martes, 13 de octubre de 2015

EL AMOR NO ES PARA MI: CAPITULO 1





Los dedos de Paula se detuvieron en seco cuando una voz furibunda retumbó por toda la casa como un trueno.


–¡Paula!


La joven se miró las manos. La harina de maíz se le había metido debajo de las uñas.


«¿Y ahora qué?», pensó.


Podía intentar ignorarle, pero… ¿qué sentido tenía? Su jefe, siempre brillante, malhumorado y volátil como la pólvora, quería algo y lo quería para el día anterior, o antes, a ser posible. Pedro Alfonso era un hombre decidido, entregado a su trabajo y a las metas que quisiera conseguir, incluso cuando operaba al cincuenta por ciento de su capacidad habitual. Ese cincuenta por ciento de su capacidad, no obstante, hubiera sido «pleno rendimiento» para la mayoría de los hombres.


Paula hizo una mueca. ¿No había roto la paz suficientes veces durante las semanas anteriores, con sus órdenes incesantes y su mal talante? Paula sabía que esa vez tenía una buena razón para mostrarse más exigente que nunca, pero aun así… Había perdido la cuenta de todas las veces que había tenido que morderse la lengua cada vez que escupía una orden con arrogancia y prepotencia. A lo mejor esa mente privilegiada suya se centraba en otra cosa si fingía que no le había escuchado. A lo mejor, si lo deseaba con suficiente ahínco, él acabaría yéndose y la dejaría tranquila.


«Preferentemente para siempre», pensó Paula.


–¡Paula!


El grito había sonado más impaciente que nunca, así que Paula se quitó el delantal y se soltó la coleta. Se lavó las manos rápidamente y se dirigió hacia el complejo del gimnasio, situado al fondo de la casa. Pedro Alfonso estaba en su sesión de rehabilitación con el fisioterapeuta.


Se suponía que estaba haciendo rehabilitación, tras aquel accidente de coche al que había sobrevivido de milagro, pero Paula ya empezaba a preguntarse si esas sesiones no habrían pasado del plano profesional al personal. De ser así, eso seguramente explicaba por qué la fisioterapeuta, sobria y seca en un principio, había empezado a ponerse cada vez más maquillaje y a envolverse en una nube de perfume antes de llamar a la puerta. Pero eso era lo normal. Pedro Alfonso tenía algo especial para las mujeres. Era algo que tenía que ver con esa apariencia sureña y rústica y esa voracidad con la que vivía la vida y que muchas veces le hacía rozar el peligro.


No había nada que se interpusiera en el camino de Pedro Alfonso. Tenía una habilidad extraordinaria para hacer que las mujeres cayeran rendidas a sus pies, aunque estuviera tumbado en una cama de hospital. ¿Acaso no se habían presentado en la casa casi todas las enfermeras cuando se había marchado del hospital por voluntad propia, sin que le dieran el alta? Habían desfilado por la puerta, esbozando sonrisitas nerviosas y dando excusas vagas para justificar sus inesperadas visitas. Pero Paula sabía muy bien por qué estaban allí. Un millonario sexy y obligado a estar en la cama era un objetivo irresistible. Sorprendentemente, no obstante, las había despachado a todas con rapidez, incluso a la
rubia platino de las piernas largas.


Paula se alegraba de ser una de las pocas mujeres que eran inmunes al encanto del argentino, aunque la verdad era que jamás había intentado encantarla. Tal vez esa era una de las ventajas de ser del montón. Un jefe digno de la portada de una revista siempre la miraría como si fuera parte del mobiliario, pero eso le daba libertad y le permitía hacer su trabajo y esforzarse para conseguir un futuro mejor. Además, no podía olvidar todas esas cosas malas que también tenía, como su egoísmo, una inquietud constante y una temeridad peligrosa, por no hablar de esa pequeña manía de dejar tazas de café por toda la casa.


Al llegar al complejo del gimnasio, Paula titubeó un momento y se preguntó si no era mejor esperar a que terminaran de darle el masaje.


–¡Paula!


¿Acaso la había oído acercarse, aunque sus pasos fueran prácticamente inaudibles con esas zapatillas viejas que llevaba? Se decía por ahí que los sentidos de Pedro Alfonso eran tan finos como sus coches, y que era por eso por lo que había sido el rey de las carreras durante tanto tiempo.


Paula se lo pensó dos veces, no obstante.


–Paula, ¿vas a dejar de merodear y a entrar de una vez?


Su tono de voz, aún más alto, sonaba arrogante y dictatorial. 


Muchos se hubieran sentido ofendidos, pero a esas alturas Paula ya estaba acostumbrada a Pedro Alfonso.


«Perro ladrador, poco mordedor», se dijo, aunque tampoco estuviera segura del todo.


Al parecer, a su novia más reciente le encantaban sus mordiscos.


¿Por qué si no se empeñaba en presentarse en el desayuno durante su breve aventura para exhibir los cardenales que tenía en el cuello como si fueran motivo de orgullo, como si hubiera pasado la noche en brazos de un vampiro?


Consciente de que no podía posponer más el momento, Paula abrió la puerta del gimnasio y entró. Pedro Alfonso estaba tumbado boca abajo sobre la estrecha mesa de masajes, con la cabeza apoyada sobre las manos. Su cuerpo bronceado se dibujaba a la perfección sobre la sábana blanca. Su mirada la atravesó de inmediato y sus ojos negros reflejaron algo que parecía alivio.


«Extraño», pensó Paula. Se toleraban bastante bien el uno al otro, pero no había ningún tipo de afecto entre ellos. O tal vez no era tan extraño después de todo. Rápidamente notó la tensión que había en la habitación y se percató de dos cosas. Mary Houghton, la fisioterapeuta, estaba de pie en el extremo más alejado de la estancia. Parecía respirar con dificultad y no levantaba la vista de sus zapatos. Pedro, por otro lado, estaba completamente desnudo. Lo único que le tapaba era un conjunto de tres toallas situadas estratégicamente en torno a la ingle.


Paula sintió un rubor repentino en las mejillas y no pudo evitar enojarse consigo misma. ¿No tendría que haber tenido la decencia de cubrirse antes de decirle que entrara? Esa no era forma de recibir a un empleado, y él debía de saberlo. Le resultaba incómodo verle así, semidesnudo, con el pecho y las piernas al descubierto.


Llevaba mucho tiempo manteniéndose al margen de los hombres y de todas las complicaciones que acarreaban. La experiencia la había hecho desconfiada, pero, por una vez, todos sus miedos y complejos respecto al sexo opuesto quedaron suspendidos durante unos segundos mientras contemplaba a su jefe con fascinación.






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