viernes, 3 de julio de 2015

MI ERROR: CAPITULO 16




Pedro, viendo el portal abierto, dobló el periódico y se levantó. Daniela se marcharía siempre, mantendría a su hermana angustiada, intentaría hacerle daño.


Cuando Paula se asomó a la ventana, el inteligente truco para llamar la atención de la chica lo hizo sonreír. Aunque Daniela no respondió. Había imaginado que la respuesta sería una sonrisita de satisfacción, pero en lugar de eso pareció encogerse.


Esperó hasta que Paula cerró la ventana y luego fue tras ella.



****


Paula se volvió hacia el ordenador para buscar una agencia especializada en reunir a familias separadas. Pero rellenar una ficha con sus datos y apretar botones era horriblemente impersonal; necesitaba hablar con alguien…


«Todo el mundo necesita a alguien».


No, se había terminado. Aunque Pedro podría ayudarla en cuestiones prácticas. Era un hombre acostumbrado a quitarse de encima el papeleo e ir directo al grano para conseguir lo que quería…


Pero el precio podría ser demasiado alto.


Paula había hecho el papel que se le había sido asignado durante tres años, escondiendo sus sentimientos porque lo único que Pedro Alfonso había dejado bien claro desde el primer día era que él nunca usaba la palabra «amor».


Durante su luna de miel había pensado que eso no importaba. Que aunque nunca dijera esa palabra, la sentía.


El error había sido bajar la guardia después de hacer el amor con él, cuando Pedro estaba medio dormido, cuando ella soñaba con tener una familia propia…


Su expresión habría sido suficiente para que pusiera los pies en la tierra. Pero, al día siguiente, la dejó sola porque tenía que solucionar un problema urgente en la oficina, un recordatorio del lugar que esa luna de miel, y ella, ocupaban en su vida.


Había vivido un matrimonio a medias durante tres años y, aunque la pasión de Pedro no había disminuido, sí se había vuelto más distante… al menos hasta aquellos últimos días. 


Ella lo amaba, lo había amado desde el día que lo conoció. 


Nunca amaría a nadie con la misma entrega, pero prefería no tener nada antes que volver a lo que había dejado atrás.


Y ahora tenía que pensar en Daniela.


Marcó el número de teléfono de la agencia y habló con alguien que anotó todos los datos, haciéndole recordar detalles que no creía recordar. O que quizá había intentado olvidar. El hombre le prometió llamar al final del día, aunque fuera para decir que no había encontrado nada.


Hecho eso, escribió un e-mail para Clara y Simone contándoles lo que estaba pasando. Mientras escribía, podía oír sus voces haciendo las preguntas adecuadas, proponiendo ideas, dándole consejos. Era justo lo que necesitaba para aclarar su cabeza y no se molestó en enviar el e-mail.


Ellas sólo podían ofrecerle su comprensión y Paula no quería eso. De hecho, lo que necesitaba en aquel momento era la frialdad de Pedro. Su habilidad para distanciarse de las cosas.


Aunque su marido no estaba comportándose de una forma nada predecible últimamente.


Debería advertirle sobre el diario perdido de Simone, pensó entonces. No podrían hacer nada, pero al menos estaría preparado. Haría algo para evitar que Miranda y él fuesen molestados por la prensa. Aunque, en realidad, se compadecía de cualquier periodista que intentase molestar a Miranda.


Y también era hora de informar a Jace y a la gente de relaciones públicas de la cadena para que preparasen un comunicado de prensa…


Y hora de ir a casa de Pedro para recoger todas sus cosas, lo que iba a quedarse, lo que iba a regalar…


Pero cuando se detuvo para poner gasolina descubrió que habían abierto su bolso. Faltaba el dinero, las tarjetas de crédito…


«Llámame», le había dicho Pedro.


Aparentemente, no iba a tener más remedio.



****


—Lo siento mucho.


Se había disculpado una docena de veces porque algunas de las tarjetas de crédito correspondían a una cuenta conjunta. Cuando lo llamó al móvil, Pedro había ido a rescatarla de inmediato y ahora estaba sentado al borde de la cama, esperando que contestasen en la central de tarjetas mientras ella comprobaba qué más cosas le faltaban.


La única joya que tenía en el apartamento era la gargantilla de perlas que se había puesto en la entrega de premios, valiosa para ella solo porque Pedro se la había regalado.


La había dejado sobre la cómoda por la noche, sin molestarse en guardarla…


¡Su alianza!, pensó entonces. «Por favor, que no se la haya llevado». Pero cuando abrió el cajón, Paula se llevó una mano al estómago.


—¿Qué pasa?


Ella sacudió la cabeza. Era horrible, pero no podía contárselo…


—Debería haber dejado las tarjetas de crédito en casa o haberme librado de ellas, pero…


—En realidad, me alegro de que no lo hayas hecho.


—¿Por qué?


—Porque no me habrías llamado si esa chica sólo se hubiera llevado cosas tuyas.


—Es mi hermana, Pedro. De verdad. Y no sólo porque me llamase Paula… me dijo cosas que nadie más que ella sabría… —Paula se llevó una mano al corazón.


—Tranquila —Pedro tomó su mano—. No pasa nada. Recuperaremos tus cosas, pero antes tengo que hacer esta llamada…


—¿Recuperarlas? No pensarás llamar a la policía, ¿verdad?


La central de tarjetas respondió entonces y tuvieron que esperar un momento mientras él daba los detalles.


—Bueno, ya está hecho. Nos enviarán unas nuevas dentro de veinticuatro horas.


—No quiero tarjetas nuevas. Lo que quiero es que me prometas que no llamarás a la policía.


—No, esta vez no.


—Gracias. ¿Pero cómo vamos a encontrarla?


—Cuando me marché esta mañana… bueno, no me marché. Estuve tomando un café aquí al lado y seguí a tu hermana hasta el edificio de okupas en el que vive.


—Pero Pedro


—¿He hecho mal?


—No —dijo Paula—. Has hecho bien.


—No lo hice porque creyera que iba a robarte. Lo hice para que supieras dónde estaba. Por si no volvía.


—Ah… —Paula estaba a punto de llorar, algo que no había hecho en años. Pedro se había pasado la mañana allí, perdiendo el tiempo, algo que no hacía nunca, y lo había hecho por ella—. Gracias.


—A menos que sea una ladrona experta, y no lo creo, seguramente seguirá teniendo tus cosas..


—No puedo creer…


«No quiero creer» era seguramente la frase más correcta. 


No quería creer que su hermana fuera una ladrona. Quizá estuviera desesperada…


—Yo tampoco —dijo Pedro, sorprendiéndola—. Supongo que es más complicado que eso.


—No sé si podré lidiar con algo más complicado.


—Yo creo que puedes lidiar con todo, Paula. Te conozco y sé que nunca abandonas algo que te importa de verdad.


Más una pregunta que una afirmación. ¿Pero qué estaba preguntándole?


—¿Puedes prestarme un poco de esa confianza? —intentó bromear ella.


—No me necesitas. Si te digo dónde está, tú podrías encargarte de todo —respondió Pedro.


Paula se dio cuenta de que era verdad. Que se había enfrentado con lo peor que podía pasar, dejar a su marido, y había sobrevivido.


Había encontrado valor para dejar un trabajo que ya no le interesaba.


Había dejado atrás una imagen que ya no era ella…


—Es posible —murmuró—. Pero me gustaría que fueras conmigo.






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