martes, 9 de febrero de 2016

AMANTE. CAPITULO 2




Paula conocía muy bien el complejo, así que corrió por el laberinto de pasillos, llegó a su despacho, alcanzó el bolso y, unos momentos después, todavía jadeante, se metió en el cuarto de baño.


Se detuvo ante el espejo y se miró, contenta de no haberse cruzado con nadie. Tenía el pelo alborotado, sus labios parecían más grandes que nunca y apenas le quedaba un poco de carmín. En cuanto a los ojos, tenía las pupilas tan dilatadas como si se hubiera tomado alguna droga potente. 


Y, a decir verdad, la había tomado. La droga del deseo, de las hormonas, de sus instintos más animales.


–¿Qué he hecho? –se dijo en voz alta.


Se frotó las manos bajo el agua, pero aún olían a aceite. 


Luego, sacó unos pañuelos, los mojó y se los llevó a los labios en un intento por reducir el calor, aunque no sirvió de mucho. Desesperada, se los pintó de nuevo. Sabía que el carmín no podía borrar lo sucedido, pero al menos le devolvería su aspecto de siempre; un aspecto elegante, de mujer competente y profesional.


Había sido increíblemente estúpida.


Había trabajado muy duro para ganarse el respeto de sus compañeros, para conseguir una reputación que acababa de destruir. ¿Y a cambio de qué? A cambio del beso más apasionante de toda su vida.


Pero un beso no valía tanto como un empleo.


Cerró los ojos, contó hasta diez y los volvió a abrir. A continuación, se cepilló el cabello, volvió al despacho y se dedicó a ordenar las camisetas para los jugadores, que la estaban esperando.


Mientras las ordenaba, se preguntó quién sería el hombre del pasillo y qué estaba haciendo allí. Al principio, había pensado que podía ser un fichaje nuevo, pero no era época de fichajes. ¿Quién podía ser? No tenía la menor idea. Solo sabía que tenía permiso para andar por zonas restringidas.


Sacudió la cabeza y se intentó convencer de que lo ocurrido era culpa de aquel hombre, que la había seducido sin más. A fin de cuentas, había empezado él. Se había acercado y la había besado. Ella era una víctima inocente.


Pero Paula no se pudo engañar. La había seducido porque se había dejado seducir. Porque lo deseaba con toda su alma.




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