martes, 17 de noviembre de 2015

UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 29





Alguien llamó a la puerta de Paula y apenas había abierto la boca para pedirle a Sonia que abriera cuando se dio cuenta de que era media tarde y que su amiga estaría en el trabajo.


Se puso los pantalones del pijama, la gigante sudadera y fue hacia la puerta calzada con sus botas UGG. La abrió y allí se encontró a…


–¿Pedro?


Chaqueta de cuero. Vaqueros. Aroma a jabón y a aire de invierno. El corazón le dio un vuelco.


–Tenemos que hablar.


–¿Sí? ¿Ahora? Envíame un e-mail –le dijo cerrándole la puerta en la cara.


Él la detuvo con una mano firme.


–No sé el nuevo.


–De acuerdo –claro, su viejo e-mail había sido eliminado del sistema–. Pues entonces será mejor que pases.


Dejó la puerta abierta y fue hacia el sofá. Sacó una porción de pizza fría de una caja y le dio un mordisco como si eso fuera mucho más interesante que lo que él tuviera que decir.


–¿Cuánto tiempo tiene esa cosa? –preguntó olfateando en dirección a la caja de la pizza.


–No estaba en la nevera antes de marcharme a Tasmania, así que no será tan vieja. ¿Qué estás haciendo aquí, Pedro? Si has venido a pedirme que vuelva al trabajo… 


–No.


–Oh –se le cayó el alma a los pies; tal vez había ido a hacerla sentirse peor todavía.


–A menos que quieras volver.


–No –se dio cuenta de que había sido demasiado brusca en su respuesta y decidió suavizarla con un «gracias».


–Te gustará saber que las cosas están hechas un desastre sin ti.


–Sobreviviréis.


–Lo sé. Sonia dice que has estado ocupada con el ordenador.


–Sí. Voy a abrir mi propia productora. Empezaré con algo pequeño, documentales sobre la zona. Creo que tengo dotes para hacerlo bien.


Se quedó asombrada al ver en sus ojos un atisbo de algo que parecía respeto hacia ella, y eso le dio valor. Soltó la pizza y se echó hacia delante.


–Bueno, si no estás aquí para convencerme de que vuelva, ¿para qué has venido?


–Estaba esperando que me dieras la oportunidad de decirte unas cosas. Unas cosas que probablemente debería haberte dicho hace unos días.


Ella comenzó a sentir un calor por los dedos de los pies que fue ascendiendo por la pierna. No quería volver a empezar, no podía. Podía echarlo directamente, podía…


Pero tenía que aclarar las cosas bien y dejarlas cerradas si quería empezar de cero.


–De acuerdo. Habla.


Él se quedó mirándola mientras ella intentaba calmar el acelerado latido de su corazón. Le había hecho daño, pero lo amaba y probablemente seguiría amándolo durante mucho, mucho, tiempo y no podría amar a nadie más así.


Pedro sacudió las manos, estaba nervioso. Resultaba asombroso ver al gran Pedro Alfonso reducido a un puñado de nervios. Se cruzó de brazos y esperó a que le dijera lo que había ido a decirle.


–De acuerdo, allá voy. Llevo mucho tiempo siendo un hombre independiente y me gusta poder elegir lo que hacer un domingo por la mañana. Me gusta ser el dueño del mando a distancia. Me gusta que las cosas se hagan a mi modo.


«¿En serio?», pensó Paula mientras se sentaba sobre el brazo del sillón y lo dejaba hablar. Cuanto antes se lo dijera, antes se iría y antes ella podría tomarse una botella de vino.


–Mientras que tú… Tú eres una sabelotodo y tu familia es un culebrón andante. Eres una influencia alterante para mí.


Paula no lo seguía.


–Muy bien, pero me gustaría que fueras tan amable de no poner eso en una carta de recomendación si te la pido en el futuro.


Él la miró con el primer atisbo de humor que había mostrado desde que había llegado.


–Intento decir que has sido una inesperada fuerza en mi vida.


–¿Ah, sí?


–Desde el día en que te plantaste en mi despacho hasta el día en que aterrizamos en Tasmania no te he visto venir. Y es en ese sentido en el que tengo que pedirte un favor. –¿Qué es? –preguntó ella con la voz quebrada.


–Que lo que pasó en Tasmania nos lo hemos dejado en Tasmania.


–Creía que eso era lo que pretendías hacer.


–No me refiero a lo que pasó entre los dos allí. Fui un tonto al pensar que con alejarme todo sería muy sencillo.


Soltó aire por la boca intentado controlarse para no decir más de la cuenta.


–De acuerdo.


–Me refiero a ese último día, al modo en que actué, a las cosas que te dije y a las cosas que no te dije cuando me dijiste que me querías…


Paula deseó que hubiera empleado un eufemismo porque oírlo en voz alta resultaba demasiado doloroso. Se levantó y comenzó a caminar de un lado para otro.


–Paula, me pillaste por sorpresa precisamente porque todo eso me lo estabas diciendo tú.


–De acuerdo… –dijo aun sin saber qué estaba queriendo decir con eso.


–Te conozco, Paula. Sé que sabes lo que es perder a alguien. Sé que también te has enfrentado al rechazo por parte de alguien que te importa. Sé que eres una persona seria, cauta y considerada. La idea de que una mujer así fuera tan fuerte como para renunciar a todo y amarme… amar a un hombre que nunca deja que en su vida entre algo que no puede permitirse perder. Nunca, jamás en vida, he visto a alguien con tanta valentía.


Pedro, yo…


Él alzó una mano, necesitaba terminar.


–Por eso me quedé paralizado cuando me dijiste que me querías. No estaba nada preparado y me lo tomé mal. Me siento avergonzado por solo haber pensado en ello. La mirada en esos ojos… tanto dolor. Me apoderaría de todo ese dolor para sufrirlo yo si pudiera.


Pedro


–Por todo eso, lo siento.


El corazón de Paula pareció echarse a bailar y ahora esas palabras ya no parecían una despedida; era un nuevo comienzo.


–Pedro…


Prácticamente, él la hizo callar poniéndole una mano en la boca.


–Sé que me ha llevado un tiempo ser capaz de decirlo, pero la verdad es que ahora sé que estar solo es una miseria comparado a lo que sentí cuando me dijiste que era tu hombre y solo espero no haber llegado demasiado tarde.


Dio dos vacilantes pasos hacia ella y finalmente el cuerpo de Paula se inclinó hacia el como una flor hacia el sol.


–Paula –dijo con un tono de voz absolutamente adorable.


–¿Sí, Pedro?


Y entonces, por primera vez desde que había llegado, sonrió. Fue una lenta y sexy sonrisa.


–He venido a decirte que tú eres la mujer que quiero.


El recordatorio de la canción de Grease la hizo querer estallar en carcajadas. Y entonces comprendió que aquel momento del karaoke tal vez había sido una demostración de amor por su parte, y que él era un hombre de acción más que de palabras. ¿Cómo podía un hombre que nunca se había sentido querido saber cómo expresar el amor? Pero ella se lo enseñaría y se lo mostraría cada día durante el resto de sus vidas. Empezando desde ya.


Pedro Alfonso, mi guapísimo y terco hombre, tú eres a quien yo quiero. Debería haber sabido que necesitabas más tiempo. Siempre he sido más rápida que tú a la hora de ver el potencial que tienen las cosas.


Y él se rio con el comentario.


–Eres la mujer más descarada que he conocido nunca.


Ella se encogió de hombros.


–Es uno de mis mejores rasgos.


Lo acercó a sí y lo besó para demostrarle todo el amor que sentía por él. Él la tomó en brazos y la llevó al sillón.


–Esa cosa está tan blanda que me da miedo tumbarme y no poder volver a levantarme nunca.


–¿Y te parece un problema?


Él coló la mano bajo su sudadera y la acarició.


–En absoluto.



****


Separaron sus cuerpos empapados en sudor y cubiertos de calor y de pura felicidad. Pedro la besó en la nariz.


–Jamás pensé que diría esto y mucho menos que lo sintiera, en toda mi vida, pero gracias a ti puedo decir: «Te quiero». Te quiero, Paula Chaves.


¡Qué agradable era oírlo!


Lo rodeó con sus brazos y le susurró al oído:
–Yo también te quiero, Pedro Alfonso.


–Me alegra oírlo.


–¿Quieres volver a oírlo?


–Luego –respondió volviendo a besarla.









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