domingo, 13 de septiembre de 2015

MARCADOS: CAPITULO 16





De regreso a la cabaña, Pedro pensó en las dos horas que acababan de pasar, sobre todo el tiempo que habían pasado en las aguas termales. Había acudido allí plenamente decidido a tener el sexo con Paula. A fin de cuentas ella le había transmitido las señales apropiadas.


Sin embargo, se había contenido por varios motivos. El estado de Paula era vulnerable. Cierto que había pasado más de un año desde la muerte de su marido, y quizás estuviera preparada para pasar página de su matrimonio, pero, por otra parte, acababa de sufrir una experiencia traumática, el incendio. Ella misma había reconocido que se había sentido sola tras la muerte de sus padres y por eso se había unido a Claudio. No quería que se uniera a él por el mismo motivo.


Quería ser deseado por sí mismo. Un compromiso fallido había bastado para volverlo cauteloso.


Después de ese íntimo contacto, habían salido de la poza y habían disfrutado de unas fresas con queso, pan y agua. 


Podrían haberse dado placer de nuevo, pero tras la reacción de Paula a sus caricias, la mirada casi inocente, Pedro se había sentido inquieto, turbado como no se había sentido jamás. Quizás la reticencia a dejarse llevar se debía al temor de ser también vulnerable.


Afortunadamente, el ruido del todoterreno dificultaba cualquier conversación, pero al llegar a la cabaña, ralentizó la marcha. No quería despedirse de Paula sin más.


–Dejaré el coche en el aparcamiento y te acompañaré a la cabaña.


El sol se estaba poniendo y, en la penumbra, no veía bien la expresión de Paula. ¿Era de deseo de pasar más tiempo con él? ¿Alegría por volver con su hija?


–¿Crees que Emma ya se habrá acostado? –Pedro le rodeó los hombros con un brazo.


–Eso depende. Es posible que haya convencido a Marisa para seguir jugando, y Julian también podría seguir despierto. Marisa me aseguró que era capaz de dormirse en cualquier sitio, pero cuando se juntan dos críos… –Paula dejó la frase en el aire–. ¿No sacas la nevera y la manta?


–Ya lo recogeré todo después. Normalmente por la noche hago una última ronda en el viñedo, para asegurarme de que todo esté bien.


–Siendo el director general te corresponderá supervisarlo todo ¿no? –ella señaló el viñedo con una mano–. Tu padre te pasó esa responsabilidad.


–Podría hacerse cargo él mismo si lo considerara necesario, o contratar a alguien para el puesto.


–Dudo que quiera hacerlo. Eres su heredero.


Pedro miró al vacío. Quizás había llegado el momento de sincerarse con Paula.


–Mi padre nunca le cuenta a nadie de dónde vine realmente.


–No lo entiendo –ella lo miró con gesto preocupado–. Dijiste que te había adoptado.


–Sí, lo hizo. Me quedé huérfano a los seis años y pasé de una casa de acogida a otra hasta que vine a vivir aquí con doce años. Mi madre llevaba una vida muy sórdida y no sabía quién era mi padre biológico. Murió de sobredosis.


Pedro, lo siento mucho –la reacción de Paula fue inmediata.


–A mi padre le gusta mantener esa parte de mi vida oculta bajo la alfombra.


–A lo mejor no le gusta sacarla a la luz porque cree que te resultaría doloroso.


¿Había considerado Pedro siquiera esa posibilidad?


–Quizás seas tú el que se avergüenza de ella y por eso siempre intentas hacer lo correcto.


–No sabes de qué estás hablando.


–No, pero creo que quieres triunfar porque hubo un tiempo en que nadie lo creyó posible.


–¿Vuelves a ejercer de terapeuta?


–Has sido tú el que ha sacado el tema, Pedro. ¿Por qué esta noche cuando estamos más unidos?


¿Estaban más unidos? Para Paula, la intimidad física automáticamente conducía a la emocional.


Estaban a punto de llegar a la cabaña cuando Paula se detuvo en seco.


–¿Esta noche me has protegido de mí misma para que no cometa ningún error irremediable?


–Sí, te estaba protegiendo. Tu vida está hecha un lío y no quería aprovecharme de ti.


–Qué tontería. Creo que te estabas protegiendo a ti mismo. Tu muro es más alto que el mío.


Pedro no respondió y ella se volvió para continuar su camino.


La puerta de la cabaña estaba a apenas tres metros y podría dejarla marchar, regresar a su vida con Emma sin decir una palabra más. Pero no se sentía capaz de ello.


Le agarró una mano, la atrajo hacia sí y la besó.


Cuando se separaron, ninguno de los dos tuvo necesidad de hablar. Las palabras eran irrelevantes. Se deseaban, incluso era posible que se necesitaran. Aun así, Pedro no estaba preparado para rendirse a esa necesidad, aunque ella si lo estuviera.








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