martes, 25 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 25





En cuanto sus padres se fueron, Pedro sacó el móvil para llamar a Pau y decirle que había estado pensando en ella.


Después de enseñar el apartamento a sus padres habían comido algo en un restaurante cercano mientras hablaban de negocios, pero no había podido dejar de pensar en Paula ni un solo momento. No podía librarse de la imagen de Pau desnuda en su cama… ni de la fría mujer que era cuando se marchó.


Estaba decepcionada porque no habían podido terminar lo que empezaron esa mañana y él también.


Por fin, saltó el buzón de voz. Una decepción. Le gustaría poder verla, olerla, tocarla, decirle… ¿qué?


–Soy Pedro, Paula. Espero que estés despierta… voy a buscarte –dijo antes de cortar la comunicación.


¿Qué le pasaba? Una noche de sexo y… Pedro sacudió la cabeza. Sexo, eso era todo. ¿O no? Sexo con una mujer que llevaba en su cabeza cinco años.


Unos minutos después llamaba al timbre de su casa con una mano, en la otra un ramo de flores.


Esperó, pero no hubo respuesta. El coche de German no estaba en el aparcamiento, pero el de Paula sí.


–Sé que estás ahí –dijo, levantando la voz–. Abre o tendré que usar la llave que me ha dado German.


Una mentira, pero tuvo el efecto deseado porque Paula abrió la puerta, pálida, con aspecto cansado. ¿No había dormido o había algo más detrás de esas ojeras?


–¿Puedo entrar?


–Sí, claro, pero German no te ha dado una llave –dijo Paula, cruzando los brazos sobre el pecho.


Solo llevaba una camisa y las piernas denudas… las piernas que habían estado enredadas en su cintura unas horas antes.


–¿Cómo lo sabes?


–German no le daría una llave de la casa a nadie sin consultarlo conmigo.


–Muy inteligente. Oye, siento lo de esta mañana.


–Lo entiendo, no pasa nada.


No, no lo entendía porque tomó las flores evitando rozarlo o mirarlo a los ojos.


–¿Te gustan?


–Son preciosas, gracias. Por cierto, lo siento –se disculpó Pau, señalando la ropa que colgaba de las sillas–. Se ha roto la secadora. El salón también está lleno de ropa. Tengo que llamar al alguien para que la arregle, pero no he encontrado el momento.


–Olvídate de la ropa y de las flores –la interrumpió Pedro, acercándose–. Quiero hablar contigo.


–Yo no quiero hablar.


–Yo tampoco –Pedro esbozó una sonrisa traviesa.


–Quiero dormir. Anoche no dormimos mucho.


–Pensé que habías estado durmiendo.


–He estado haciendo recados y poniendo la lavadora –respondió Pau.


–Bueno, entonces podemos irnos a la cama si quieres.


–Sola, Pedro.


No todo estaba perdido, pensó él, al ver que los pezones se le marcaban bajo la camisa.


–Me iré dentro de un rato.


Saber que estaba desnuda bajo la camisa hizo que la sangre se le agolpase en la entrepierna y no pudo evitar acariciarle los pechos…


–Para –le pidió ella, arqueándose hacia su mano.


–Tú no quieres que pare –Pedro inclinó la cabeza para chupar un pezón por encima de la tela–. Y yo tampoco –añadió, empujándola hasta que sus piernas chocaron con el sofá.


Paula le pasó una mano por la hebilla del cinturón.


–Con nosotros siempre se trata de sexo, ¿verdad?


Pedro la miró durante unos segundos, intentando entender su estado de ánimo. Le pareció ver algo frío y duro en sus ojos.


–Pau…


Pedro


–Tú primero –dijo él.


Su tono serio hizo que se preparase para lo peor. Paula se llevó una mano al abdomen, como si le doliese, y dejó escapar un suspiro que parecía salirle del alma.


–No es nada importante. ¿Qué ibas a decir?


–¿Te acuerdas de anoche? Cuando te toqué por todas partes con las manos, los labios, la lengua… me perdí dentro de ti y tú te perdiste en mí.


Y eso era lo que echaba de menos con otras mujeres, que Paula se entregaba por completo, abiertamente, sin inhibiciones. Era algo más que sexo.


–No lo he olvidado –Paula giró la cabeza, ofreciéndole su cuello–. Eres mi hombre.


No sabía por qué, pero esa expresión le pareció algo temporal, como si fuera bueno hasta que llegase otro.


«Temporal». Eso era lo que quería, ¿no? Alguien temporal en su vida. Además, había sido Paula quien dijo que su relación nunca sería nada serio.


Cinco años atrás esas palabras habían herido su amor propio, pero en aquel momento era algo más.


La noche anterior había significado algo para él.


Y mientras intentaba entender que era ese esquivo «algo más», Paula abrió los ojos y lo miró como si pudiera ver dentro de él.


–¿Te has preguntado alguna vez cómo sería nuestra relación si no hubiera sexo?


Ella parpadeó varias veces, confusa.


–¿Sin sexo? No, imposible, nuestra relación está basada en el sexo, nada más.


¿Tendría razón? Porque él estaba cansado de vivir solo y quería alguien con quien volver a casa, alguien con quien compartir su vida. Había querido eso durante mucho tiempo, pero acababa de darse cuenta.


–Vete a casa, Pedro. Tu familia es lo primero. Yo estaré de guardia durante los próximos días y tengo la reunión del comité para el proyecto Rainbow Road.


–¿Por qué trabajas tanto? –la interrumpió él. Era casi como si no quisiera tener días libres para verlo.


–Llevo cinco años haciéndolo –respondió Paula– me mantiene concentrada.


La mantenía distraída, pensó él, recordando a la chica que solía hacer novillos para salir con él.


Su rechazo lo turbaba y lo irritaba a la vez.


–Muy bien. Duerme un rato.


Salió de la casa y se quedó en la puerta un momento, pensativo. ¿Qué había pasado en esos cinco años que tanto la había cambiado?









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