mi problema», se dijo enfadado consigo mismo.


Eso era exactamente lo que le había dicho Marcia y tenía razón. Además, su novia había insistido en que le parecía muy sospechoso que lady Elena tuviera una grave dolencia de corazón justo en aquellos momentos.


-No seas así, Marcia, el año pasado la operaron a corazón abierto -le había explicado Pedro.


-¿Y tú cómo lo sabes?


-Me lo dijo Emilia.


-¡Emilia! Vaya, ahora va a resultar que la bastarda sabe más que nadie.


Oír a Marcia hablar así de la niña había hecho que Pedro la defendiera con más pasión que inteligencia y, a partir de ese punto, la discusión se había hecho insoportable.


Pedro se había pasado el resto del fin de semana arrepintiéndose del incidente, pero no lo suficiente como para llamarla por teléfono y pedirle perdón.


Era lunes por la mañana y tenía que hacer algo. Paula le daba pena, pero estaba enamorado de Marcia. Era con ella con quien se iba a casar en cuanto tuviera el divorcio...


En ese momento llamaron a la puerta y Pedro rezó para que no fuera Lucy. Por suerte, era Santiago Harper con dos tazas de café.


-Gracias -dijo Pedro aceptando una de ellas.


-Tienes un aspecto lamentable -dijo su amigo sentándose en el sofá.


-Gracias.


-Supongo que enterarte de que tienes una hija no es fácil, ¿verdad?


-Prefiero no hablar de ese asunto -contestó Pedro.


-¿Por qué no? Lucy me ha dicho que es tu hija. ¿Qué hay de malo en ello?


-Es hija de... Paula -contestó al cabo de un rato-. Quería ver dónde trabajaba.


-Ya... No sabía que Paula se hubiera vuelto a casar -observó Santiago.


-No se ha vuelto a casar.


-¿Entonces?


-Tuvo a Emilia después de que nos separáramos -contestó Pedro dando un trago al café-. ¡Esto está ardiendo! -se quejó tras quemarse.


Santiago lo estaba mirando con incredulidad.


-No es hija mía -le aseguró.


-¿Y quién es el padre?


-No lo sé. ,


Su amigo frunció el ceño.


-Venga, Pedro, ¿cómo no lo vas a saber? Paula no iba por ahí acostándose con cualquiera.


-¿Cómo lo sabes? 


Santiago se sonrojó.


-Desde luego, no por haberlo intentado -contestó-. Lucy me dijo que la niña tenía diez u once años. ¿Cuánto hace que Paula y tú os separasteis? 


Pedro suspiró.


-No quiero seguir hablando de esto.


-¿Por qué no? -insistió Santiago-. ¿No será que tienes miedo de haber cometido un error?


-No.


-Te lo digo porque ya sabes que esto es fácil de saber. Te podrías hacer una prueba de ADN y ya está...


-No quiero seguir hablando de esto -repitió Pedro-. Vamos a dejarlo, ¿de acuerdo?


No tenía ninguna intención de contarle a Santiago que Paula había tenido un amante.


-¿Y qué tal está la encantadora señora Alfonso? -preguntó su amigo.


-Próxima a convertirse en ex señora Alfonso -contestó Pedro con acritud-. Está bien... creo.


-¿Crees?


-Sí, creo... Tiene muchas preocupaciones ahora mismo.


-¿Cómo cuáles?


Santiago sabía que estaba tensando la situación, pero su larga amistad con Pedro se lo permitía.


-Su madre está muy enferma y quiere volver a lo que ella llama su casa familiar para morir.


-Entiendo -dijo Santiago-. Es lady, ¿verdad?


-No a todos nos lo parece, pero sí, tiene el título.Paula nació y creció en Mattingley, que es la casa familiar que está en Yorkshire.


-¡Guau! -dijo Santiago impresionado.


-No creas -lo corrigió Pedro-. La casa está que se cae. El padre de Paula murió cuando ella tenía dieciséis años y las deudas eran tales que acabaron con buena parte de su fortuna. Cuando nos casamos, les costaba llegar a fin de mes y poco después mi suegra cerró la casa y se vino al piso que tiene en Bayswater. Desde entonces, la casa de campo está peor aún.


-¿Y ahí es donde quiere ir a pasar sus últimos días?


-Sí... y Pau quiere irse con ella.


-¿Estás de broma? ¿Y la vas a dejar?


-No puedo impedírselo.


Pedro sabía que así era, pero aun así le preocupaba que se fueran a un lugar tan húmedo y frío. Vivir en Mattingley en aquellas condiciones no iba a ser un placer sino una odisea.


-Tú sabrás -dijo su amigo-. Además, supongo que a Marcia no le haría mucha gracia que te preocuparas demasiado por Paula.


-Marcia no tiene nada que decir -explotó Pedro aunque sabía que no era así.


Lo que más le molestaba no era la reacción de su novia sino la suya propia. Cada vez que pensaba en Paula sentía un calor especial.


Después de lo que le había hecho, ¿cómo podía ser?



****


Paula llegó el miércoles a casa sintiendo como si llevara el peso del planeta entero a las espaldas.


A su madre le daban el alta en dos días y creía que Paula ya estaba haciendo preparativos para mudarse a Yorkshire para el fin de semana.


Imposible.


Para empezar, todavía no había hablado con la tutora de Emilia y sabía que a la mujer no le iba a hacer ninguna gracia que se llevara a la niña por un período de tiempo incierto.


Por no hablar de su jefe. El señor Latimer le había concedido un mes, pero le había advertido que después no se hacía responsable pues todo dependería de si su sustituía era mejor que ella.


Había hablado con la señora Edwards, quien se había mostrado encantada de que su señora volviera a casa, pero le había advertido que la primavera había sido muy lluviosa y que debían llevar ropa de cama.


-Voy a airear ahora mismo los colchones -le había dicho la mujer-, pero no sé cómo van a estar las sábanas y las mantas después de tanto tiempo.


-No pasa nada, señora Edwards -le había dicho Paula-. Le agradecería que encendieran las chimeneas y la caldera.


La vieja ama de llaves había prometido hacerlo, pero, tal y como Pedro había apuntado, los Edwards estaban mayores y no podían con una casa así.


Mattingley necesitaba una buena reforma y una nueva decoración, pero era imposible siquiera pensar en ello. Paula sabía que, cuando su madre muriera, iba a tener que vender la casa.


Se estaba haciendo un sandwich para cenar cuando llamaron por teléfono.


-¿Sí? -contestó pensando que sería su amiga Sara.


-Hola, soy yo -dijo Pedro


Paula sintió una punzada de aprensión.


-¿Pedro?


-Sí -gruñó él-. ¿Qué tal estás? ¿Qué tal está tu madre?


-Bien -contestó preguntándose por qué fingía preocuparse por ellas-. Le dan el alta el viernes.


-¿Ah, sí? ¿Y entonces? ¿Os vais a Yorkshire este fin de semana?


-Tal vez -contestó Paula-. Todo depende de que me dé tiempo de dejarlo todo organizado.


-¿A qué te refieres?


-¿Y a ti qué te importa? -exclamó.


Tras un largo silencio, Pedro volvió a la carga.


-¿Y cómo vais a ir hasta allí? No tienes coche.


-Ya lo alquilaré -contestó Paula haciendo una mueca al pensar en el gasto-. ¿Me has llamado para hablar del coche?


Pedro sabía perfectamente que lo había vendido el año anterior, pero no sabía que había sido para pagar la operación de su madre.


-No -contestó Pedro irritado-. Bueno, sí. Había pensado que, tal vez, el Range Rover te vendría bien para llevar el equipaje.


-Oh -dijo Paula confusa-. No sé...


-Piénsatelo -le aconsejó Pedro-. Mattingley no está cerca y no creo que a tu madre le vaya bien tener que ir en autobús.


Paula tampoco lo creía.


-Piénsatelo -repitió Pedro-. Si decides llevártelo, llámame a este número. ¿Tienes para apuntar?


Paula tomó papel y lápiz y apuntó el número de su móvil. Se preguntó si no le daba el fijo para evitar una confrontación con Marcia. No sabía si su novia vivía con él, pero obviamente debían de pasar mucho tiempo en su casa.


-Gracias -dijo.


-De nada -contestó Pedro colgando y dejándola más confundida que nunca.


Irónicamente, su madre no puso ninguna objeción.


-Por supuesto que debes aceptar el coche-dijo cuando Paula le planteó el asunto a la mañana siguiente-. Si lo necesitara, no te lo habría ofrecido. A él un coche menos que un coche más le da igual. Además, esos coches son grandes y así cabrán todas mis cosas.


«Y las nuestras», pensó Paula con tristeza.


Su madre siempre había sido un tanto egoísta y desde que se había puesto enferma había pasado a depender cada vez más de su hija.


Así que Paula llamó a Pedro y le dijo que aceptaba el coche. 


Él le dijo que se lo haría llegar a casa el sábado por la mañana, pero estaba en una reunión y su conversación fue corta e insatisfactoria. Por lo menos, para ella.


Le hubiera gustado preguntarle por el seguro, pero pensó que ya se lo preguntaría a la persona que se lo llevara.


A Emilia la idea de pasar el verano en Mattingley le hizo muchísima ilusión. No conocía la casa e Paula suponía que se iba a llevar una decepción, pero así al menos no pensaría en su padre.


A lady Elena le dieron el alta el viernes por la tarde y las tres pasaron la noche en su piso de Londres.


A la mañana siguiente, Paula dio de desayunar a su madre y se apresuró a pasarse por su casa para esperar el coche.


Solo le dio tiempo de tomarse un café y se dijo que por eso se mareó al llegar al número veintitrés de su calle y ver a Pedro apoyado en el Range Rover verde. Lo último que había esperado era que fuera él en persona a darle el coche.


Recordó que no se había maquillado y que se había puesto la misma ropa que el día anterior. Eran unos pantalones azules y una blusa de seda color crema. Demasiado formal teniendo en cuenta que él llevaba vaqueros y camiseta de algodón.


Los vaqueros le quedaban de maravilla y blanqueaban en ciertas zonas en las que no se tenía por qué haber fijado. 


Claro que, ¿cuándo lo había mirado sin recordar el maravilloso cuerpo que había bajo aquella ropa?


-Hola -la saludó Pedro-. Estaba empezando a preguntarme si habrías cambiado de opinión.


-No... -contestó Paula-. Es que hemos dormido en casa de mi madre para hacer su equipaje. Se me había olvidado la cantidad de cosas que se lleva mi madre cada vez que se desplaza.


-¿Te ha dado tiempo a terminar?


-Casi -contestó Paula-. ¿Quiere pasar?


-Gracias.


Subieron las escaleras e Paula abrió la puerta de casa. El pasillo parecía una pista de obstáculos. Había bolsas con mantas, toallas, libros, el ordenador de Emilia, de todo.


-Veo que tienes previsto irte ya -apuntó Pedro.


-Más o menos -contestó Paula-. El médico me dijo que, si mi madre insiste en trasladarse al campo, es mejor hacerlo cuanto antes.


-Me alegro de haber venido preparado entonces -dijo Pedro metiéndose las manos en los bolsillos.


-¿Preparado para qué? -preguntó Paula con la boca abierta.


-Para llevaros a Yorkshire -contestó Pedro-. Había pensado que te vendría bien que te echara una mano allí al llegar.


-No habías dicho nada de acompañarnos -protestó Paula.


-No -admitió Pedro-. Supongo que porque sabía lo que me ibas a decir.


-Pero creía que...


-La oferta del coche sigue en pie -se apresuró a asegurarle Pedro-. No me voy a quedar. Solo una noche tal vez, pero me puedo ir a un hotel. Luego, me volveré a Londres en avión.


Paula sacudió la cabeza.


-¿Por qué haces esto?


-¿A qué te refieres?


-A por qué estás siendo tan... bueno -murmuró mirándolo con recelo.


-Siempre fui bueno -contestó Pedro-. Venga, tú encárgate de revisar si has olvidado algo mientras yo cargo el coche.





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