sábado, 14 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 34





Paula había hecho cosas atrevidas en su vida, pero esta era la más osada.


En la que era probablemente la noche más importante de sus vidas profesionales, Pedro y ella iban a presentarse como pareja delante de los medios y de la familia de él. 


Atrevido o no, el amor parecía ser un riesgo aceptable.


Un aluvión de flashes de cámara cayó sobre ellos en cuanto Pedro abrió la puerta de la limusina, seguido de un griterío.


–¡Julia, Pedro! ¡Aquí!


Por supuesto, Paula no era la mujer que estaban esperando. 


Salió del coche detrás de Pedro, la vergüenza amenazaba con apoderarse de ella, pero decidió mantener la cabeza bien alta.


Podía hacer aquello. Tenía que hacerlo si quería estar con Pedro, y era lo que más deseaba.


Se escuchó un murmullo entre la multitud cuando Paula pisó la alfombra roja. Una vez se escucharon exclamaciones.


–¿Dónde está Julia?


Pedro le apretó con fuerza la mano para recordarle que estaba allí para apoyarla si lo necesitaba. Paula esperaba que pasara a toda prisa por la alfombra, pero no lo hizo. 


Avanzó unos pasos con gesto tranquilo y se paró frente a la prensa.


–Me gustaría presentaros a Paula Chaves. Está a cargo de mis relaciones públicas.


–¿Dónde está Julia?


–Eso tendréis que preguntárselo a ella. Ya no estamos juntos, pero ha sido una ruptura amistosa.


La letanía de flashes regresó con más fuerza, pero Paula no se acobardó.


Estaba demasiado ocupada sonriendo a su futuro marido.


–¿Paula es tu nueva novia? – preguntó una fotógrafa.


–Digamos que a última hora de la noche anunciaremos algo –Pedro se inclinó y le dio a Paula un beso en la mejilla.


Paula no podía creer que aquello estuviera ocurriendo. Todo era como un sueño.


Se pusieron otra vez en marcha por la alfombra roja mientras otros invitados llegaban detrás de ellos. La gente que había delante se apartó, dejándoles paso y dejando claro que su destino era encontrarse frente a frente con Roberto y Evangelina Alfonso.


Pedro le susurró al oído:
–No pasa nada. Déjame hablar a mí. Por una vez.


Paula sonrió, pero tenía un nudo en el estómago. Roberto podía decir cualquier cosa frente a un salón de baile lleno de gente rica y poderosa. Podía destrozar su carrera con una frase si quisiera. Aunque Paula fuera a casarse con Pedro, no iba a tirar por la borda la empresa que había creado.


–Papá, mamá –dijo Pedro cuando llegaron a la entrada del gran salón de baile.


Roberto tenía las mandíbulas apretadas, como si estuviera masticando una bala.


–Tenemos que hablar. Ahora –la furia de su voz apenas quedaba disimulada por una sonrisa.


–Tienes razón. Tenemos que hablar – Pedro miró a su alrededor. Había muchas miradas clavadas en ellos–. A
solas.


–Hay un salón de baile más pequeño al lado de este –Paula señaló la esquina más lejana de la sala–. Está vacío.


Ella abrió camino, sujetando con fuerza la mano de Pedro


El corazón le latía en la garganta. Todo el mundo murmuraba cuando pasaban a su lado.


En cuanto las puertas se cerraron tras ellos, Roberto clavó la vista en Paula.


–Usted firmó un contrato –señaló las manos entrelazadas de Paula y Pedro–. Y está claro que no lo ha cumplido. La mañana que fui al apartamento de Pedro no había pasado por ahí para hablar con él de trabajo. Había pasado la noche con él –Roberto sacudió la cabeza con disgusto–. Pobre Julia.


–Papá, por favor, no le hables así a Paula. Y además, no te conviene angustiarte. Aspira con fuerza el aire y escúchame –le pidió con voz firme.


Evangelina Alfonso, vestida con un traje de cóctel azul medianoche y un precioso collar de diamantes, agarró a su marido del brazo.


–Cariño, al menos deja que Pedro se explique.


Roberto se cruzó de brazos.


–Adelante entonces. Y más te vale hacerlo bien.


Pedro echó los hombros hacia atrás y tomó aire.


–Papá, lo de Julia era un montaje y tú lo sabías, pero te negaste a creerme. Siempre he sido sincero contigo al respecto –apretó la mano de Paula.


Roberto parecía alicaído, pero Evangelina asintió.


–Tienes que entender a tu padre, Pedro. Se había hecho a la idea de que habías encontrado una esposa mientras él estaba todavía aquí para verlo.


Ana entró en la sala con un vestido negro sin tirantes.


–Estáis aquí. Todo el mundo se pregunta dónde os habéis metido.


–Estamos hablando de las cosas que tu hermano ha decidido hacer para que esta noche sea de lo más estresante – afirmó Roberto.


Pedro mantuvo firme la mano de Paula.


–Asumo la responsabilidad de cualquier consecuencia que traiga esta noche, pero si ese es el precio que tengo que pagar por estar con Paula, lo pagaré. La amo demasiado para seguir ocultándolo.


A Ana se le iluminaron los ojos.


–Sabía que algo estaba pasando – aseguró–. Me di cuenta al ver cómo hablaba Paula de Pedro. Y no me sorprende que él esté enamorado. Es inteligente, guapa y una gran mujer de negocios.


Fue un gran alivio ver que alguien de la familia Alfonso aparte de Pedro estaba de su lado.


–Papá, amo a Paula. Le he pedido que se case conmigo y me ha dicho que sí.


–¿Vais a casaros? Si solo hace un mes que os conocéis –protestó Roberto.


Pedro besó a Paula en la mejilla y luego volvió a girarse hacia su padre otra vez.


–Paula me entiende y se preocupa por mí. Será una compañera de verdad, y eso es lo único que quiero.


Evangelina se aclaró la garganta.


–Cariño, ¿tengo que recordarte que nosotros nos prometimos después de dos meses?


Roberto suspiró por toda respuesta.


–Papá, yo solo quiero que te alegres por mí, por nosotros –continuó Pedro–. Paula es la mujer más increíble que
he conocido en mi vida, y va a formar parte de esta familia.


–Eso es lo más importante, papá – intervino Ana–. Tenemos que darle la bienvenida a Paula en nuestra familia. Anunciar el compromiso a bombo y platillo esta noche pase lo que pase.


–Sé que quieres que Pedro se case – dijo Evangelina con los ojos llenos de lágrimas–. Y has hablado maravillas de Paula desde el día que la contrataste. No veo dónde está el problema ahora que conoces la verdad –se giró hacia la pareja–. ¿Podemos acelerar la boda para que tu padre pueda asistir?


Pedro miró a Paula a los ojos y sonrió.


–Claro –afirmó–. Pero hay una cosa más que papá tiene que escuchar.


Pedro se acercó más a su padre y le puso una mano en el hombro. Había llegado el momento de la verdad.


–No puedo dirigir AlTel. Te amo y sabes que haría cualquier cosa por ti, pero no puedo vivir tu sueño. Y lo más importante, el sueño de Ana es dirigir la empresa, y no puedo quedarme sentado y ver cómo pierde su oportunidad.


Su padre ni siquiera fingió sorprenderse.


–¿Estás convencido de ello?


–Tendría que haber sacado el tema, pero quería que fueras feliz. Te quiero, papá, y quiero que estés orgulloso de mí –al ver la expresión de su padre se le llenaron los ojos de lágrimas. Abrazó a su padre–. AlTel seguirá siendo una empresa de la familia si Ana la dirige. Y de todas maneras puede conocer al hombre perfecto y casarse con él.


Ana carraspeó.


–Eh, eso no se sabe.


Pedro se rio.


–Estaré allí cuando Ana me necesite, pero tengo la sensación de que no me va a necesitar. Va a salir bien. Estoy seguro. No dejaré que pase nada malo. Lo prometo.


Su padre suspiró profundamente.


–Ojalá fuera tan sencillo. Pero necesitas la aprobación de la junta directiva para hacer eso, hijo.


–Lo sé. Yo asumiré el mando de la empresa, y cuando las cosas estén estables y tenga la confianza total de la junta, quiero nombrar directora a Ana. Y quiero contar con tu bendición. Creo que Ana y yo nos sentiríamos mejor sabiendo que tú lo apruebas.


Roberto se quedó mirando a sus hijos.


–Tenéis mi bendición –dijo finalmente.


Ana se apresuró a abrazar a su padre. Pedro la siguió y lo abrazaron juntos.


–Hablando de bendiciones –intervino Evangelina–.Paula no ha sido recibida todavía como se merece.


Paula sonrió cuando Evangelina la abrazó bajo la atenta mirada de Roberto.


–Siento haber empezado la noche con mal piel –dijo Roberto–. Siempre me ha caído usted bien, señorita Chaves.


–Gracias, señor, se lo agradezco.


Pedro le pasó a Paula el brazo por el hombro.


Roberto miró a su mujer.


–Parece que después de todo va a haber una boda, Evangelina. Y vamos a tener una nuera estupenda.


–Yo diría que somos afortunados – dijo Evangelina mirando a Roberto a los ojos.


–Así es –confirmó él–. Y nada me gustaría más que sentarme a hablar de ello, pero me temo que hay un salón de baile lleno de gente esperándome.


Pedro asintió vigorosamente.


–Es la hora.








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