lunes, 2 de mayo de 2016

MI CANCION: CAPITULO 25





–Muy bien, paramos un momento, chicos. Pau, quisiera hablar contigo un momento.


Raul se subió al escenario de un salto. Paula había entrado mal varias veces en la introducción de una canción y la mano derecha de Pedro no era capaz de esconder su exasperación.


Sonrojándose, ella se volvió hacia los miembros de la banda para disculparse.


–¿Qué te pasa esta mañana? –Raul no se cohibió a la hora de expresar su irritación–. ¿No dormiste bien ayer?


Paula suspiró. Las mejillas le ardían y no sabía qué excusa dar.


Sorprendentemente, Pedro había pasado la noche con ella y no había vuelto a su habitación hasta el amanecer. Por ello ninguno de los dos había dormido mucho.


Esa noche actuaban en un club de jazz muy íntimo y acogedor y habían llegado pronto para dar un último repaso al repertorio. Nada más llegar, sin embargo, Raul les había dicho a todos que Pedro iba a llegar un poco más tarde y que él se ocuparía de todo hasta ese momento.


–Nunca duermo bien en una cama que no es la mía.


Raul arrugó los párpados.


–¿Estás segura de que esa es la razón?


Al echarse el cabello hacia atrás, sintió que la mano le temblaba. Los dedos se le enredaron en el aro de plata que llevaba en la oreja y estuvo a punto de arrancárselo.


–¿Qué otra razón podría haber?


–No lo sé. Dímelo tú, cielo.


Paula se sentía acorralada y culpable al mismo tiempo. ¿Por qué no estaba Pedro allí, cuando más le necesitaba?


–No sé adónde quieres llegar, Raul. Te dije que me llevaría un tiempo acostumbrarme a este estilo de vida. No es un crimen estar cansada, ¿no?


–No. No lo es –suspirando, Raul se colocó detrás de ella y comenzó a masajearle los hombros–. Estás muy tensa. Ese es el problema. Relájate, ¿quieres? Baja esos hombros. Vamos… Hazle caso al viejo Raul.


Paula no podía negar que el masaje de Raul le estaba haciendo mucho bien. Al llegar al ensayo estaba tan tensa como si tuviera la columna hecha de cemento.


Bajando la cabeza, gimió de placer al sentir la presión de los dedos de Raul en un lugar especialmente sensible situado entre sus omóplatos.


–Se te da bien –murmuró–. Podrías ganarte la vida con esto.


–Me lo han dicho muchas veces.


Paula oyó la sonrisa en su voz.


–Me lo han dicho un par de señoritas muy agradecidas que sucumbieron a los placeres de estas manos.


–Eres todo un Casanova, ¿no?


–Sí, bueno… cuando hay oportunidad.


Raul dejó de masajearla un instante y le dio un beso tímido a un lado del cuello.


–¿Es así como ensayáis, Raul? Si es así, tenemos un serio problema, ¿no crees?


Pedro acababa de entrar en el club en ese preciso momento.



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