martes, 3 de noviembre de 2015

EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 6




El teléfono sonó a primera hora de la mañana. Era una enfermera del hospital, para informar a Paula de que Philip se encontraba estable y deseaba verla. Un poco temerosa de la conversación que iba a tener con su jefe, se puso unos vaqueros y una camiseta y salió a toda prisa de su casa.


Cuando llegó al hospital y la condujeron a su habitación, tuvo que respirar hondo para mantener la calma al verlo. Philip estaba muy pálido y yacía en la cama con una máscara de oxígeno y varios tubos que lo conectaban a toda clase de parafernalia médica. Aquello era grave, sin duda.


Tampoco le había pasado inadvertido que habían trasladado a su jefe a la misma ala donde había estado su padre cuando había muerto de un infarto fulminante. Al pensar que Philip podía dejarla con la misma brusquedad, se le encogió el corazón.


El médico le había diagnosticado neumonía y había dicho que, por el momento, necesitaba superar la fase crítica y descansar. Por eso, se quedaría más tiempo en el hospital con un tratamiento extra de antibióticos y oxígeno.


Cuando Paula se sentó a su lado y le dio la mano, Philip abrió los ojos y la saludó con la mirada. Ella le aseguró que todo saldría bien, que no debía preocuparse. Sin embargo, no estaba segura de que fuera cierto. El mejor amigo de su padre parecía tan frágil y tan… enfermo…


Después de haberse tragado las lágrimas durante su visita, Paula rompió a llorar nada más llegar a casa.


No fueron las últimas lágrimas que derramó aquella fatídica semana. Philip parecía mejor un día y, de pronto, empeoraba al siguiente. Ocupada con encargarse de la tienda y hablar con los médicos, ella se sentía abrumada por las emociones. 


A veces, tenía esperanzas de que su jefe se recuperara y otras temía lo peor.


Mientras, casi se había olvidado de su último encuentro con Pedro Alfonso. Sin embargo, una tarde, en el hospital, Philip le había dicho que quería hablarle de algo importante. 


Un par de días antes, ella le había informado de la oferta del millonario.


–Paula, quiero que contactes con el señor Alfonso y le digas que acepto – le rogó Philip con ojos tristes y tono de disculpa– . Es una decepción que no quiera continuar con el negocio de antigüedades, pero en mi situación, no puedo permitirme ser quisquilloso. En vista de que no he tenido más ofertas y que mi enfermedad me va a obligar a estar en cama unos meses más, cuando me manden a casa, necesitaré dinero para contratar a una enfermera. Ya sabes que no tengo familia. Pero, al menos, tengo bienes materiales que pueden ayudarme. La oferta de ese hombre ha sido muy generosa. ¿Puedes llamarlo y concertar una entrevista con él?


Paula hizo un esfuerzo por no delatar su nerviosismo por tener que hablar de nuevo con el francés.


–Haré lo que me pidas, Philip. Pero ¿no crees que podrías hablar tú con él en persona cuando salgas del hospital?


–Me temo que no puedo esperar tanto – repuso Philip– . Tengo que vender cuanto antes para poder pagar la factura del hospital. Te ruego que te ocupes de cerrar el trato por mí, Paula. He llamado a mi abogado para ponerle al corriente. Él te dará los documentos necesarios. Este es su nombre y su teléfono.


Philip sacó de la mesilla una hoja de papel escrita a mano y se la tendió.


–Él te explicará lo que necesites saber.


–Parece que has tomado una decisión – señaló ella, y se le tensaron los músculos al pensar en ver de nuevo a Pedro Alfonso.


–Sí, tesoro… así es.


–Pues me pondré manos a la obra cuanto antes. Mientras, debes descansar. No debes estresarte por nada.


Con una tierna sonrisa, Philip le apretó la mano.


–Debería haberte dicho esto antes,Paula. No sé cómo habría podido sobrevivir los últimos diez años sin ti. Tu lealtad, tu amistad y tu esfuerzo son lo más valioso para mí. No dudes que, si yo hubiera sido más joven, me habría enamorado de ti.


Sonrojándose, Paula sonrió también, y no pudo evitar recordar el comentario que Pedro Alfonsole había hecho respecto a estar celoso de su jefe. ¡Cuánto le gustaría restregarle por la cara su error! Sin embargo, no podía. 


Debía ser amable con él porque Philip necesitaba el dinero. 


Ella por nada del mundo echaría a perder la venta solo porque el francés le resultara irritante.


Al mismo tiempo, por otra parte, se acordó de cuando le había preguntado si la gente solía corresponder a su generosidad. Quizá fuera un hombre más perceptivo y sensible de lo que aparentaba, reflexionó ella.


–Eres muy amable, pero creo que estoy predestinada a seguir soltera – contestó– . Solo me he enamorado una vez en mi vida y lo pasé muy mal. No tengo ganas de repetirlo.


–Lo siento mucho. ¿No crees que podría ser distinto la próxima vez? Podría salir bien.


–No. Aparte de ti, no confío en los hombres. Creo que estoy mejor sola – confesó ella, encogiéndose de hombros– . Además, soy demasiado independiente y eso no les gusta Tendría que encontrar a alguien extraordinario para que me hiciera cambiar de opinión.


–Dale tiempo al tiempo, Paula.


Con una misteriosa sonrisa, el anciano cerró los ojos. Ella se levantó de su lado y, sin hacer ruido para no despertarlo, salió de la habitación.





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