sábado, 2 de mayo de 2015
REGRESA A MI: CAPITULO FINAL
Paula se separó de él y se quedó observando a lo lejos el muelle comercial, iluminado por potentes focos que rompían la noche con su luz. Un campo de fútbol en el mejor partido de la temporada. Enormes polipastos. Contenedores apilados en una peculiar sorprendente estructura arquitectónica. Grandes buques a la espera de carga, para
después cruzar los mares. Nada distinto o sorprendente. Ese era el mundo conocido desde su niñez en una ciudad portuaria. Un mundo en que se sentía tranquila y cómoda. Querida.Protegida.
Iba a tomar la decisión más difícil de su vida. También ella había sido lastimada por un hombre que no fue merecedor ni de su cariño ni de su confianza. Él le había arrebatado su juventud, sus sueños y esperanzas, cuando la abandonó en pleno embarazo. Y ahora, iba a dar tirarse al abismo sin paracaídas. Solo necesitaba saber si Pedro iba a estar ahí para cogerla en sus brazos antes de tocar el suelo.
—Te amo, Pedro. Me he repetido muchas veces que nadie se enamora a primera vista. Pero no es cierto. El amor surge espontáneo y rueda con la velocidad de una locomotora, sin que podamos detenerlo.
Pedro se quedó estático. “Te amo”. ¿Te amo? Los hombres no lloran. Los polis no lloran. Ven demasiado horror para permitir que su corazón se rompa en pedazos. En esos momentos él tenía los ojos cuajados de lágrimas. Su existencia pasó veloz por su imaginación. Pedro Alfonso, el niño abandonado, el adolescente violento, el delincuente.
Su existencia futura se presentó ante él. Era de una claridad deslumbrante.
El hombre hecho a sí mismo, al fin tenía una familia propia.
—¿Estás segura? —su pregunta sonó ronca, algo insegura.
Paula se volvió rauda hacia él. No había en su rostro ningún rastro de dulzura. Esta vez mostraba la guerrera que había en ella, sin rastro de fragilidad. Ella se había enfrentado ya a todos. No era ninguna melindrosa.
—Por supuesto que estoy segura. ¿Acaso crees que soy una adolescente sin criterio?
Una delicada ironía subyacía en sus palabras.
Pedro se abalanzó sobre ella, la tomó entre sus brazos y la apretó con fuerza contra su pecho hasta casi cortarle la respiración. Estuvo pegado a ella durante tiempo y tiempo.
Después, la separó un poco, conservando su pelvis pegada al suya, y acogió su cara entre sus manos. Se dijo que la seda debería tener la textura delicada de la piel de ella. Algo se inflamó en su interior. La dudas se disiparon con la misma rapidez que lo hace la niebla impulsada por el viento Norte.
Ella era suya. Para siempre. Él pasaba ahora a ser un vértice más de ese triángulo en el que se iba a asentar su futuro. El futuro de los tres.
Se besaron con pasión, con todo el ansia contenida. Un gemido gutural salió de la garganta de uno de los dos. O de ambos a un tiempo.
Un pescador pasó por su lado. Les vio abrazados y sonrió.
El amor era así.
Combustión espontánea.
—No te dejaré irte de mi lado. Lo sabes, ¿no?
Paula soltó una carcajada. Cómo si ella quisiera irse a algún sitio en el que él no estuviera. A Pedro le sonó erótica, densa como un buen brandy. Su cuerpo se endureció.
No era momento de tomarla allí mismo, con aquel maldito viento que no dejaba de soplar y gente pasando por su lado como si aquello fuera un centro comercial.
Acurrucó la cabeza junto a su oído y susurró unas palabras.
El rostro de Paula se tiñó de rubor.
—Me temo que para eso tendrás que esperar.
—Claro. Primero habrá que comprobar que Camila ya está acostada. Y a lo mejor sacar a Pongo a dar el último paseo, y por último echar de casa al ocupa de tu hermano. Y a Lourdes.
—Pues sí, soy una madre llena de obligaciones, ¿Lo sabes?
Pedro supo a qué se refería ella. No era una mujer sola, iba cargada de equipaje.
—Unos padres llenos de obligaciones —la corrigió entre risas.
Se puso serio de golpe. A ella le extrañó esa expresión concentrada. Parecía inseguro.
—Paula –la llamó en voz baja, muy serio—, aún no te he dicho lo más importante.
Ella le miró extrañada, pensando qué más confesiones pensaba hacerle aquel día.
—Te amo más que a mi vida. Para siempre.
—¡Ah, eso! —exclamó aparentando indiferencia, mientras su corazón daba brincos de placer—. Eso ya lo sabía.
Pedro se inclinó y le dio por toda respuesta un beso diminuto en la punta de la nariz.
—Creo que es hora de que volvamos a casa —sugirió emocionado, con apenas con un hilo de voz.
—Sí, volvamos a casa.
Y en esas sencillas palabras estaba encerrada la promesa de toda la vida futura que les esperaba.
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Ayyyyyyyy, qué hermosa historia, me encantó.
ResponderBorrarLinda.... linda. Historia de Amor ❤
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