domingo, 26 de julio de 2015

EL ESPIA: CAPITULO 9





Cuando llegaron a su destino se habían tocado mucho… las manos, las piernas. Y el contacto empezaba a encender los sentidos de Paula. Le gustaba cómo olía, la excitaba el roce de su piel.


Claro que a todo el mundo le gustaba Pedro Alfonso


Llevaba un traje de chaqueta que le quedaba perfecto y le daba cierto aire de autoridad. Su reloj dejaba claro que no tenía problemas económicos… de hecho, era obvio que provenía de una familia adinerada. Su abuelo, según el informe, había hecho fortuna construyendo barcos y su padre, que era financiero, había cuadruplicado la fortuna familiar. Entre Pedro, sus hermanos y otros familiares, tenían propiedades en todos los continentes.


Que Pedro hubiese decidido trabajar para el Servicio Secreto en lugar de hacer cualquier otra cosa era algo inusual. Que no quisiera ascender de rango era aún más inusual. No sabía qué lo había empujado a ello, aparte de la lealtad familiar y su deseo de solucionar el problema que había dejado atrás.


—¿Pedro? —lo llamó mientras se dirigían hacia el coche que los esperaba en la puerta de la terminal—. No me hagas lamentar haber creído en ti.


Él la miró, su mirada extrañamente intensa.


—¿Por qué crees en mí?


—Ceo que quieres terminar con esto de una vez —Paula le hizo un gesto a Jeffers, el chófer, que había abierto la puerta del coche.


Una vez en el interior Paula abrió su ordenador portátil y Pedro no hizo más preguntas. La dejó trabajar mientras miraba por la ventanilla, perdido en sus pensamientos.


Solo volvió a hablar cuando llegaron a la oficina.


—¿Cuándo podré irme?


—Tengo que trasladarte a mi sección para que estés bajo mi jurisdicción. Por el momento, sigues en la de Corbin.


—¿Corbin será un problema?


—Estamos a punto de descubrirlo.


Llegaron a su despacho y Sam, la secretaria, levantó la mirada.


—Hola, jefa. Hola, agente Alfonso.


—El señor Alfonso necesita reservar un vuelo, él te dirá dónde.


Pedro la siguió en lugar de quedarse con la secretaria.


—¿No voy a poder escuchar la conversación?


—No —respondió Paula—. Intente no molestar a Sam demasiado, señor Alfonso. Es perfectamente capaz de enviarlo a Bielorrusia pasando por la Antártida.


—Lo tendré en cuenta —murmuró él.


Paula sonrió mientras cerraba la puerta en sus narices con un gesto de satisfacción. Estaba de vuelta en su territorio, en control y alejada de esa sonrisa matadora y ese cuerpo de pecado. Pedro Alfonso afectaba a sus sentidos. A todo.


Y no tenía intención de examinar qué significaba eso.








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