domingo, 29 de mayo de 2016

DURO DE AMAR: CAPITULO 30




—Oh, diablos, no. Está a reventar —Martina se paseó a través de la barra a donde un grupo de chicas subía en los taburetes de bar que habíamos estado esperando veinte minutos para ocupar.


—Está bien, Martu. —La agarré del codo, tirando de ella detrás de la escena que estaba a punto de crear—. Vamos a buscar otra mesa. —O podríamos ir a casa. Después de la segunda semana de mi desanimo, Martina e Ivan decidieron organizar una intervención. Comenzó con algunas pre-bebidas en mi apartamento, y se había trasladado a un bar lleno de gente.


—No. Tenemos que encontrar una mesa cerca de las mesas de billar.


No tenía ni idea el porqué de su insistencia, ninguno de nosotros jugamos billar. —Esa gente se está yendo. —Señalé al otro lado de la habitación.


—¡Genial! —Martina prácticamente corría, dando codazos a la gente de su camino mientras cruzaba la habitación.


Por Dios. No sabía que le había pasado, pero Ivan y yo la seguimos obedientemente. Subí sobre el taburete y coloqué mi cartera sobre la mesa. Se sintió bien dar un descanso a mis pies. Por qué decidí llevar tacones esta noche, a pesar de que todo lo que tenía ganas de hacer era yacer en la cama en mi pijama. Después del ordenar otra ronda de bebidas, Ivan dejó escapar un gemido.


—¿Y ahora qué? —Giré en la dirección que miraba, pero sus manos se apoderaron de ambos lados de mi cara, deteniéndome.


—No, Pau. No mires.


¿Qué demonios?


Quité sus manos de mi cara y miré en la dirección en la que él y Martina miraban.


Oh.


Pedro estaba aquí.


Una mezcla de emociones corrieron a través de mí al mirarlo —todo, desde la ira, al resentimiento, al deseo. Maldito cuerpo traidor.


Pedro y un amigo acumulaban una serie de bolas en el centro de una de las mesas de billar y bromeaban entre ellos.


Odié que su sola presencia tuviera el poder de detener mi respiración y que mi corazón se tambaleara en mi pecho, como si mi cuerpo supiera que compartíamos el mismo oxígeno y se rebelaba contra la idea.


Pedro estaba riendo, pero cuando levantó la cabeza y atrapó mis ojos, su sonrisa cayó. Me pregunté si vendría a hablar conmigo, y luego me pregunté cómo me sentiría si no lo hiciera. Le dijo algo a su amigo, cuya mirada se fijó en la mía. Sonrió levemente, como en comprensión, y empujó a Pedro en mi dirección. Negándose a ceder, Pedro permaneció plantado cerca de la mesa de
billar, con los ojos mirando a cualquier parte menos a mí.


Martina, sonriendo con confianza, se enderezó en la silla. —Ahora todos, no vamos a volvernos locos. Pedro está aquí. Está en el mismo bar que nosotros. No es gran cosa.


—¡Tu pequeña conspiradora! ¡No lo hiciste! —La completa falta de sorpresa de Martina al ver a Pedro me puso sobre aviso. Ella lo había arreglado.


Ivan miró ansiosamente entre nosotras, sin darse cuenta de lo que se había perdido.


—No era tu asunto interferir. Dios, ¿le has dicho que quería verlo? — Enterré mi cara en mis manos.


Martina se inclinó, colocando su mano sobre mi brazo. —Por
supuesto que no. Escucha, tienes que tener fe en el hombre. Sólo le dije que estaríamos aquí esta noche, y si quería verte, si todavía tenía sentimientos por ti en absoluto, debería aparecer cerca de las nueve en la sala de billar.


—Eres una idiota, Martu. No funciona de esta manera. Necesito mi distancia… —Infiernos, no quería pensar en él otra vez, no es que eso funcionara.


Ivan palmeó mi espalda. Yo sabía que esto lo había hecho todo Martina, así que no podía estar enojada con él. —Bien. Él está aquí. Entonces me iré. — Agarré mi bolso.


—No, Pau. Si te vas, será como si anunciaras que no puedes soportar estar cerca de él.


—No puedo. Ese es el punto.


Ella le dio a mi mano un apretón. —Él no tiene por qué saber eso. No dejes que te haga marcharte. No le dejes ganar. Eres más fuerte que eso.


Suspiré y puse mi bolso abajo. —Bien. Entonces voy a emborracharme.


—Puedo con eso. —Martina sonrió y le hizo señas al barman para otra ronda de tragos.


Después de varias rondas de bebidas y observar a Pedro por el rabillo de mi ojo, me di cuenta de que se acercaba a nuestra mesa.


Oh, mierda. ¡Actúa normal, actúa normal!


Ivan puso una mano en mi antebrazo. —No, Pau. No otra vez, no con él. — Sus ojos me suplicaban.


Pedro nos alcanzó, ofreció un guiño amistoso a Martina, entrecerró los ojos a Ivan, luego dirigió su mirada hacia mí.


—Tal vez deberíamos darles unos minutos para hablar —chilló Martina, levantándose del taburete y disparándole a Ivan una mirada que quería decir vamos—. Voy a darle algo de compañía a tu amigo —Ella miró de Pedro, al musculoso-como-el infierno amigo de pie solo en la mesa de billar, bebiendo una cerveza—. ¿Cuál es su nombre?


—Ian —respondió Pedro, sus ojos nunca dejando los míos. 


Una vez que mis amigos me abandonaron, Pedro se movió un paso más cerca—. ¿Cómo has estado? —Se pasó una mano por la parte de atrás de su cuello.


Esa era una pregunta tonta. Pero yo no estaba dispuesta a admitir como me había deprimido por nuestra separación. —Bien. ¿Tú?


Sus ojos se estrecharon, buscando los míos. Yo sabía que podía ver a través de mis respuestas huecas, pero no me preocupé. No le daría la satisfacción de saber cuanto lo echaba de menos. —He estado mejor —admitió.


Negué con la cabeza, sorprendiéndome a mí misma riendo. 


La risa brotó de mi garganta y escapó, a pesar de mis intenciones de mantener las cosas frías.


—Eres repugnante ¿lo sabías? El sexo significa algo para mí. Tal vez no para ti, pero... —Lo despedí con la mano—. Sólo déjame sola. No quiero hablar contigo. 


Tomó mi mano y la sostuvo. —Déjame explicarte algo, pastelito. — Nunca había pronunciado mi nombre con tal veneno y odiaba admitir que eso dolió. Se inclinó más cerca de mi cara, a pocos centímetros de distancia de mí—. El sexo por dinero no tiene emoción. Es como estar en el trabajo, es duro, estás cansado, sudoroso, sólo deseas terminar, pero no puedes. Tienes que seguir fingiendo el jodido acto hasta que algún director imbécil te dice que tienes que venirte. U ordena. Intenta hacer eso con los técnicos de iluminación brillando las luces en tu cara, y un tipo de sonido con panza cervecera sosteniendo un micrófono sobre ti mientras presumía una jodida erección, no todo es tan divertido. Créeme. No estoy orgulloso de ello. Pero sabes que haría cualquier cosa por esa niña.


—¿Lily? ¿Qué tiene eso que ver con Lily? Si eres lo suficientemente retorcido como para convertir esto en un acto cortés para proteger a tu hermana pequeña, estás más loco de lo que pensé. —Todavía sostenía mi muñeca en su
puño y la aparté lejos—. Déjame ir. —Me deslicé de mi taburete y me escapé al cuarto de baño.


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