domingo, 6 de septiembre de 2015

ATADOS: CAPITULO 24




Aquella noche de viernes Paula se había empleado a fondo. 


Incluso ella misma tenía que reconocer que estaba deslumbrante. Con un vestido verde botella minifaldero, un echarpe negro con flecos y unas bailarinas también negras tenía un aspecto muy informal pero el efecto era magnífico. 


Llevaba también un collar de piedras negras largo que se había anudado y un anillo verde enorme. Unos pendientes de oro viejo con un brazalete a juego daban el toque de elegancia al conjunto. Un maquillaje discreto y el cabello rizado a base de esfuerzo hacían que se la viera mejor que nunca. Esperaba que Pedro supiera valorar las horas que había invertido en arreglarse.


Sonreía como una boba a su reflejo. Si meses antes le hubieran dicho que pasaría casi tres horas acicalándose se hubiera muerto de la risa. Y ahora había ocurrido. Estaba enamorada sin remedio de Pedro y comenzaba a tener esperanzas de que lo suyo pudiera funcionar. Si bien estaba convencida de que la familia no creería en ellos, o más bien en ella como su pareja, quizá los amigos sí y esa sería una buena base para comenzar. Tal vez con el tiempo todo el mundo entendería que estaban hechos el uno para el otro. 


Veía a Pedro muy interesado y esperaba, deseaba que también él estuviera comenzando a sentir cosas especiales. 


Quizá por eso había insistido tanto en quedar esa noche.


Pero era mejor ir por partes. Y la primera parte empezaba en aquella velada, con los amigos de Pedro. Si los conquistaba, si se guardaba su sarcasmo y se limitaba a sentirse a gusto, todo iría bien. Se prometió que esa noche sería la primera de muchas otras con Pedro y más compañía. Incluso podía presentarle a sus amigos. Aunque primero los aleccionaría para que no la dejaran mal. Tampoco había que tentar a la suerte.


Y con el tiempo la familia les vería juntos y entenderían que su historia iba a funcionar. Pronto se casaría su primo. Era demasiado temprano para una presentación formal y tendrían que ir separados. Estaba segura de que a él no le haría ninguna gracia, pero le comprendería y respetaría su decisión. O eso esperaba.


El timbre de la puerta la sacó de sus ensoñaciones. «Esta es tu primera gran noche, Paula. Céntrate en disfrutarla». Con esa idea abrió la puerta.


Cuando Pedro la vio su corazón dio un pequeño brinco de alegría. Siempre había pensado que Paula era preciosa y esa noche superaba cualquier expectativa. Llevaba un vestido, prenda poco habitual en ella, que le sentaba a la perfección. Su pecho se llenó de orgullo. Cómo aquella hermosa mujer se había fijado en él era increíble pero no pensaba desaprovechar su suerte. Veía a su chica, como le gustaba llamarla, muy encariñada y aquella noche iban a romper su primera barrera. Por fin quedaban con más gente, se acababa el miedo a que les vieran juntos. No entendía por qué se resistía tanto a que se supiera de su relación aunque poco a poco vencería sus reservas. Y esa era la primera de muchas noches.


Reaccionó al darse cuenta de que pasaban los segundos e Paula lo miraba, nerviosa. ¿Acaso no le gustaba? Se estaba preguntando ella ante su silencio. Quizá esperara más sofisticación. A lo peor…


—Estás preciosa. —¿Había una palabra para decir que le tentaba tanto que deseaba arrodillarse y pedirle matrimonio, y que no la asustara?—. Sé que suena a poco pero no sé cómo decirte lo increíble que estás. Estás… estás… Joder, Paula, de veras que no tengo palabras.


No fue lo que dijo. Fue cómo lo dijo. De un tirón lo metió dentro de casa y lo besó con fiereza. En el momento que sus bocas se rozaron Pedro se sintió perdido y se aferró a ella, a su boca, como si nada más tuviera sentido. El beso se prolongó e Paula comenzó a acariciarle la espalda, acercándolo más. Fue él quien se separó con la respiración entrecortada.


—Si seguimos por ese camino —su voz enronquecida destilaba pasión en cada sílaba— me temo que no saldremos nunca. Y no te has arreglado tanto para que te quite la ropa en menos de un minuto, ¿verdad?


Lo pensó unos momentos y extrañamente no quiso que la desvistiera. O no todavía, al menos. Le acarició la nariz con el dedo índice.


—Pues me temo que no. Tendrás que esperar. ¿O crees que es a ti a quien pretendo impresionar esta noche?


Le besó la mano al tiempo que sonreía.


—Pretendes robarle el corazón a mis amigos, ¿no? —bromeaba—. ¿Acaso no tienes suficiente con el mío? ¿Los coleccionas?


No pudo contestar. ¿Tendría de verdad su corazón? La perspectiva de que estuviera enamorado de ella la inundó de felicidad. «Lo lograrás», se prometió. Cogida de su brazo salieron juntos hacia el restaurante.


Había pasado algo más de media hora desde que llegaran. 


Paula estaba encantada. Con un Martini en la mano sonreía abiertamente. Los amigos de Pedro eran fantásticos y se veía a la legua que trataban de hacer que se sintiera cómoda. Él se mantenía todo el tiempo a su lado, acariciándole el brazo o la cintura con cariño. Pedro le había dicho que tenía su corazón, los amigos estaban satisfechos con su relación… ¿qué más podía pedir? Solo era cuestión de tiempo, de no precipitar las cosas. En unos pocos meses estaría preparada para confesarle sus sentimientos y hacer partícipe de ellos a su familia. Quizá en semanas… Mimosa se giró para besarle la mejilla. Y entonces los vio y se quedó helada.


Pedro notó cómo Paula se tensaba y se giró hacia la puerta, preocupado. Entonces vio que se acercaban y sonrió, extrañado pero feliz de la casualidad.


—Papá, mamá, ¿qué hacéis aquí?


Carmen, la madre de Pedro, apenas le hizo caso. Solo parecía tener ojos para Paula. El silencio se prolongó y fue su padre quien lo rompió. De entre todas sus primas siempre había mostrado predilección por ella.


—Bueno, bueno, mira a quién tenemos por aquí, Carmen: Paula Chaves ni más ni menos. —Le besó la mejilla, sonriendo de oreja a oreja—. No me digas que por fin mi hijo ha decidido hacer algo más que mirarte.


Se sonrojó al tiempo que le devolvía el gesto. Pedro padre siempre había bromeado sobre ellos, diciendo que a qué esperaba su hijo para pedirle salir. La broma se remontaba al menos a veinte años atrás y era ya casi un saludo. Un saludo que la violentaba mucho, por cierto.


—Papá, no la espantes.


—Que no te espante a ti, quieres decir. —Reaccionó al fin, besando a Carmen y sonriendo, algo forzada.


Sus padres notaron la tensión y tras varias preguntas educadas se despidieron de ambos, saludaron a los dueños del local y cinco minutos después desaparecieron. Pero el daño ya estaba hecho. Paula pasó la siguiente hora en silencio, sin participar apenas en ninguna conversación. Y en cuanto pudo pidió irse aduciendo un dolor de cabeza repentino.


Aún no habían arrancado el coche cuando estalló.


—Podrías haberme dicho que ibas a decirles a tus padres que vinieran. Hubiera sido un detallazo, la verdad.


—Paula. —El tono de él era de advertencia, lo que la crispó todavía más. La tensión de la última hora explotó a lo grande.


—¡¡Joder, Pedro, me has traído aquí engañada!!


Estalló también él. ¿Pero qué narices le pasaba a ella?


—¿Te he engañado? ¿Yo te he engañado? Quizá eres tú quien me lleva engañando todo este tiempo si coincidir con mis padres te parece una traición.


—No. Ni se te ocurra. Ni pienses en hacerme sentir culpable a mí cuando la culpa de esto es tuya.


—¿Culpa? ¿Pero qué culpa? Por el amor de Dios, hemos coincidido, nada más.


—¿Coincidido? Yo no creo en las coincidencias. —Su voz había subido el tono, parecía rayar la histeria—. Por eso insististe tanto en esta cena, ¿no es cierto? Pretendías forzarme a algo que yo no quería hacer.


—Mira, ya que estamos podrías explicarme a qué coño vienen tantas reticencias, si no te importa.


La furia de él la hizo sentirse extrañamente vacía. Antes de saber lo que iba a decir, antes de poder interrumpirse, le espetó:
—Después de lo que ha ocurrido esta noche ya no merece la pena explicar nada. Llévame a casa, por favor, y olvídate de que lo nuestro ocurrió alguna vez.








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