jueves, 20 de agosto de 2015
SEDUCIDA: CAPITULO 7
La cabaña de Benjamin y Mariza solo estaba a dos horas de Sídney, pero la carretera no era una autopista. Pau frunció el ceño mientras atravesaba un denso bosque de eucaliptos, esperando que el motor recién arreglado de su coche no la dejase tirada en el camino de vuelta.
Con un poco de suerte, el camino de cabras que Benja había llamado generosamente «carretera» seguiría allí en tres horas, cuando el invitado y su pareja llegasen para pasar la noche.
Su rico y benéfico invitado. ¿Quién sería? Lo saludaría, comprobaría que todo estaba en orden para una velada íntima y se despediría.
Por fin, al final del camino apareció la casa, recientemente construida sobre una colina. Con las bolsas de comida en la mano llegó a la puerta cuando empezaban a caer las primeras gotas de lluvia. Entró en la casa y miró las alfombras de color vino que cubrían el suelo de madera, los grandes cuadros que adornaban las paredes, la chimenea de piedra, el precioso piano frente a una de las ventanas para que Benja compusiera tranquilamente.
Inspeccionó el dormitorio principal, que tenía un suntuoso cuarto de baño con sauna y después de eso encendió la chimenea. Echó un par de troncos y esperó un momento mirando las llamas mientras la habitación se llenaba de aroma a eucalipto.
Después, sacó de la bolsa la cena que había preparado en su casa: cóctel de gambas, una ensalada, un asado con verduritas, pan casero y dos pasteles de fresa con nata.
Metió el asado en el horno para mantenerlo caliente, sacó una botella de vino, colocó unas velas en la mesa y miró su reloj por enésima vez. Tenía un par de horas sin nada que hacer hasta que llegasen los invitados.
Allí no había televisión, de modo que se dedicó a ver las ramas de los árboles sacudidas por el viento. Pero, ¿y si se daba un baño de espuma? Podía hacerlo, tendría tiempo.
Cinco minutos después, con un cd de rock de la colección de Benja a todo volumen, se sumergió hasta el cuello en un fragante baño de espuma.
Fuera, la lluvia golpeaba el tejado y el viento ululaba moviendo la ramas de los árboles. Cuando el agua empezó a enfriarse se envolvió en una toalla y llevó la ropa al salón para vestirse allí porque en el baño hacía frío.
Estaba oscureciendo, pero la luz de la chimenea era suficiente. Paula abrió la toalla y suspiró cuando la chimenea empezó a calentar su piel mojada. Pura delicia.
Dejó caer la toalla al suelo y cerró los ojos mientras movía la cabeza de un lado a otro al ritmo de la música.
Sin darse cuenta, empezó a mover las manos sobre sus clavículas, sus caderas, su cintura, su firme abdomen. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que un hombre tocó su piel desnuda.
Paula se deslizó las manos por los pechos, sintiendo que se hinchaban.
¿Por qué no aceptaba su propio consejo y tenía una aventura, como le había dicho a Mariza? Tenía un cajón lleno de lencería sexy en casa, algo bonito para ponerse bajo el aburrido uniforme que llevaba cada día. El único hombre que lo veía era German cuando hacía la colada.
De repente, sintió un escalofrío, como si alguien le hubiera pasado un dedo desde el cuello hasta el ombligo. Levantó las manos automáticamente para protegerse, mirando hacia fuera. No había nadie, solo la lluvia. Intentando calmarse, buscó el sujetador y las braguitas. Tenía que mirar el horno, abrir la botella de vino y esbozar una sonrisa para su invitado.
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