miércoles, 26 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 27





Pedro estuvo con sus padres los dos días siguientes, conteniendo el deseo de llamar a Paula. Quería darle una sorpresa y hacerlo bien, de modo que llamó a German para pedirle la información que necesitaba. Esa noche, Paula salía del hospital a las nueve y no tenía que volver hasta las tres de la tarde del día siguiente. Tendrían tiempo para una cena íntima.


Sonriendo para sí mismo, colocó dos velas de jazmín sobre la mesa de madera bruñida. La nueva cubertería brillaba, las copas también. Y la vajilla era nueva. Había contratado a un chef que había llenado la nevera con rollitos vietnamitas de verduras, ensalada, un plato de carne y piña caramelizada con crema.


Pedro miró su reloj y, después de comprobar que todo estaba en su sitio, tomó las llaves del coche.



*****


–¿Qué haces aquí? –exclamó Paula, al verlo en el pasillo del hospital.


–Yo podría preguntar lo mismo. Me dijeron que salías a las nueve y llevó aquí quince minutos.


–Esta noche tenemos mucho trabajo –respondió Paula. No iba a contarle que se había presentado voluntaria para trabajar una hora más durante los últimos días porque no quería verlo–. Una de mis pacientes no se encuentra bien y voy a quedarme con ella un rato. Le llevaba algo para dormir.


–¿A qué hora terminarás?


–En una hora o dos.


Pedro frunció el ceño.


–Eso no es verdad. La enfermera de información me ha dicho que estabas a punto de salir y he hecho planes para esta noche.


–¿Qué planes? –preguntó ella–. ¿Por qué no me has llamado?


–Quería darte una sorpresa.


–Bueno, pues me la has dado –Paula siguió caminando por el pasillo, con Pedro tras ella–. Lo siento, tengo que quedarme un rato con Judy.


–Te esperaré.


Pedro metió las manos en los bolsillos del pantalón y ella tragó saliva. ¿De verdad iba a esperarla en el pasillo? No había sabido nada de él en dos días y, de repente, aparecía en el hospital con planes.


–¡Paula! –la llamó una compañera–. Deberías haberte marchado hace quince minutos –dijo luego, quitándole la bandeja de la mano–. El horario de trabajo ha terminado, jovencita, y hay un hombre muy atractivo esperándote.


–No estoy vestida para salir –protestó Paula mientras se ponía la cazadora en el coche.


Pedro giró la cabeza para mirarla, en sus ojos un brillo promesa.


–No tienes que arreglarte, vamos a cenar en mi apartamento.


Ah, claro, y ella sabía lo que eso significaba. Pero una vocecita le decía que sus padres se habían ido y, por lo tanto, estaba de vuelta en su vida. ¿Durante cuánto tiempo?


Cuando llegaron al apartamento se quedó sorprendida al ver la elegante mesa con un jarroncito de violetas y velas, todo tan romántico.


–¿Una cena íntima?


Pedro carraspeó, incómodo.


–Bueno, era una idea. Tal vez me haya pasado, pero…


–Es un detalle –lo interrumpió ella–. Incluso le has pedido prestada a tu madre la vajilla.


–No, es mía.


Paula parpadeó, sorprendida.


–La chica de la tienda me dijo que a las mujeres les gustaba mucho este diseño.


–¿Has comprado esta vajilla por mí?


Pedro se encogió de hombros, confuso.


–Demonios, no sé qué te gusta. Nunca sé dónde estoy contigo.


Y esa siempre había sido la atracción y el dilema. Paula era diferente a las demás mujeres que conocía. Nunca dejaría de sorprenderlo.


–Por el momento lo estás haciendo muy bien.


–Quiero conocerte y quiero que tú me conozcas a mí.


–Pensé que ya nos conocíamos.


–Conocemos nuestras zonas erógenas y cómo darnos placer el uno al otro, ¿pero qué más sabemos? ¿Cuál es mi película favorita? ¿Y la tuya? ¿Qué pienso sobre si hay vida en otros planetas? ¿Te gusta pasear bajo la lluvia?


Paula lo miró, perpleja.


–Yo…


–Lo de esta noche es un experimento. Nada de sexo.


–Nada de sexo, ¿eh?


–Cariño, solo será esta noche –dijo Pedro–. No porque no quiera sino porque quiero conocerte de otra manera. 
¿Podemos hacerlo?


Ella asintió con la cabeza.


–Podemos intentarlo. La cuestión es por qué.


Pedro no quería responder porque no estaba seguro de conocer la respuesta.


–Sígueme la corriente, ¿de acuerdo?


–Muy bien. Mi película favorita es Pretty Woman y me gusta pasear por la playa bajo la lluvia. La tuya es 2001, una odisea en el espacio, y si pudieras irías a la primera misión geológica en el Planeta Rojo. Bueno, pues ya que hemos aclarado eso. ¿Qué hay de cena, Romeo?


Pedro la miraba, boquiabierto. Había acertado.


–Dime el nombre del perro que tenía a los doce años.


–Meteoro –dijo ella–. Te conozco bien –añadió, abriendo la puerta de la nevera.


Pedro apoyó un hombro en el quicio de la puerta para admirar ese trasero respingón, lamentando de inmediato el plan de no incluir sexo en aquella cena.


–¿Así que te has convertido en un gourmet en mi ausencia? –preguntó Pau, sacando el postre de piña.


–Ojalá. No, me temo que sigo siendo de los que se hacen un bocadillo para cenar. Un chef se ha encargado de todo.


Ella probó la piña.


–Mmm, está muy rica. ¿Qué tal si le ponemos crema o nata?


Pedro tragó saliva. Demonios, todo en él le pedía que lamiera esos labios. Y ella debió darse cuenta porque, de repente, se quedó inmóvil.


Juegos eróticos con la comida… Pau y él podrían escribir un libro sobre eso. Los recuerdos enviaban dardos de deseo que apenas podía controlar.


Estaba tan cerca que podía ver una peca sobre su labio superior. Y podía olerla… la suya era una fragancia sensual que no podría embotellarse.


Paula le ofreció un trozo de piña y Pedro abrió la boca. Le gustaría más saborearla a ella, pero Paula se apartó con una sonrisa.


–Nada de sexo, ¿no?


–La comida no es sexo –protestó Pedro. Pero él sabía que no era verdad y, a juzgar por la expresión burlona de Pau, también ella lo sabía.


–Muy bien, vamos a comer a la manera tradicional.


¿Cómo iba a poder tragar mientras veía a Paula mojar el rollo vietnamita en salsa y metérselo luego en los labios? ¿Tenía que hacer de todo un ejercicio erótico?


Pero logró superar la cena e incluso recordó encender las velas y servir el vino mientras conversaban, aunque no recordaba de qué habían hablado.


Pero sí recordaba cómo Paula parecía hacer el amor con la copa de vino, cómo se pasaba la punta de la lengua por los labios…


En cuanto terminaron se levantó de la mesa para calmarse un poco y admiró el arcoíris. Había calculado mal. Fatal.


Sintió que se le erizaba el vello de su nunca y supo que Paula estaba detrás de él.


–Una cena estupenda –musitó, mirándolo con ojos ardientes.


–Gracias.


El pulso se le aceleró de nuevo. Paula llevaba un simple jersey, pero él sabía lo que había debajo. Su cerebro estaba dejando de funcionar porque sus piernas no respondieron cuando se lo ordenó y su boca se abrió para fundirse con la de Paula. Sabía a caramelo, a deseo.


No, aquello no entraba en sus planes.


De alguna forma, consiguió apartarse y recuperar la cordura, recordando que aquello había sido idea suya, su regalo. Y era él quien estaba saltándose las reglas. Intentó llevar oxígeno a sus pulmones mientras Paula lo miraba con unos ojos cargados de pasión.


–¿Qué hacemos ahora?


–Dar ese paseo bajo la lluvia –respondió él–. ¿No es eso lo que te gusta?







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