jueves, 9 de julio de 2015

UNA MUJER DIFERENTE: CAPITULO 10




Paula cerró y echó el cerrojo. Luego fue al salón y se hundió en el sofá.


Cruzó los brazos y contuvo las lágrimas que le quemaban los ojos, negándose a dejarlas caer. Bajo ningún concepto iba a venirse abajo en es momento. Había tenido abundante práctica en el control de sus emociones; en los últimos dos años se había convertido en su segunda naturaleza.


Desde que se había enamorado de Pedro.


Incluso en su momento había sabido que era una estupidez dejar que sucediera. Pedro no era el tipo de hombre al que había soñado amar algún día. Siempre había creído que elegiría alguien como su padre, un hombre tranquilo, atractivo, en absoluto ambicioso, pero cuya vida había girado alrededor de su mujer y de su hijita.


Pedro no era excepcionalmente atractivo. Tenía un rostro anguloso y la nariz un poco torcida a la altura del puente, de su época de boxeo con los marines. La boca era demasiado ancha, los labios demasiado finos y los ojos mostraban demasiado a menudo una expresión de cinismo que lo hacía parecer mucho mayor que los años que tenía.


Y era ambicioso; implacablemente ambicioso. Las adquisiciones que orquestaba eran despiadadas y rápidas, por lo general concluidas antes de que la otra empresa supiera lo que estaba pasando. Era perfecto para el cargo que desempeñaba en Kane Haley, S.A.... pero no el tipo de hombre con el que soñar. Paula había sido consciente de ello nada más conocerlo.


Pero entonces Pedro había aparecido con un árbol para su primera Navidad en la ciudad. Su primera Navidad sola. 


Paula había mirado esos ojos castaños y risueños, había visto esa sonrisa burlona en la cara mientras entraba en su casa con el árbol, y se había enamorado por primera vez en la vida.


Y en cuanto comenzó a caer por esa pendiente resbaladiza, le fue imposible parar. Y cuando el día acabó y él se marchó, Paula se había dicho que solo era su imaginación creer que se había llevado su corazón con él. Algo provocado por el día festivo y las emociones. Se había esforzado en enterrar sus sentimientos en lo más profundo de su ser, y durante meses logró fingir que solo era su jefe. Un gran tipo con el que trabajar. Un amigo.


Pero últimamente cada día le resultaba más duro ocultar sus sentimientos. Sentía un nudo en el estómago cuando le dedicaba una sonrisa inesperada o se producía un roce de las manos. No dejaba de preocuparla la posibilidad de delatarse, incluso esa noche llegó a pensar que Pedro había adivinado su secreto. Menos mal que no había sido así. Sabía que Pedro no estaba interesado en ella de esa manera. Aunque hasta ese momento no había comprendido que él consideraba que carecía de atractivo sexual para cualquier hombre.


Tragó saliva y cerró más los brazos... luego se puso rígida al oír que llamaban a la puerta. Sintió un aguijonazo de dolor. 


No podía volver a enfrentarse a Pedro otra vez esa noche.


Pero un segundo más tarde oyó una voz femenina.


—¿Paula? ¿Te encuentras bien?


Se sintió aliviada al ver que no era Pedro que volvía a atormentarla, sino Jay.


Por lo general le encantaba que su vecina la visitara. La había conocido en el albergue de mujeres, donde Jay, que era cosmetóloga, demostraba técnicas de maquillaje para ayudar a las mujeres a preparar entrevistas de trabajo. 


Rápidamente se habían hecho amigas, tanto que cuando el apartamento de al lado se quedó vacío un mes atrás, se lo había dicho a Jay, quien de inmediato lo había alquilado.


Aunque el enfoque estrafalario de Jay hacia la vida siempre resultaba divertido, esa noche Paula no tenía ganas de diversión. Pero al oír que volvía a llamarla con creciente preocupación, supo que no podía ignorarla. Con un suspiro fue a abrir la puerta.


Jay la miró, la apartó con suavidad y entró. El largo cabello negro caía por su espalda como una capa.


Paula fue a sentarse en el sofá y le indicó a Jay que hiciera lo mismo.


—Muy bien, ¿qué pasa aquí? ¿Quién era ese hombre y por qué te ha hecho llorar? —exigió Jay.


—No estoy llorando —se tragó el nudo en la garganta—. Era mi jefe... Pedro.


—¿Te ha despedido? —hurgó en el bolso y sacó un paquete de pañuelos de papel.


—No, por supuesto...


—¿Se te ha insinuado entonces? —interrumpió. Sin esperar una respuesta, añadió con tono más sombrío—. Sabía que terminaría por hacerlo algún día.


Lauren aceptó el pañuelo que Jay le extendió.


—No —soltó una risa breve y amarga—. De hecho, no podrías estar más equivocada. En todo caso, hizo lo contrario.


Las cejas perfectas de Jay se elevaron.


—¿Se negó a acostarse contigo?


—Sí... bueno, no —Paula se limpió la nariz—. Es decir, el tema no surgió... pero de haber salido, lo habría hecho.


—Entonces, ¿para qué vino?


—Porque creía que estaba embarazada.


Jay se quedó boquiabierta.


—¿De su bebé?


—¡No! Claro que no.


—¿Creía que era de otro?


—Oh, por el amor del cielo, no estoy embarazada —indicó exasperada—. Simplemente cree que soy ingenua y que no sé nada sobre los hombres y que habría podido pasar algo. Sonaba como si... como si el único motivo que tendría un hombre para salir conmigo fuera que estuviera desesperado por tener sexo. Muy desesperado.


Jay no tuvo ningún problema en descifrar el objetivo del comentario confuso.


—¡El muy imbécil!


—Oh, no tenía intención de herirme —reconoció Paula—. Pedro no es así. De hecho, estoy convencida de que siente un cierto... afecto por mí. Siempre bromea conmigo, como lo haría con una hermana menor. Soy yo quien se ha engañado a sí misma creyendo que alguna vez me consideraría de otra manera.


—¿Y por qué no iba a hacerlo? Eres una mujer maravillosa.


Paula apretó la mano de su amiga, pero movió la cabeza con sonrisa melancólica.


—Desde luego, no puedo competir con las mujeres con las que suele salir. Son deslumbrantes... además de sofisticadas. Sin contar con que todas tienen cuerpos de modelo de Victoria’s Secret.


—Pechos grandes, ¿eh? —soltó Jay sin ambages. Olvidó el comentario de Paula y formuló la pregunta que más le interesaba—. ¿A qué te refieres con mujeres, en plural? ¿Qué es ese tipo? ¿Una especie de vividor?


—No. No exactamente. Al menos... sé que es honesto con las mujeres con las que sale. Les expone que no cree en el amor.


—Pero apuesto que todas creen que ellas serán las que lo hagan cambiar de idea —comentó Jay con astucia.


—Probablemente —acordó con desánimo. ¿Cómo iba a dudarlo? ¿Acaso no había albergado la misma esperanza? Cuando Pedro ni siquiera salía con ella.


—Es un vividor, desde luego —afirmaba Jay convencida—. Y lo bastante inteligente como para saber que en la cantidad hay seguridad. Bueno, será mejor que lo olvides. No se merece a una mujer como tú.


—No —acordó desolada—. Se merece a una mujer sofisticada y hermosa. El tipo de mujer con quien le gusta salir.


—Paula Chaves, para de inmediato —reprendió Jay con ojos centelleantes—. Tú eres hermosa...


—Oh, claro...


—Sí, lo eres. Pero hasta que no consigas que lo crea una persona, nadie más lo hará.


Volvió a limpiarse la nariz y reflexionó en las palabras de su amiga.


—¿Te refieres a Pedro? —preguntó titubeante, mirándola por encima del borde del pañuelo.


—Santo cielo, no. ¿No te acabo de decir que olvidaras a ese hombre? ¡Me refiero a ti!


—¿Yo? Si no soy hermosa —no quería enfadar a Jay, pero en ese punto tenían que enfrentarse a la realidad. Aunque su amiga parecía reacia a eso.


—¿Oh? —demandó—. ¿Qué te hace decir eso?


—Que soy tan... corriente.


Jay la miró desesperada.


—Entonces deja de ponerte ropa que parece un charco de barro. Cómprate algo con color, que resalte tu maravilloso tono de piel. Y prendas más ceñidas que revelen tu figura. La mayoría de mujeres moriría por tener tu esbeltez.


—Pero no mi complexión.


—Oh, por favor —puso los ojos en blanco—. Solo porque tus pechos no sean enormes...


—Esa es una subestimación de la realidad.


—... no significa que tengas una mala figura. Tus piernas son largas y torneadas, tu cintura es estrecha y tienes el estómago liso. Eres perfecta —estudió la cara de Paula—. ¿No lo ves? El modo en que te consideras afecta cómo te vistes, piensas y reaccionas con otras personas... y cómo estas reaccionan contigo. No deberías querer ser otra persona... ni siquiera el tipo de mujer que crees que podría desear algún hombre. Debes ser el tipo de mujer que tú quieres ser.


Paula sabía todo eso. Era la misma exposición que le había oído a Jay en el albergue infinidad de veces. Pero jamás la había aplicada a sí misma... ni siquiera había pensado en ello.


—Soy el tipo de mujer que quiero ser —protestó.


—¿Lo eres? —preguntó su amiga—. No creo que te tengas en mucha estima. ¿Te gusta el gris? —preguntó clavando la vista en el chándal de Paula.


—No especialmente...


—¿Y llevar el pelo largo?


Paula se tocó los mechones que caían sobre sus hombros.


—No en particular. Lo que pasa es que es más sencillo...


—Olvida eso. ¿Te gusta el aspecto que tiene?


—No —respondió... y comprendió que hacía siglos que estaba cansada del estilo de su pelo—. Creo que quedaría mejor corto. Pero siempre estoy tan ocupada. Con el trabajo, ayudando en el refugio y... —calló.


—Y sentada en casa soñando con ese Pedro —la voz de Jay fue severa, pero en sus ojos brillaba la gentileza—. Debes parar, Paula. Si no, algún día él va a descubrir lo que sientes. Y entonces quizá termines siendo una de las mujeres de Pedro. ¿De verdad quieres eso?


No, no quería eso. A pesar de lo mucho que le dolía en ese momento, sabía que pertenecer a Pedro para que luego la dejara, le dolería mil veces más.


—Entonces, ¿cómo lucho contra ello?


—Debes dejar de centrarte tanto en ese hombre, deja de pensar en él todo el tiempo y empieza a buscar al tipo de hombre que quieres.


—Visualización —repuso de forma automática—. Los atletas lo hacen. En el trabajo la empleamos en todo momento. Visualizas lo que quieres, luego imaginas que sucede —hizo una mueca—. Pedro es un maestro en eso.


—Pues tú también puedes aprender a serlo —afirmó Jay.


Paula no estaba muy segura, pero sí sabía una cosa. No podía continuar de esa manera, anhelando a un hombre que no la deseaba. No podía desperdiciar su vida a la espera de que Pedro algún día se enamorara de ella, solo de ella. 


Jamás se había enamorado de ninguna de las mujeres extraordinarias con las que había salido, ¿por qué imaginaba que lo haría de ella? Pensar que algún día los sentimientos serían recíprocos era una simple fantasía.


En especial desde que en ese momento sabía lo que él pensaba realmente de ella. Que no era hermosa ni lo bastante inteligente como para interesar a un hombre como Kane Haley... o Pedro Alfonso. Que era el tipo de mujer tan desesperada por obtener atención masculina, que pensaría en tener una aventura de una noche.


—Tienes razón... sobre Pedro, sobre todo —le dijo a Jay, luego bajó la vista a su chándal y acentuó la mueca al recordar la expresión de Pedro al verla vestida de esa manera—. Y no hay mejor manera de empezar que con un nuevo guardarropa.


—¡Esa es mi chica! —Jay juntó las manos—. Este fin de semana tú y yo iremos de compras, y nos cortaremos el pelo y nos acicalaremos —entusiasmada, se puso de pie y descubrió que había estado sentada sobre algo—. Santo cielo... ¿qué es esto? —recogió el jersey que Paula había estado tejiendo. Lo alzó y luego miró en silencio a su amiga.


Pero Paula tenía la vista clavada en la prenda que sostenía Jay. Volvió a pensar en lo bien que le sentaría a Pedro ese profundo color chocolate. En lo abrigado que lo mantendría durante los duros inviernos de Chicago.


Alargó la mano para quitarle a Jay el jersey. Acarició la lana gruesa y suave y pensó en las horas, semanas y meses que había trabajado en él.


—¿Aún piensas regalárselo? —preguntó Jay en voz baja.


—No —repuso con un movimiento de cabeza—. Ya no.


Sacó las agujas y tiró de las hebras de lana. Comenzó a deshacerlo y a enroscar otra vez la madeja en una bola.


Miró a su amiga y se obligó a sonreír.


—Mientras me dedico a esto, ¿por qué no me enseñas qué llevas en ese bolso lleno de trucos?






No hay comentarios.:

Publicar un comentario