domingo, 28 de junio de 2015

MI ERROR: PROLOGO




El coche está aquí. Y tu ejército de paparazzi está formando su habitual guardia de honor. Pedro estaba esperando, con el rostro impenetrable. Esperando que ella se echase atrás, que le dijera que no iba a marcharse… y Paula tuvo que hacerse la fuerte para contener unas traidoras lágrimas.


Ella no lloraba, nunca.


¿Por qué no quería entenderlo? ¿Por qué no podía ver que no había elegido pasar doce días montando en bicicleta en el Himalaya por capricho?


Aquello era importante para ella, algo que tenía que hacer.


Exigiendo, sin previo aviso, que hiciese de anfitriona en una de las interminables cenas de negocios en su casa de campo en Norfolk, estaba dejando claro que nada, ni su carrera, ni desde luego un evento benéfico, eran tan importantes como ser su esposa.


Que él era lo primero.


Si pudiera decirle, explicarle… pero si hiciera eso, Pedro no querría que se quedara.


—Tengo que irme —murmuró.


Por un momento pensó que iba a decir algo, pero cuando su marido se limitó a asentir con la cabeza,Paula tomó la mochila que contenía todo lo que iba a necesitar durante las siguientes tres semanas y se dirigió a la puerta.


Cuando se abrió, ya estaba sonriendo para las cámaras. Se detuvo un momento en el primer escalón, con Pedro a su lado, para que le hicieran las pertinentes fotografías y luego, sin decir nada, se dirigieron hacia el coche.


El chófer tomó la mochila y, mientras estaba guardándola en el maletero, Pedro tomó su mano, mirándola con esos ojos grises que nunca revelaban lo que estaba pensando.


—Cuidate.


Pedro… —Paula se contuvo para no suplicarle que fuese al aeropuerto con ella—. Pasaré por Hong Kong de camino a casa. Si tuvieras alguna reunión allí, a lo mejor podríamos pasar un par de días juntos…


Él no dijo nada porque nunca hacía promesas que no pudiera cumplir. Sencillamente, la besó en la mejilla antes de ayudarla a subir al coche y, repitiendo que se cuidase, cerró la puerta.


Cuando el coche arrancó, él ya estaba subiendo los escalones de la entrada para ponerse a trabajar. Como siempre.


Una vez en el aeropuerto, el chófer colocó su mochila en un carrito, le deseó suerte y… Paula se quedó sola. No sola como se sentiría una mujer con un marido amante esperando su regreso.


Simplemente… sola.











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