Joaquin se empezó a poner nervioso cuando estaban a punto de llegar a la casa de Lisa y Tobias.
–Quizá es mejor que le digamos que había salido a dar un paseo…
–Eso no sería cierto, Joaquin.
–Lo sé, pero se preocuparía menos.
–Se habría preocupado menos si no te hubieras ido. Ahora, ya no tiene remedio.
–Sí, claro… En fin, lo tenía que intentar.
Momentos después, entraron en la casa. Paula corrió hacia Joaquin y se fundió con él en un abrazo. –Me has quitado diez años de vida…
–Lo siento mucho.
Paula lanzó una mirada a Pedro y preguntó:
–¿Va todo bien?
–Sí, creo que todo va ir bien a partir de ahora.
–¿Y tú, Joaquin? ¿También crees que todo va a ir bien?
Joaquin suspiró y dijo:
–Sí, también lo creo.
Paula volvió a abrazar al chico y miró otra vez a Pedro. No pronunció ninguna palabra, pero sus ojos estaban llenos de agradecimiento.
*****
Durante los días siguientes, Pedro se intentó convencer de que lo que había dicho era cierto, de que todo iba a salir bien; pero no lo consiguió. Paula mantenía las distancias con él y estaba todo el tiempo con los chicos o en el trabajo. Al final, cuando llevaban una semana en los Cayos, perdió la paciencia y le preguntó:
–¿Qué pasa, Paula? ¿Por qué me estás evitando?
–Yo no te estoy evitando.
–¿Cómo que no? Cada vez que me ves, sales corriendo. Hace días que no estamos a solas en la misma habitación.
–Ahora estamos a solas…
–¿Durante cuánto tiempo? Estás hablando conmigo porque no quieres parecer grosera, pero te vas a ir en cualquier momento.
Paula se ruborizó. Era verdad que lo había estado evitando.
En parte, porque sabía que se había portado mal con él y que le debía una disculpa por el asunto de Joaquin; y, en parte, porque estaba convencida de que no podían mantener una relación amorosa con seis chicos en la casa. Era demasiado complicado.
–Pedro, ¿por qué me presionas? –dijo a la defensiva–. Tú no quieres mantener una relación conmigo.
–¿Ah, no?
–No. Solo te has encaprichado de mí. Lo sabes de sobra.
Pedro se acercó a ella y la tomó entre sus brazos.
–Yo solo sé que te necesito y que quiero estar contigo. ¿No te lo demostré el sábado pasado?
–Solo me demostraste que nos deseamos –replicó–. Si mantenemos las distancias, el deseo desaparecerá.
–Maldita sea, Paula… Esto no es un experimento de la clase de ciencias del instituto. No estoy contigo porque quiera demostrar que los contrarios se atraen. Estoy contigo y quiero estar contigo en esta casa y en tu cama porque te quiero.
Ella sacudió la cabeza, aunque sin demasiada convicción.
–Asúmelo de una vez, Pau
.
Pedro le dio un beso en el cuello. Ella cerró los ojos, encantada.
–Ni en sueños –dijo.
Él sonrió.
–Está bien. Como quieras.
Pedro le dio un beso apasionado y la dejó a solas con exactamente eso, con sus sueños. Y Paula no necesitaba un libro de psicología para interpretar sus sueños. Cada
vez que cerraba los ojos, su mente se llenaba de imágenes eróticas.
Porque se había enamorado.
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