viernes, 29 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 39




Pedro no había ido muy lejos. Se había quedado esperando junto a la puerta de la suite. Si Paula y Kutras se reconciliaban, podía ser una larga espera, pero ella podía necesitarle. Podía abrir aquella puerta gritando en busca de ayuda. No podía dejarla indefensa.


No habrían pasado más de veinte minutos cuando se abrió la puerta de la suite. Pedro se sintió muy aliviado al ver a Kutras. La sombra de los celos que había estado planeando sobre él se disipó. Mikolaus Kutras no parecía tener prisa. Al ver a Pedro, se detuvo y lo miró a los ojos.


—Es usted un hombre muy afortunado.


Después de esa declaración enigmática, el magnate griego se encaminó al vestíbulo, entró en el ascensor y desapareció de su vista.




****


—¿Paula? —exclamó Pedro, entrando en la suite.


Paula tomó las sandalias color turquesa que tenía en el armario y las metió en la maleta junto con sus otras cosas. El equipaje estaba listo. Ya era hora de irse. Había podido conseguir una plaza para el último vuelo de la noche. Ya no tenía nada que hacer allí, tan sólo despedirse de Pedro.


Pedro volvió a llamar con los nudillos.


—Adelante —le dijo ella, sin saber exactamente lo que iba a decirle—. He reservado una plaza para el vuelo de Nueva York de esta noche —añadió mientras movía a uno y otro lado las cosas de su maleta para tener así las manos ocupadas.


—Pensé que no te ibas a ir hasta pasado mañana.


—He cambiado de planes. Pensé que sería mejor para los dos si me iba hoy.


Él se acercó lentamente, como si temiera que ella pudiera echar a correr.


—No estuviste mucho tiempo con Kutras.


—No.


Pedro se pasó la mano por el pelo.


—Estuve esperando fuera por si me necesitabas.


¿Cómo se suponía que ella debía tomarse eso?


¿Como una muestra más de lo bien que cumplía con su trabajo? ¿O como si él de verdad se preocupase por ella?


—No te necesitaba, Pedro. Hay cosas que una mujer debe resolver por sí misma.


—Kutras me dijo algo al salir.


—¿Qué te dijo? —le preguntó ella mirándole a los ojos.


—Me dijo que soy un hombre muy afortunado.
¿Puedes decirme por qué?


Ella no era tonta. No era una ingenua. Pero creía en los sueños. Y quería que su sueño se hiciera realidad. Así que le abrió su corazón.


—Creo que Miko se dio cuenta de la situación, de mis sentimientos. Te amo, Pedro. No puedo marcharme sin decírtelo. Sé que tú no quieres oír estas palabras, pero no puedo negar la verdad. Es por eso por lo que me voy. Me duele mucho estar a tu lado y tener que verte sólo como mi guardaespaldas.


Paula seguía, mientras hablaba, con la mano puesta en la cremallera de la maleta. Pedro llegó hasta ella y le tomó las manos entre las suyas. Le acarició las palmas de las manos con los pulgares.


—Encontré el regalo —dijo muy suavemente—. Pero no quiero ninguna muestra de agradecimiento. Te quiero a ti... para siempre. Antes de que entrases en mi vida, me sentía atrapado en el pasado. Me consideraba un tipo duro y preparado para afrontar cualquier cosa, pero no estaba preparado para alguien como tú. Tú me rescataste del pasado para traerme al presente.
Luché contra ello con todas mis fuerzas. Pero cuando vi esta mañana a Kutras entrando por esa puerta, comprendí que una parte de mí moriría si te reconciliases con él. Al principio pensé que sólo eran celos. Pero no era eso. Era el amor que siento por ti. Te amo, Paula—dijo tomándole la mano—. Quiero que seas mi esposa. Quiero tener hijos contigo. Quiero pasar el resto de mi vida contigo.


Paula estaba llorando. Tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Pedro la amaba. Era verdad. Él la amaba.


—¿Soy un hombre afortunado, Paula? —dijo él tomándola en sus brazos—. ¿Quieres casarte conmigo?


—¡Sí, sí, me casaré contigo! —respondió ella radiante de alegría, pasando los brazos alrededor de su cuello.


Habían compartido muchos besos, pero éste estaba lleno de promesas, lleno de amor, de anhelos, de ternura y de la pasión que compartirían toda su vida.


—Vamos a tener que pensar en cómo queremos plantear nuestro futuro.


—Yo quiero tener niños.


—Antes necesitaremos pasar un poco de tiempo juntos —dijo él con una sonrisa—. Así podremos practicar.


Ella se echó a reír y apoyó la cabeza sobre su pecho. Luego se dio cuenta de que tenían algunos asuntos pendientes.


—¿Qué vamos a hacer con la fotografía?


—¿Te refieres a la foto en que estamos besándonos? Que la publiquen donde quieran. No me importa nada. Quiero que todo el mundo sepa que te amo.


—¡Demuéstrame cuánto! —dijo ella.


Él la levantó en sus brazos y la llevó a la cama.


—Lo haré encantado. Y luego nos iremos a resolver los papeles de nuestro matrimonio.


Paula, llena de amor, le acarició con ternura.


—¿Quiere usted, Pedro Alfonso, ser mi guardaespaldas para toda la vida?


Él le besó el pulgar.


—Prometo cuidarte y amarte eternamente.


Cuando Pedro la dejó suavemente sobre la cama y se tendió luego a su lado, Paula se apretó contra él pensando que sus sueños estaban a punto de hacerse realidad.










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