lunes, 11 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 28




La despertó el olor a café. Al abrir los ojos, Paula descubrió que el otro lado de la cama estaba vacío. Se sorprendió al ver que el reloj de la cómoda indicaba que eran poco más de las ocho de la mañana. Damy solía saltar de la cama a las siete, pero el pequeño o bien seguía durmiendo o bien estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no hacer ruido.


El recuerdo de la noche anterior la hizo sonreír. Se estiró y sintió un leve dolor en los músculos que había utilizado. 


Pero, oh, ese dolor era algo muy bueno.


Se levantó de la cama, se puso las pantuflas y la bata.


Al salir de su habitación, oyó el sonido del televisor, sintonizando algún dibujo animado. En la sala de estar, Damian estaba en el sofá con una manta encima de su regazo. Tenía un tazón de cereal en las manos. 


Normalmente no lo dejaba comer en el sofá, pero se veía tan cómodo. Con la noche que había pasado, Paula no tuvo el valor de decirle que fuera a comer a la mesa.


—Estás despierto.


Pedro sonrió mientras caminaba hacia ella, y le ofreció una taza de café a modo de saludo. La expresión de su cara le dijo que él quería darle un beso, pero en lugar de hacerlo, miró a Damy.


El hecho de que estuviera preocupado por Damian, o al menos eso es lo que le parecía a Paula, expresaba cuánto la entendía Pedro.


—Gracias —dijo, mientras se llevaba el café a los labios.
Hasta le había añadido crema y azúcar en la taza. 


Considerado. Siempre atento.


—Buenos días, mamá.


Paula se acercó al sofá y apoyó la taza sobre la mesa, luego le tocó la frente a Damian.


—¿Cómo te sientes, chiquitín?


Todavía tenía las mejillas y la nariz rojizas y los párpados caídos. Pero su piel ya no estaba tan caliente como la noche anterior. Damy tosió un par de veces y luego dijo:
—Mejor. Creo que podré ir al parque más tarde.


«Ah, sí, claro».


—No creo que sea buena idea hoy. Tal vez mañana. O pasado.


—Le he tomado la temperatura al despertarse —le dijo Pedro —Tenía 38.4, así que le he dado el ibuprofeno, como dijo el médico.


Paula miró de Pedro a Damy y luego le quitó el pelo de los ojos al niño. Damy estaba mirando el televisor, sin prestarle atención. Se puso de pie y se dirigió a la cocina; el aroma del pan tostado llenaba el pequeño espacio.


—Gracias por atenderle.


—Espero que no te moleste.


—¿Molestarme? Faltaría más, Pedro, te lo agradezco.


Pedro se apoyó contra la encimera y bebió un sorbo de café.


—No puedo creer que me haya dormido. ¿Cuánto hace que estáis despiertos?


—Alrededor de una hora. He oído a Damy en el baño y se me ha ocurrido ir a ver cómo estaba y dejarte dormir.


Paula se puso frente a Pedro, interponiéndose entre él y el campo visual de Damian.


Se inclinó y lo besó.


—Gracias —dijo.


Luego se inclinó sobre ella y le dio un beso mucho más satisfactorio.


Cuando la soltó, ella sonrió y sintió que sus mejillas estaban tibias. Paula se quedó contemplando la calidez de su mirada, incapaz de apartarse. ¿Qué estaría pensando Pedro


Ella se veía terrible. El pelo aplastado por la almohada, los ojos medio dormidos, pero de todos modos, él le sonrió como si estuviera vestida de gala.


—Estás hermosa —le dijo en voz baja.


—Estoy horrible —lo corrigió ella.


Pero el hecho de que viera a través de su desaliñado aspecto de recién levantada era algo muy positivo. Él le pasó la mano por el costado de la cara y la miró directamente a los ojos.



—Cásate conmigo.


Al principio, Paula pensó que había imaginado sus palabras. 


Cuando Pedro se quedó mirándola fijamente, con una leve sonrisa en el rostro, comprendió que había oído bien.


—¿Qué has dicho?


Él se rio y le puso una mano alrededor de la cintura.


—He dicho: cásate conmigo.


«No, esto no. Ahora no».


El aire comenzó a circular con dificultad hacia sus pulmones, y no en el buen sentido. La expresión de Pedro le mostró que había visto confusión en su rostro. La sonrisa de Paula desapareció y comenzaron a temblarle las manos y la cabeza.


Pedro —dijo sin aliento.


—Esto es lo que quiero, Paula. Tú, yo. Damy. Sé que tienes tus reservas.


Ella se liberó de su abrazo.


—No. No hagas esto. Por favor.


Maldita sea. Sabía bien lo que pensaba de los soñadores y de «para siempre».


Paula miró hacia el otro lado y vio que Damy había puesto su cabeza sobre un almohadón. Tomó de la mano a Pedro y lo llevó hasta su dormitorio. Luego cerró la puerta detrás de ellos y habló en un ronco susurro.


—¿Por qué haces esto? Sabes que no puedo casarme contigo.


La sonrisa de Pedro empezó a desvanecerse. Comenzó a asimilar la realidad de que ella lo estaba rechazando.


—¿Porque no soy rico?


—No. —Se apartó de él, evitando la creciente frialdad de su mirada—. Te aprecio. De verdad. Lo que pasó anoche fue increíble…


—Entonces, ¿cuál es el problema?


—Piénsalo, Pedro. Nos casamos, te mudas aquí. Entonces la novedad desaparece y empezamos a discutir a causa de los gastos de la casa. O recuerdas lo mucho que amas Texas, pero luego te das cuenta de que no puedes permitirte el lujo de volver allí. Querrás salir corriendo y yo estaré aquí, reteniéndote.


Se dio cuenta de que estaba divagando. Eso no tenía ni pies ni cabeza. ¿Por qué tenía que complicar las cosas? ¿No podían simplemente disfrutar de una relación física? ¿Por qué hacer promesas que él querría romper más adelante?


—Eso no va a suceder.


Él le agarró el brazo y ella se apartó.


—Sucederá. Necesitas encontrar a alguien que pueda irse contigo para hacer tus sueños realidad. No me necesitas a mí o a un niño que te retenga.


Se arrepentiría de estar con ella y con Damian en menos de un año. Los soñadores detestaban que la realidad les diera una patada en el culo.


—¿Qué pasaría si te dijera que tengo dinero?


—¡Basta! ¡Basta ya!


Odiaba eso. Odiaba sentir cómo se rompía su corazón tras haber estado tan lleno de vida solo unos minutos antes.


—Somos amigos, Pedro. No quiero arrepentirme de lo de anoche, ya que por un momento pensé que tal vez podríamos ser «amigos con derecho a roce» o una de esas tonterías. Obviamente, no es el caso.


Paula aún veía esperanza en sus ojos, y sabía que tenía que decir algo para hacer que él buscara su «para siempre» con otra persona.


—Fue solo sexo, Pedro.


—¿No fue nada más que eso para ti? —preguntó Pedro, cortante.


Su tono le daba ganas de llorar. Le tembló la boca y sintió el ardor de unas lágrimas en los ojos.


—Sí.


Hizo todo lo posible para sonar convincente. Como la miraba de forma fija, ella se dio la vuelta.


—Creo que debes irte.


«No voy a llorar. No voy a llorar».


—¿Paula?


—Vete ya.


No se dio la vuelta. No podía. Si veía el dolor en sus ojos, él se daría cuenta de que le importaba, y seguiría intentándolo.


Paula contuvo la respiración hasta que lo oyó salir de la habitación. Luego se dejó caer en su cama porque sus piernas simplemente no podían sostenerla por más tiempo. 


El ruido de la puerta de su apartamento abriéndose y cerrándose desató la catarata de lágrimas que había estado conteniendo.


¿Por qué? ¿Por qué no le alcanzaba con lo que tenían para ser feliz? Decir que lo lamentaba no bastaba para describir el mar de dolor en que se vio sumergida. Había hecho bien en dejarlo libre. Habría llegado a odiarla si lo ataba. Pero, ¡oh, Dios, cómo dolía! Como si hubiera dejado pasar algo que solo se daba una vez en la vida.






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