jueves, 19 de noviembre de 2015
CULPABLE: CAPITULO 7
Paula no pensaba darle la noticia de esa manera.
Su intención era mostrarse un poco más vulnerable. Por eso había ido vestida con su uniforme de camarera, para demostrarle cómo vivía en realidad.
Quizá fuera ridículo que intentara suscitar su compasión por segunda vez, pero necesitaba que comprendiera que no vivía por todo lo alto gracias a su dinero, porque justamente era su dinero lo que necesitaba.
Para su nueva vida. Para ella.
Para el bebé.
Era surrealista que fuera a tener un bebé con un extraño.
Que fuera a haber una persona que compartiera el ADN con él y con ella. No parecía justo. Ni para ella, ni para el niño. Y no le importaba si para Pedro era justo o no.
Había ciertas cosas que nunca podría proporcionarle al bebé con sus ingresos. Y no debería sentirse avergonzada por ello. Asegurarse de que el bebé estuviera bien cuidado, y de que tuviera todo lo que merecía, implicaba sacrificar su orgullo.
No quería que él adoptara el papel de padre y tratara de formar una familia feliz con ella. Solo deseaba su dinero.
Quería lo mejor para el bebé. E intentaría aprender a ser una buena madre. Quería aprender a ser otra cosa aparte de ladrona.
Habían pasado treinta segundos desde que había soltado la noticia bomba y Pedro todavía no había dicho ni una palabra. Tenía derecho a asombrarse, igual que se había asombrado ella al hacerse la prueba. Al ver la rayita rosa que cambió su vida.
Sí, habían utilizado preservativo, pero ya se sabía que era un método que a veces fallaba.
Aun así, no podía evitar sentir que la habían castigado por cómo había manejado el asunto. Si hubiese rechazado la propuesta de Pedro, estaría en la cárcel en lugar de esperando a un bebé.
En cierto modo, tenía esperanzas positivas puestas en el bebé. Aquello podía ser el inicio del cambio hacia una nueva vida.
–¿Esa es tu manera de dar una noticia? – preguntó Pedro momentos después.
–Supongo que sí. No era mi plan, pero no esperaba que fueras tan desagradable. Supongo que ese ha sido mi primer error. Después de todo, nos hemos acostado.
–Empleamos protección – dijo él con frialdad.
–Sí, y yo hablé con los planetas cuando vi que se me retrasaba el período. No sirvió de nada.
–¿Y cómo sé que después de que nos separáramos no saliste corriendo para acostarte con el primer hombre que te cruzaras? ¿No será una venganza? ¿No intentarás hacerme creer que este bebé es mío?
Paula notó que la rabia la invadía por dentro.
–¿Cómo te atreves? Tú, el que me chantajeó para acostarse conmigo. Me robaste la virginidad a cambio del dinero que te robó mi padre. Un dinero que yo ni siquiera toqué – esa parte era verdad– . Tú eres el malo de esta película, Pedro Alfonso. No me quedaré impasible ante tus acusaciones. No permitiré que te quedes ahí, mirándome como si fueras superior cuando la realidad es que me obligaste a acostarme contigo.
–Puede que hiciera alguna de esas cosas, pero no te obligué a acostarte conmigo. Dijiste: sí, sí, por favor. Y te di lo que me suplicabas.
Ella miró a otro lado, sonrojándose.
–Era virgen. No hacía falta mucho para hacerme perder la cabeza.
–Ahora no te hagas la víctima. Yo nunca habría llegado tan lejos si no me lo hubieras pedido.
–¿De veras quieres decirme que no pretendías terminar manteniendo una relación sexual conmigo?
Pedro hizo una pausa y apretó los dientes.
–No. Lo único que deseaba era que me lo suplicaras, pero fuiste mucho más convincente de lo que esperaba.
–No olvides que tú también suplicaste.
–No tuve que suplicar mucho tiempo, ¿a que no?
–Te odio – dijo ella. Tragó saliva y preguntó indignada– : ¿Qué nos has hecho?
–Tu inexperiencia no disculpa tus actos, así que no me eches la culpa de todo a mí.
–Ah, ¿no quieres ser culpable? Entonces, quizá no deberías ir por ahí como si fueras el dios del universo. No puedes ser todopoderoso y no ser culpable. Me amenazaste, me hiciste sentir como si tuviera que obedecer para no acabar en la cárcel. Sí, reconozco que al final acepté, pero, si no me hubieras obligado, no habría ido a tu habitación. Es evidente que me he pasado la vida alejada de los hombres y de su habitación de hotel, así que, la tuya no iba a ser una excepción.
–Bien. Fui un monstruo. ¿Eso es lo que quieres oír? ¿Así se calma tu dolor? No debería, igual que tampoco cambia la situación.
–Me sorprende que admitas que eres un monstruo – dijo ella.
–Nunca me ha preocupado que me consideraran un hombre amable. No me importa si me comporté o no acorde a las normas morales. Yo quería triunfar. Lo hice, y lo seguiré haciendo. Lo demás es secundario. Tendré lo que es mío, y esa es mi mayor preocupación.
–No puedo devolverte el dinero. No sé dónde está mi padre. Si lo supiera, te aseguro que lo contaría. No lo estoy protegiendo. No soy tan sacrificada. Me acosté contigo para que me evitaras problemas, porque no querías escucharme. Te habría entregado a mi padre sin dudarlo, solo para evitar lo que pasó.
–Todo esto está de más – dijo él– . ¿Qué es lo que quieres?
–Quería que supieras lo del bebé porque quería darte la oportunidad de elegir si quieres formar parte de su vida o no.
Él la miró fijamente.
–¿Y qué papel esperas que juegue en la vida de un niño?
–Supongo que el papel de padre, puesto que es el papel que jugaste a la hora de concebirlo – ella sabía que él no iba a aceptarlo, pero tenía que preguntárselo. No había conocido a su madre y su padre siempre había estado distante. Debía darle a Pedro esa oportunidad.
Aunque sabía que él la rechazaría. Y ella se alegraría, porque lo último que quería era tener cualquier implicación con él.
Aparte del apoyo económico que sin duda él le ofrecería, y que ella y su bebé tanto necesitaban.
–No tengo ni la más mínima idea de cómo ser padre. No tuve uno.
–Bueno, yo no tengo madre y estoy a punto de convertirme en una. Al parecer, el hecho de que no se tenga padre o madre no es una forma efectiva de evitar el embarazo.
–No veo por qué quieres que me implique en la vida de ese bebé.
–Entonces, no lo hagas. Eso sí, tendrás que pagarle una pensión. No pienso criar a mi hijo sin dinero mientras tú cenas en sitios elegantes y pones los pies en alto en tu lujosa villa italiana.
–Por supuesto que pagaré una pensión de manutención. Si el niño es mío.
–Es tuyo. No he estado con ningún otro hombre. Nunca. Mi primera vez fue en tu suite del hotel. Y ha sido la única vez – tragó saliva– . Sé que lo sabes. Por otro lado, tú has estado con tantas mujeres que seguro que no sabes ni la cifra. Cuando fui a hacerme el análisis de sangre para confirmar mi embarazo, pedí que me hicieran un análisis completo para asegurarme de que no me has transmitido ninguna enfermedad.
–Siempre uso protección – contestó él, esbozando una sonrisa.
–Y es evidente que no siempre es eficaz.
–¿Necesitas dinero para el médico? – preguntó él.
–Lo necesitaré. A menos que pueda pedir alguna ayuda…
–¿Cuándo puedes hacerte la prueba de paternidad?
Ella cerró los puños. Comenzaba a sentirse un poco mareada.
–Dentro de unas semanas. Y por lo que he oído existe el riesgo de sufrir un aborto.
–Tú decides. Háblalo con tu médico, pero, si aceptas mi ayuda durante el embarazo y cuando nazca el bebé se descubre que no es mío, me deberás todo el dinero que te haya dado.
–Es probable que elija la segunda opción. Estoy completamente segura de cuál va a ser el resultado. No me preocupa deberte nada.
–Estupendo – dijo él– . Me ocuparé de que abran una cuenta para tus gastos médicos. Después del parto, cuando hayamos establecido legalmente la paternidad, acordaremos una pensión de manutención.
Ya estaba. Había ganado. Él había aceptado pasarle una pensión. Ella podría ofrecerle una buena vida a su hijo. Y él no iba a estar presente.
Por algún motivo, la sensación de victoria era mucho más vaga de lo que ella había imaginado. De hecho, no se sentía triunfadora. Solo un poco mareada.
Quizá porque estaba en shock. Llevaba así desde el momento en que se hizo la prueba de embarazo.
Era difícil sentirse triunfadora cuando todo aquello le parecía aterrador. Extraño.
–Supongo que sabes cómo contactar conmigo – dijo ella.
–Y tú también sabes dónde encontrarme. Evidentemente.
–¿Eso es todo?
Él se encogió de hombros y se dirigió a su silla detrás del escritorio.
–A menos que tengas otra pregunta. O alguna información acerca del paradero de tu padre.
–No.
–Es una pena. Infórmame cuando tengas los resultados de la prueba de paternidad.
–Quieres decir cuando nazca el bebé.
–Imagino que será a la vez – dijo él, mirando a otro lado, como si ella ya se hubiera marchado.
–Te llamaré. O a tu secretaria – dijo ella, y salió por la puerta.
Consiguió mantener la compostura hasta llegar a la recepción. Una vez allí, comenzó a llorar. Estaba temblando.
No sabía por qué le importaba tanto si él se interesaba o no por su hijo. No quería que lo hiciera. ¿Por qué se sentía tan culpable?
«Porque sabes lo doloroso que es. Sabes que el dolor perdura».
Ella conocía el dolor del abandono y sabía que no se pasaba.
Odiaba que su hijo comenzara la vida como ella había empezado la suya. Y le parecía aterrador que las necesidades de su hijo le parecieran más importantes que las suyas.
Ella continuó caminando y, nada más salir del edificio, tomó una bocanada de aire fresco. Toda su vida estaba cambiando. No era el fin del mundo, solo el comienzo de uno diferente. Y no, su hijo no tendría padre, pero ella sabía por experiencia que era peor tener un padre horrible que no tener ninguno.
Y su hijo tendría una madre. De eso no había dudas.
Era aterrador. Era una camarera de veintidós años que acababa de empezar su propia vida y, desde luego, no quería mantener la forma de vida que su padre había tratado de inculcarle. Una forma de vida en la que ella había participado porque no sabía qué más podía hacer.
Aún no sabía qué hacer, pero con la ayuda económica que Pedro iba a proporcionarle, no tendría que participar en más engaños. Quizá buscaría una casa en el campo. Quizá pudiera hacerse amiga de otras madres. Quizá tuviera que inventarse una historia acerca de sus orígenes y de lo que le había sucedido al padre de su bebé.
A lo mejor, ese podría ser su último engaño. Una forma de vida. Algo normal, algo feliz.
La idea la hizo sonreír.
Las cosas iban a cambiar, pero era lo que necesitaba.
Desesperadamente. Necesitaba cambiar. Tal vez, era la oportunidad de tener una verdadera relación. De amar a alguien sin reservas. Y de sentirse amada.
Un amor que ni su hijo ni ella tendrían que ganarse.
Cerró los ojos y se secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas. No necesitaba que Pedro Alfonso fuera feliz. Ni tampoco su hijo.
Todo ese asunto de su padre había comenzado con uno de los errores más grandes de su vida, pero quizá pudiera suceder algo asombroso de ello.
En cualquier caso, era un capítulo nuevo. Había terminado con su padre. Había terminado con la vida que habían llevado juntos. Y ya no iba a estafar a nadie más.
También había terminado con Pedro, excepto por el apoyo económico que él iba a ofrecerle. Era una vida nueva, un nuevo comienzo.
Y tras haber superado la parte más difícil, estaba preparada para empezar.
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