martes, 3 de noviembre de 2015
EL SABOR DEL AMOR: CAPITULO 5
Como un adicto ansioso por conseguir su próxima dosis, Pedro se sentó en la cafetería que había frente a la tienda de antigüedades con el único y obsesivo pensamiento de convertirse en su propietario. El café se le quedó frío mientras, sumido en sus pensamientos, acariciaba la idea de entrar en la tienda y exigirle a Paula Chaves que aceptara su oferta.
Habían pasado tres días desde su reunión y no había recibido ninguna llamada para decirle que había cambiado de idea. ¿Habría tenido su jefe una oferta mejor de otra persona? La mera posibilidad le producía náuseas. Ansiaba poseer aquel edificio tanto como necesitaba el aire que respiraba y no podía soportar la idea de no lograrlo.
Al mirarse el Rolex, vio que llevaba allí sentado más de media hora, esperando tomar a Paula por sorpresa. Por lo general, tomar a las personas con la guardia baja solía dar sus beneficios. Su intención era invitarla a cenar para poder charlar amigablemente fuera del trabajo y conocerse un poco mejor. Si podía conseguir que confiara en él, no dudaba que acabaría convenciéndola de que le vendiera el edificio.
Sin embargo, Paula no había salido de la tienda ni una sola vez. Y él estaba corriendo el riesgo de que algún paparazzi lo descubriera allí sentado. La prensa estaba deseando mostrarlo como un hombre cruel y sin compasión.
Incluso en sus comienzos, cuando había empezado a tener éxito, se había dado cuenta de que muchas personas estaban celosas de sus logros… y de su riqueza. Por esa razón, la prensa pretendía siempre bajarlo de su pedestal, para que la gente se sintiera un poco mejor con sus propias vidas.
Lleno de impaciencia, miró al cielo. Estaba a punto de empezar a llover. No debería perder más tiempo allí, esperando. Nunca había sido alguien que esperara. Él siempre había propiciado sus propias oportunidades.
Pedro puso los ojos de nuevo sobre la tienda. Se llamaba El Diamante Oculto, un nombre bastante absurdo, pensó.
Después de todo, si estaba oculto, ¿de qué podía servirle a la gente? Los diamantes deberían estar expuestos para denotar la riqueza de sus propietarios, no escondidos.
Con un suspiro, se levantó. Las gotas de lluvia comenzaban a salpicar la acera. Estaba harto de esperar. Iba a entrar en la tienda para hacerle una oferta más persuasiva a Paula. Si a ella de veras le importaba ayudar a su jefe, debería estar agradecida de tener una segunda oportunidad para arreglar su error.
Paula estaba terminando sus anotaciones en el libro de cuentas cuando oyó la puerta. Se colocó la blusa de seda y se alisó la falda negra antes de salir del despacho, lista para atender a quien suponía sería un cliente de última hora.
Debería haber cerrado la tienda hacía un par de horas, pero había estado demasiado absorta en registrar las ventas del mes, deseando que hubieran sido mejores.
De forma automática, esbozó una sonrisa, preparada para recibir al recién llegado. Sin embargo, la sonrisa se le borró de la cara al ver quién era. ¿Qué estaba haciendo allí Pedro Alfonso? Llevaba vaqueros y una camiseta gris, con chaqueta negra. Pero estaba igual de guapo que con el traje.
Fuera, debía de estar lloviendo, pues él tenía los hombros de la chaqueta llenos de gotas de agua, igual que el pelo.
–¿Sueles tener abierta la tienda hasta tan tarde? – preguntó él, optando por mostrarse agradable.
Tensa, Paula se sintió hipnotizada por sus ojos azul cristalino.
–No. Pero estaba ocupada trabajando y no me di cuenta de la hora. ¿Qué puedo hacer por usted, señor Alfonso? Si espera hacerme cambiar de idea respecto a su oferta, lo siento. No quiero que pierda el tiempo.
–No lo sientas. Solo concédeme unos minutos para que podamos hablar.
–¿Con qué fin?
–¿Por qué no nos sentamos y te lo cuento?
Paula arqueó una ceja.
–Como ya le he dicho, mi decisión es inamovible.
Cuando vio a Pedro hacer una mueca, Paula adivinó que le estaba costando mucho mantener la calma. Sus palabras se lo confirmaron.
–No tienes ni idea de lo que es un buen negocio, ¿verdad, Paula? Me gustaría saber por qué tu jefe, Philip Houghton, tiene tanta confianza en ti. ¿Podrías explicármelo?
Entonces, fue ella quien tuvo dificultades para controlar su temperamento.
–Porque me preocupo por él, ¡esa es la razón! No tengo ningún interés oculto, solo quiero hacer lo mejor para él. Y lo mejor para él es vender la tienda de antigüedades entera, a alguien que la ame tanto como él.
–Es una idea muy noble, pero poco realista.
–¿Ha venido solo para decirme lo inepta que me considera, señor Alfonso? – replicó ella, cruzándose de brazos, furiosa– . Por si le hace sentir mejor, le diré que me he pasado la noche sin dormir por culpa de todo este asunto. Sería muy fácil presentarle su oferta a mi jefe y decirle que ha tenido suerte por poder vender la tienda, recordarle que el negocio de las antigüedades está de capa caída y que debe aprovechar la oportunidad. Pero no podría ser tan cruel. No, cuando sé lo mucho que esta tienda significa para él. Si simplemente estuviera interesado en vender un edificio con encanto en una buena zona, ya lo habría hecho. Pero mi jefe quiere que su negocio perviva. ¿Qué cree que pensaría si yo aceptara su oferta y le confesara que usted no está en absoluto interesado en las antigüedades?
Pedro se quedó pensativo. Y sonrió.
–Creo que pensaría que no puede ponerse sentimental. Al final, sin duda, necesitará dinero para pagar la cuenta del hospital. Yo creo que esa es su mayor prioridad, ¿no es así?
Sus palabras tenían perfecto sentido y, de pronto, a Paula se le llenaron los ojos de lágrimas de frustración.
Pedro acortó la distancia que los separaba con un par de pasos e impregnó el aire con su exótico y masculino aroma.
–Estás disgustada. ¿Hay algo que pueda hacer? ¿Por qué no vamos al despacho y te preparo una taza de té?
–No quiero té. Lo único que quiero… ¡Solo quiero que se vaya! – gritó ella, sin poder evitar parecer una niña rabiosa.
Estaba harta de mantener la compostura.
No obstante, el hombre que tenía delante no se movió. Sus impresionantes ojos azules se tornaron inesperadamente cálidos… incluso, tiernos. Alargó la mano y la posó en el brazo de ella con suavidad.
Con el corazón acelerado, ella se dejó acariciar.
–Tu jefe acertó al pedirte que te ocuparas de la venta de su tienda, Paula. Aunque quizá te cargó con una responsabilidad demasiado pesada. No lo digo para criticarte, pero no tienes talento para los negocios.
Comprendo que amas tu trabajo y te gustan las antigüedades, descubrir la historia que esconde cada una…
Aunque él tenía razón, Paula no quiso delatar cuánto le afectaba su comentario. Sin duda, aquel hombre no tenía piedad y cualquier confesión personal que le hiciera acabaría jugando en su contra.
–Puede ser que mi fuerte no sean los negocios, eso ya lo sé. Pero amo las antigüedades y sé que mi jefe solo quiere vender si su tienda sigue funcionando. Significa mucho para él.
–Por eso, deberías darme un poco más de tiempo y escuchar lo que tengo que decirte, Paula.
–¿Por qué? ¿Va a decirme que ha decidido continuar con su negocio después de todo?
Pedro negó con la cabeza.
–No. Siento decepcionarte, pero no voy a hacer eso. No he cambiado de idea al respecto.
–Entonces, no creo que esté interesada en escucharle.
–Si aceptas cenar conmigo esta noche, te lo explicaré.
Aunque la mayoría de las mujeres se hubieran sentido halagadas ante su invitación, Paula solo levantó la barbilla con gesto desafiante, para demostrar que no era una de ellas.
–Gracias, pero no.
–¿Tienes otro compromiso?
–No, pero…
–¿No quieres escuchar lo que tengo que decirte, aun cuando podría ser algo beneficioso para tu jefe?
–¿Cómo puede ser ventajoso para él? Ha dicho que no está interesado en el negocio, que solo quiere el edificio.
Pedro Alfonso clavó en ella su mirada de acero, contrariado.
–Como te he dicho… cena conmigo y deja que te lo explique.
Molesta, Paula se sonrojó.
–Creo que solo es un truco. Si tiene algo que decir que pueda interesarle a mi jefe, dígalo de una vez.
–Muy bien. Aunque siento que no quieras cenar conmigo, te aseguro que no es ningún truco. Lo que pasa es que sé por experiencia que los mejores tratos se cierran con una buena botella de vino y una buena comida – insistió él, usando una de sus más seductoras sonrisas.
–¿De verdad? Pues me temo que no estoy de acuerdo – repuso ella, esforzándose por ser inmune a sus encantos.
–¿No quieres ni siquiera hacer la prueba?
Incapaz de apartar la mirada de sus hipnóticos ojos, Paula titubeó.
–No… yo… no…
Sin embargo, al sentir la radiante mirada de él, su resistencia se derritió. Bajo aquella conversación educada y correcta, sus ojos mantenían una comunicación alternativa, mucho más sensual. Paula no podía negarlo. El irresistible Pedro Alfonso la cautivaba, encendía sus sentidos y le hacía desear satisfacer sus impulsos…
Pedro se acercó un poco más con ojos brillantes como el fuego. En un instante, la tomó del brazo y la apretó contra su pecho.
A Paula se le aceleró el pulso a toda velocidad. Lo único que pudo hacer fue quedarse mirándolo. Era innegable que la excitaba aunque, al mismo tiempo, su poderosa presencia la irritaba. Pero era tan fuerte y estaba tan bien formado…
–Que Dios me perdone, pero… – murmuró él con tono grave y sensual.
El tiempo se detuvo tras sus palabras. Su siguiente movimiento fue muy breve, tanto que ella fue incapaz de impedírselo.
Un beso urgente y apasionado la dejó sin respiración, aplastándola contra su pecho. Dejándose llevar, sintió cómo sus labios se movían y la acariciaban. Cautivada por completo, no se le ocurrió en absoluto apartarlo.
Entonces, poco a poco, su cerebro cayó en la cuenta de lo peligroso que era todo aquello y recuperó el sentido.
Conmocionada y sorprendida, se zafó del abrazo del francés y se frotó los labios con la mano.
–¡Su arrogancia, Pedro Alfonso, es increíble! – le espetó ella, mirándolo a los ojos– . No sé qué cree que estaba haciendo, pero me parece que es mejor que se vaya.
Paula tenía el corazón acelerado y le ardía el cuerpo. De antemano, estaba segura de que le iba a ser muy difícil olvidar aquel beso.
–No era mi intención besarte, Paula. Pero, por alguna razón, el deseo ha sido más poderoso. Me molesta tanto mi reacción como a ti. Si de veras no quieres venir a cenar conmigo, lo único que me queda hacer es contarte el acuerdo que había pensado proponerte.
Acto seguido, Pedro hizo una pausa, como si necesitara tiempo para reorganizar sus pensamientos. Su rostro estaba un poco sonrojado, prueba de que era cierto que el deseo le había resultado irresistible. Aunque Paula tampoco sabía cómo interpretarlo. Ella era una chica normal y él… era un Adonis viviente.
–Sé que es importante para ti conseguir un buen trato para tu jefe. Y le he dedicado bastante tiempo a pensar en cómo podía lograrlo. Esta es mi nueva oferta.
Entonces, Pedro se metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó un trozo de papel. Lo desdobló y se lo tendió a Paula.
Ella se quedó con la boca abierta cuando vio la cantidad que estaba dispuesto a pagar por el privilegio de poseer el edificio. Había doblado su oferta inicial. Durante unos momentos, no supo qué decir.
–Esta cantidad de dinero puede cambiarle la vida a Philip, Paula. ¿Por qué ibas a rechazar la oportunidad de hacer su vida más fácil? Si quisieras persuadirle de que lo mejor es venderme la propiedad, estoy seguro de que él te lo agradecería. Si acepta, podrá vivir el resto de su vida sin preocupaciones. Sin duda, tú también estarás contenta, Paula, porque la salud de tu jefe mejorará. Y, por último, yo estaré complacido, por tener el edificio que deseo.
–Siempre tiene que conseguir lo que desea, ¿verdad? Usted no conoce el sentido del altruismo, ¿me equivoco? No le importa la salud de mi jefe, ni si estoy feliz o no. ¿Por qué iba a importarle? ¡No sabe nada de nosotros! Cuando ve algo que quiere, está dispuesto a hacer cualquier cosa, pagar lo que sea, para conseguirlo. ¿No es así como funciona la gente como usted?
Como única respuesta, Pedro se rio. Fue un sonido grave y sensual que le caló a Paula hasta los huesos.
–Touché… tienes razón. Eres una mujer inteligente.
–¡No me hable con tono paternalista!
Suspirando, él se cruzó de brazos y la miró con atención.
–Nunca me atrevería a hacerlo. Prefiero tenerte de mi lado a tenerte como enemiga. Por cierto, tus ojos son de un color increíble. Sin duda, te lo han dicho muchas veces. ¿De qué tono son? A mí me parecen violetas.
Paula no había esperado un comentario tan personal, a pesar de la pasión con que la había besado, y durante unos segundos se quedó estupefacta. No podía pensar y, mucho menos, encontrar las palabras para responderle.
–El color de mis ojos no tiene nada que ver con esto. Esta conversación no va a ninguna parte. Ahora, tengo que cerrar la tienda y usted debe irse.
–Todavía no. No me has dicho lo que piensas hacer.
–¿A qué se refiere?
–¿Vas a hablar con tu jefe para que acepte mi oferta? – quiso saber él, arqueando las cejas.
Paula todavía tenía entre los dedos el trozo de papel que él le había dado. Lo dobló y se lo metió en el bolsillo de la falda.
–Le diré cuánto ofrece, claro que sí. Pero, si me está pidiendo que lo convenza para que acepte, no. No lo haré. Philip toma sus propias decisiones, siempre lo ha hecho y siempre lo hará. Yo no tengo influencia sobre él, ni quiero tenerla.
–No te creo – repuso él, poniendo los brazos en jarras con una sonrisa en los labios– . Percibo que eres una mujer prudente y sensible, Paula. Estoy seguro de que Philip sabe apreciarlo. Si sabe que te preocupas por sus sentimientos y quieres lo mejor para él, apuesto a que respetará cualquier opinión que tengas sobre el asunto.
–Incluso así, no me sentiría bien si le persuadiera de vender solo el edificio cuando él lo que quiere es que su negocio de antigüedades no se pierda.
–¡Pero él debe de saber que su negocio ha dejado de ser viable!
–¿Cree que voy a decirle eso? Ha sido el trabajo de toda su vida y está enfermo. No podría decirle una cosa así.
–Estoy seguro de que podrás encontrar las palabras adecuadas para decirlo con tacto y compasión. Es obvio que te preocupas mucho por él.
–Sí.
–Entonces, es un hombre afortunado.
–Yo soy la afortunada. Si no me hubiera enseñado el negocio, nunca habría logrado encontrar un trabajo que me apasione tanto como este.
–Apuesto a que ha sido un placer para él enseñarte, Paula. ¿Para qué hombre no lo sería? No solo eres una mujer hermosa con unos preciosos ojos violeta, sino que estás entregada a lo que haces.
Paula notó que se sonrojaba.
–Creo que se equivoca, señor Alfonso. Philip no se siente atraído por mí, si es eso lo que insinúa, ni yo siento atracción por él. Por todos los santos, ¡es un anciano de más de setenta años!
Pedro se apresuró a disculparse.
–Lo siento si te he ofendido. Pensé que debía de ser un hombre de mediana edad. Tengo que confesarte que me ponía un poco celoso de escucharte hablar de él con tanta adoración.
Paula se quedó con la boca seca, sin saber qué decir. Sus cumplidos y el que confesara que se había puesto celoso de Philip… Era una locura. Proviniendo de un hombre que podía tener a la mujer que quisiera, era ridículo.
Al darse cuenta de que lo más probable era que la estuviera halagando para llevarla a su terreno, ella apretó los dientes. Pedro Alfonso era más peligroso de lo que había creído.
–Mire… es mejor que se vaya. Lo digo en serio. Le llamaré si el señor Houghton me da algún mensaje para usted.
Durante un instante, Pedro se había olvidado de lo que lo había llevado allí. De pronto, se había quedado hipnotizado por los ojos violetas de aquella increíble mujer.
La atracción que sentía por ella era sorprendente. Sobre todo, porque Paula Chaves no era la clase de mujer con la que solía salir. No era rubia, ni despampanante. Era bajita y delgada, con el pelo moreno y corto. Aun así, el brillo apasionado de sus ojos, junto con su determinación, la hacían extrañamente irresistible.
Era algo nuevo para él, pues solía preferir mujeres más sumisas. Le gustaba ser él quien llevara las riendas.
Recuperando la cordura con rapidez, Pedro comprendió que iba a tener que desistir, por el momento, y esperar a que Paula hablara con su jefe.
–De acuerdo. No te voy a presionar más. Pero dime, ¿puedo hacer algo por ti, Paula? Alguien tan generoso como tú, que se preocupa tanto por los demás, ¿siente su bondad recompensada? Me gustaría saber si hay algo que desees en el fondo de tu corazón. Si es así, no tienes más que decirlo y haré lo que esté en mi mano para dártelo.
–¿Por qué iba a hacer tal cosa? Sospecho que es porque tiene un motivo interesado.
–Me ofendes – dijo él, llevándose la mano al pecho con una sonrisa.
–Si pudiera satisfacer lo que deseo en el fondo de mi corazón, sería un hombre especial. ¿No se le ha ocurrido nunca que algunos deseos no pueden comprarse con dinero? – repuso ella en tono retador.
Pedro se encogió de hombros.
–Reconozco que no he pensado mucho sobre ello. Prefiero centrarme en las cosas materiales y tangibles, no me gusta lo abstracto.
–En su mundo, los sentimientos son algo abstracto, ¿verdad?
–¿Por qué no cenas conmigo y lo hablamos?
Paula hizo una mueca.
–¡Preferiría cenar con una boa constrictor! Al menos, sabría a qué me enfrento.
A pesar de su decepción por la desconfianza de Paula y porque sus posibilidades de hacerse con el edificio parecían escasas, Pedro no pudo evitar sentirse intrigado por su comentario. Por alguna razón, le resultó muy seductor.
–No me halagas, Paula, pero lo que has dicho es gracioso.
–Debe dejar de llamarme Paula. Para usted, soy la señorita Chaves.
Pedro sonrió.
–Veo que te sientes muy afectada por mí, ¿a que sí? Bien, por el momento, me iré. Pero no hemos terminado, ni de lejos, Paula.
Entonces, Pedro abrió la puerta y, con una mueca de resignación, salió a la lluvia.
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