viernes, 26 de febrero de 2016

EL SECRETO: CAPITULO 10




Furiosa, se dirigió a la ventana. La tormenta daba muestras de amainar. El azul del cielo trataba de abrirse paso. Al día siguiente, o más tarde ese mismo día, volvería a haber buenas condiciones para esquiar.


Y tal vez, Pedro se hubiera ido.


Se dijo que sería lo mejor. Necesitaba tiempo para pasar el duelo por la pérdida de su relación con Roberto. En circunstancias normales, si la familia Ramos se hubiera presentado, habría estado ocupada, aunque eso no la hubiera distraído de sus pensamientos.


Pedro lo hacía. Apenas se había acordado de Roberto. De hecho, cuando trataba de pensar en él, la imagen de un hombre más moreno, alto y delgado se superponía a la suya.


Pedro hablaba por teléfono a toda velocidad. Parecía que en aquella zona lo conocían bien. Era un hombre con contactos.


–Me has preguntado cuándo me iría –dijo Pedro– y te he dicho que lo estaba pensando.


Paula se dio la vuelta mientras sentía que la tensión crecía en su interior.


–No me importa quedarme aquí sola –dijo sin vacilar.


–Pero ¿no tendrías, entonces, que reprimir tus deseos de aventura? Dime qué planes tienes para cuando te vayas de aquí. ¿Vas a quedarte las dos semanas o a volver a Londres y a empezar a buscar a otra compañera de piso? Y si no la encuentras, ¿qué harás?


Paula frunció el ceño, sorprendida ante el giro de la conversación.


–Me lo estoy pensando –lo imitó.


Él sonrió.


–Siéntate. Quiero hablar contigo.


–¿De qué?


Él no respondió, sino que se dirigió al sofá sin que su expresión revelara nada de lo que pensaba.


Las noticias volaban. Solo hacía una hora que había estado en el pueblo y parecía que el mundo entero lo sabía.


Su espacio de libertad había desaparecido, lo cual le suponía un problema.


Apretó los labios al pensar en la serie de mensajes que había recibido y que habían estado a la espera de que se reanudara el servicio.


–¿Qué posibilidades tienes de encontrar trabajo en cuanto vuelvas a Londres? –preguntó mientras se recostaba en el sofá sin que su rostro revelara el impreciso plan que le rondaba por la cabeza–. ¿En el terreno de la restauración? Supongo que habrá trabajo en hamburgueserías, pero también supongo que no serán tu sitio preferido.


–Sinceramente, no creo que mi futura búsqueda de trabajo sea asunto tuyo.


–Además, hay el pequeño detalle de tener que pagar el alquiler sin tener empleo. Es difícil, a no ser que tengas mucho dinero ahorrado. ¿Es así?


–No es de tu…


–Incumbencia. ¿Era eso lo que ibas a decir?


–¿Qué pretendes, Pedro? De acuerdo, no tengo mucho dinero ahorrado, pero dispondré de lo que ganaré durante estas dos semanas.


Frunció el ceño y se preguntó cuánto duraría aquello. ¿Por qué le lanzaba la realidad a la cara? ¿No tenía corazón?


–No te llegará para nada. El coste de la vida en Londres es astronómico.


–¿Cómo lo sabes? –masculló ella, aunque él no hizo caso de la interrupción.


–Supongo que, en todo caso, podrías volver a Escocia, con tu abuela. Veo, por lo pálida que te has puesto, que la idea no te atrae mucho.


–¿Por qué me haces esto?


–¿El qué? –preguntó él con un aire inocente tan falso que ella apretó los dientes.


–Restregarme mis problemas por las narices. ¡Ojalá no hubiera confiado en ti!


–No lo estoy haciendo. No he venido aquí a… a…


–¿A enfrentarte a esa cosa tan molesta que se llama realidad?


–Eres una persona horrible.


Claro que tendría que enfrentarse al problema acuciante de cómo iba a sobrevivir sin trabajo y, probablemente, sin casa. 


Pero había optado por dejarlo a la espera durante unos días hasta que hubiera resuelto el tumulto emocional en el que se hallaba, cosa que, pensándolo bien, estaba llevando a cabo satisfactoriamente.


–Hay un motivo para que te recuerde los problemas a los que te vas a enfrentar.


Pedro se inclinó hacia delante apoyando los antebrazos en los muslos. No sabía por dónde empezar. Ella lo miraba con los labios apretados y una expresión apagada ante la realidad que le había puesto delante de los ojos.


–¿Que es…?


–Que es que estoy a punto de rescatarte. De hecho, estoy a punto de ofrecerte un abanico de tentadoras posibilidades. A cambio, solo tendrás que hacerme un pequeño favor.





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