jueves, 31 de diciembre de 2015

PERFECTA PARA MI: CAPITULO 14






El aroma a café y pan tostado recién hecho devolvió a Pedro al presente. Entró en la cocina y descubrió a Paula leyendo un libro mientras desayunaba.


Al oírle entrar ella levantó la cabeza y le sonrió.


—He hecho café y tostadas, ¿quieres?


Él asintió, un poco desconcertado con el placentero momento familiar.


Decidió entonces que no se interpondría más en los deseos de su padre. Si su voluntad había sido ayudarla, por él estaba bien. Rompería su renuncia y hablaría con el abogado en cuanto llegase a la ciudad. Paula tendría el dinero para terminar su hotel.


Ella se levantó para servirle el desayuno.


—¿Tienes lavadora y secadora? —preguntó él mientras ocupaba un asiento frente al suyo en la mesa.


Paula asintió, un tanto confusa.


—Es por mi ropa —explicó, señalando la manga de su camisa—. Necesitaré lavarla. A no ser que tengas unos vaqueros que puedas prestarme.


Ella se detuvo y le miró muy seria.


—Si te sirven mis vaqueros me suicido.


Pedro soltó una carcajada por su espontaneidad.


—Tendrás que apañarte con el albornoz rosa —continuó ella—. Pues estoy segura de que ese traje tiene que limpiarse en la lavandería.


Él la observó durante unos segundos antes de negar con la cabeza.


—Mi dignidad no lo soportaría. Así que me quedo con la opción de la lavadora.


Asintiendo, Paula se sentó de nuevo a la mesa.


El desayuno transcurrió con una animada charla entre ambos. Él le contó sus conclusiones acerca del proyecto. 


Ella le escuchaba con atención, interrumpiéndolo de tanto en tanto con alguna pregunta oportuna.Pedro decidió que no le hablaría de su cambio de opinión sobre la herencia, pues no quería tener que darle explicaciones de los motivos que le habían llevado a tal decisión. Así que trataron el problema del dinero que llevaba invertido y que todavía le quedaba por invertir.


—He gastado mucho en recuperar la estructura, y tengo un presupuesto astronómico para restaurar la galería. —Paula hizo una mueca de dolor antes de continuar—. No sé si lograré amueblar el año que viene.


Pedro dio otro sorbo a su segundo café.


—Podrías usar la casa como escaparate. —Él sonrió por su cara de confusión—. Negocia con las mueblerías y los artesanos. A ellos les interesará que sus muebles estén en un lugar por el que van a pasar un número importante de personas que disfrutaran de ellos durante días. Haz que todos los huéspedes sepan dónde conseguir las piezas que les gusten. Los muebles no serían tuyos, sino del comerciante que usa tu hotel para exponer su mercancía. 
Incluso podrías conseguir que se ocupasen de la decoración.


Tamborileando con el dedo índice sobre sus labios, Paula meditó en aquella idea que le parecía de lo más interesante.


 ¿Cómo no se le habría ocurrido antes?


—Eres muy bueno —exclamó, asintiendo y dedicándole una mirada de admiración—. Continúa, por favor.


Pedro notó que su sonrisa se ensanchaba de orgullo. 


Aunque había recibido cumplidos mucho mejores de importantes empresarios, aquel reconfortaba su vanidad mucho más de lo normal. Dio otro sorbo a su café y continuaron hablando sobre su futuro hotel.



****


A la mañana siguiente, tras comprobar que su idea de lavar y secar el traje había sido un éxito, Pedro bajó a desayunar esperando encontrar a su anfitriona en la cocina.


Sin embargo, Paula no estaba allí ni tampoco en la planta baja de la casa. Suponiendo que aún estaría en su habitación, él entró a la cocina para prepararse un café. 


Aunque sintió no deleitarse con uno de sus estupendos desayunos aquella mañana; sobre todo porque, tras otra noche dando vueltas en aquella horrible cama hinchable, lo que más le apetecía en el mundo era uno de sus ricos cafés.


Para su sorpresa, Paula había resultado ser una gran cocinera que nada tenía que envidiar a los chefs de los mejores restaurantes.


Después de saber que tendría que pasar allí los próximos días con su única compañía y sin teléfono ni conexión, Pedro creyó que iba a ser mejor poner su mejor disposición para la convivencia. Pero durante el día anterior y en más de una ocasión, se había descubierto disfrutando de la conversación como hacía tiempo no disfrutaba. El tiempo se les había pasado volando mientras hablaban largo y tendido sobre su Plan de Empresa y sobre el futuro hotel como negocio. Intercambiando opiniones en algunos puntos y discutiendo en otros, Pedro se dio cuenta de que ella tenía un gran sentido del humor y un perfecto dominio de la ironía.


En cierto sentido le recordó a su padre; a lo poco que conocía de su padre. Él jamás usaba la confrontación directa ante cualquier discrepancia, sino el sarcasmo, obligando al interlocutor a averiguar el punto disconforme y a evaluar su opinión. De esta forma, casi siempre salían vencedores de todas las discusiones y, en caso contrario, como no había lugar al conflicto directo, la discusión solía terminar en risas. 


Para lograr eso había que ser muy inteligente y su padre lo había sido; como lo era Paula. Claro que ella poseía además un bonito rostro, en donde sus brillantes ojos color plata hacían aún más difícil llevarle la contraria.


El sonido de la cafetera le indicó que su café estaba listo, y le devolvió a la soledad de la cocina. Agarró la taza por el asa y sopló ligeramente el contenido antes de dar el primer sorbo. Paseó la mirada por la habitación, equipada con todos los electrodomésticos necesarios, y decorada en un elegante estilo rústico, en concordancia con el resto de la casa. En una de las encimeras descubrió un periódico viejo y decidió ojearlo mientras se tomaba el primer café de la mañana.


Sin embargo, al pasar frente a la ventana que había sobre el fregadero, un movimiento en el exterior atrajo su atención. 


Pedro casi pegó la nariz contra el cristal al contemplar a Paula pasar con aire resuelto y decidido entre los charcos, hasta perderse de vista tras uno de los cobertizos. Al poco volvió a aparecer con una escalera de aluminio bajo el brazo dirigiéndose hacia el otro lado.


—¿Pero qué demonios está haciendo? —murmuró, sin apartar ni por un instante los ojos de ella.


Pedro arrugó el ceño y observó el cielo. El viento había arreciado durante la noche y el color de las nubes vaticinaba otra tormenta. Dejó la humeante taza de café olvidada en la encimera de mármol, y salió a toda prisa de la cocina. Debía ir a ver qué se traía entre manos aquella extraña y desconcertante mujer.








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