viernes, 19 de junio de 2015

EN SU CAMA: CAPITULO 9





Cuando Pedro llegó por fin a casa, a la casa que tenía en lo alto de un promontorio en South Pasadena, donde tenía unas vistas magníficas y donde nadie podía verlo, se desnudó, esa vez del todo, se dio una ducha caliente, comió un poco y se metió en la cama, presionando el botón de play al pasar por delante de su contestador automático.


Pedro.


Desnudo, Pedro se paró en medio de su dormitorio y miró hacia el contestador.


—Acabo de recibir una llamada de la policía.


Era su padre, por supuesto. ¿Qué propio de él no molestarse en identificarse primero?


—¿De verdad dejaron la casa hecha un asco, por amor de Dios? Espero que consiguieras salvar mi Beemer, y que no se lo llevaran por ahí —dijo Eduardo en voz baja, riendo con suavidad.


Así era Eduardo. Todo era una broma enorme, incluida la vida.


—Ah, me he enterado de que te ocupaste de Paula. Es especial, ¿verdad? Una niña tan dulce…


Pedro reconocía que lo de dulce era cierto. Dulce… y caliente. Él seguía ardiendo después de su último encuentro.


¿Pero niña? No tenía idea por qué a él no se le había ocurrido pensar eso de Paula.


—Me alegra que estuvieras allí para ayudarla.


¿Seguiría estando Eduardo igual de contento si hubiera visto cómo Pedro había estado a punto de devorarla en la cama de uno de los sirvientes? ¿O en la cocina, allí pegada a la pared, metiéndole las manos por debajo de la camisa? Sólo de pensar en ese momento se ponía otra vez a cien. Si la policía no hubiera llegado entonces…


—Es la mejor trabajadora eventual que he tenido —le estaba diciendo Eduardo—. En fin, quería decirte que vuelvo a casa mañana temprano.


Santo cielo, Eduardo iba a tomarse aquello en serio e iba a dejar la diversión para regresar. Sorprendente.


—Bueno, hijo, sólo quería darte las gracias —añadió Eduardo.


Pedro no quería que le diera las gracias. Sólo que lo dejaran en paz.


—Significa mucho para mí que me cuidaras de ese modo —dijo Eduardo.


Sí, como lo había hecho él, claro. Tumbado en su cama, Pedro se fijó en las vigas de madera del techo de su habitación, deseando poder bajar el volumen del contestador.


—No lo hice por ti —le dijo al aparato, como si Eduardo pudiera oírlo.


—Me alegro mucho de que estuvieras allí —continuó su padre—. Paula es una de mis empleadas favoritas.


Eso era una tontería. Los dos sabían muy bien que si las empleadas eran mujeres, todas eran sus favoritas.


—Llámame. Tienes mi móvil.


Pedro cerró los ojos. Quería dormirse; hacía mucho que se había enseñado a dejar la mente en blanco para dormir. Sólo que ese día no era capaz de dejar la mente en blanco y el sueño lo evitaba.


En lugar de eso veía unos ojos verde musgo y unos labios que sabían a gloria… Pero sólo cuando lo besaban, no cuando hablaban.







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