viernes, 25 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 20




Pedro no estaba disfrutando ni con la conversación ni con el hecho de estar molestando a Paula, pero esa última semana sin saber de ella lo había frustrado hasta la desesperación.


Y solo verla ahí sentada, sola en una esquina de la cafetería, ver la delicadeza de sus mejillas, sus largas pestañas y ese sedoso pelo, había bastado para hacerle perder el aliento y causarle una erección… De hecho, ¡llevaba la mayor parte de la semana en ese estado de excitación!


Por todo ello no estaba de humor para aceptar otro rechazo de Paula.


–¿A qué hora terminas esta noche?


Pedro


–Podemos tener esta conversación o en mi apartamento, o aquí y ahora.


–Estoy cansada, Pedro–dijo sacudiendo la cabeza.


–¿Y crees que yo no?


–No lo entiendo.


–No es que haya dormido como un bebé esta última semana mientras esperaba a que tomaras una decisión sobre nosotros.


–No existe un «nosotros».


–Oh, sí, Paula, claro que existe un «nosotros».


–¿Es que el hecho de que no me haya molestado en contactar contigo desde mi regreso no te indica lo que pienso sobre lo que pasó entre los dos?


–Solo me dice que eres una cobarde, nada más.


–Es la segunda vez que me llamas «cobarde» y no me gusta.


–Pues entonces demuestra que no lo eres quedando conmigo cuando hayas terminado aquí.


–No somos niños jugando a retarnos, Pedro.


–No somos niños y punto, y precisamente por eso deberías dejar de comportarte como tal. No pienso ir a ninguna parte, así que si creías que iba a hacer como si lo de la semana pasada no hubiese sucedido nunca, estabas muy equivocada. Porque sucedió, Paula, así que acéptalo.


Paula llevaba aceptándolo desde la semana anterior, aceptando que no podía resistirse a él, que había perdido el control en su despacho, que Pedro había sido el que había frenado y había impedido que terminaran haciendo el amor, porque ella no había sido capaz de hacerlo. Aceptando que solo le hacía falta mirarlo para saber que lo deseaba.


–Pues hacerlo habría sido lo más cortés, dadas las circunstancias.


–Que me insultes no va a hacer que me levante y me vaya de aquí, Paula. La última semana he estado haciéndome miles de preguntas, y ha sido un infierno –se pasó una mano por la cabeza.


Ella lo miró y, al ver las ojeras que ensombrecían sus ojos, se dio cuenta de que la última semana había sido tan difícil para él como lo había sido para ella.


–¿Por qué no aceptas sin más que no puedo hacer esto, Pedro?


–Porque ninguno de los dos sabe aún qué es esto, y no estoy dispuesto a que te rindas hasta que lo descubramos.


–¿No es suficiente con que los dos sepamos que el pasado hace que sea imposible?


–Me niego a aceptarlo –intentó agarrarle la mano de nuevo.


–¡Pues tiene que aceptarlo! ¡Los dos tenemos que hacerlo!


–¿Has hablado con tu madre?


–¿Sobre ti?


–Está claro que no sobre mí. ¿Pero al menos le pediste que te confirmara lo que te conté?


–¿Y qué si lo hice? Saber qué o quién fue mi padre y lo que hizo no cambia nada, Pedro.


–Supone que podamos dejar el pasado donde le corresponde, ¡en el pasado! No se puede cambiar ni rehacer, porque es lo que es, pero si… si nos deseamos lo suficiente, deberíamos poder hablar de ello. Y yo sí te deseo, Paula, y el temblor de tu mano cuando te toco basta para decirme que tú también me deseas todavía. En este momento eso es lo único que me importa.


–¿Y qué pasará más adelante? ¿Qué pasará cuando el deseo se haya ido, Pedro? –le preguntó con lágrimas en los ojos–. ¿Qué pasará entonces?


–¿Quién dice que eso vaya a pasar?


–Yo lo digo.


–Pues ya nos ocuparemos de eso cuando llegue el momento –le dijo con firmeza–. Por ahora solo quiero que estemos juntos y esperemos a ver adónde nos lleva todo esto.
¿Crees que podemos hacerlo? –le preguntó mientras le acariciaba la mano y la miraba intensamente.


¿Podían hacerlo? Esa última semana también había sido un infierno para Paula, no había dejado de desearlo ni de recordar esa noche en su despacho. No había podido olvidar cómo ambos habían respondido el uno al otro, aun sabiendo quiénes eran, antes de que sus sentimientos de culpa la hubieran obligado a negar ese deseo que aún sentía por él. 


Un deseo que Pedro le devolvía y que se negaba a ignorar. 


Se negaba a permitir que ella lo ignorara.


¿Podrían tener una relación durante el tiempo que duraran esos sentimientos e ignorar, sin más, el dolor del pasado? ¿Podría hacerlo ella?








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