jueves, 14 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 23





«Tienes que levantarte ya», se reprendió con firmeza. Había cosas que hacer en el rancho, entre ellas comprobar que el ganado no rompiera las vallas.


Abrió un ojo y miró el reloj. «Maldición, son las ocho» Se dijo que no podía ser. Nunca había dormido hasta tan tarde. 


Aunque tampoco había dormido mucho durante la noche. En algún momento, pasada la medianoche, Paula había vencido su pudor para anunciar que quería llegar a conocerlo mejor… como si ya no se conocieran de arriba abajo después de perder la cordura haciendo el amor.


Era un milagro que los dos siguieran con vida.


Fueran cuales fueren las inhibiciones con las que se había ido a la cama, las había desterrado pasada la medianoche, entregada por completo a su cruzada de complacerlo y excitarlo… algo que había hecho un millón de veces. Resultó que Paula Chaves era una estudiante rápida y ansiosa en el arte de la intimidad. También consiguió que le rogara que pusiera fin al dulce tormento de tener sus manos y labios por todo su cuerpo…


Solo pensar en ello lo excitaba, pero sabía que debía levantarse o el Rocking C se quedaría estancado.


Se apoyó en un codo y observó la mata de pelo rubio sobre la almohada. El cuerpo se le puso tenso al recordar su vientre, sus muslos… ¡Las cosas que le había hecho en mitad de la noche!


Y le había encantado cada segundo.


«Levántate y ponte en marcha, Alfonso», se dijo otra vez. 


«Volverás esta noche, y la siguiente, porque esto es real y Paula dispondrá de tiempo para descubrir que eres fiel y estás comprometido con lo que pasa entre los dos».


Alargó la mano para apartarle el pelo de la cara.


—He de irme, cariño.


—¿Ya es por la mañana? —musitó sin abrir los ojos.


Volvió a reconocer que podría acostumbrarse a despertar a su lado, a besarla después de hacer el amor hasta que ambos quedaran satisfechos, saciados y extenuados.


—Sí. Vas a llegar tarde al trabajo si no te levantas.


Levantó la cabeza y miró alrededor para orientarse.


—Santo cielo, Alfonso, creo que no tengo fuerzas para moverme.


—¿Estás irritada? —preguntó. Ella se puso colorada—. ¿Quieres que te prepare el baño antes de irme? ¿O preferirías esperar hasta esta noche… cuando vuelva? —se felicitó por el tacto mostrado.


—¿Desde cuándo eres diplomático? —lo miró de reojo.


—He querido esforzarme y ver cómo funcionaba —le pasó el dedo por los labios carnosos—. Quiero volver, si a ti te parece bien. Pero si te apetece ver una película en la ciudad o que cenemos fuera, podemos hacerlo. Ya sabes, esas cosas que hace la gente cuando sale junta. Aunque yo preferiría venir aquí. Todavía no quiero compartirte con nadie. Quiero que durante un tiempo seamos solo nosotros… Y antes de que empieces a pensar que deseo mantenerlo en secreto, como si fuera algo sórdido o barato, olvídalo. Solo soy egoísta y posesivo —explicó.


—¿Estamos juntos? —preguntó, sin atreverse a mirarlo.


—Yo diría que sí. ¿Y tú, Rubita?


Ella asintió, luego le lanzó una sonrisa traviesa que le paralizó el corazón.


—Tengo ganas de hacer las cosas que hicimos anoche. Ya sabes, para mejorar mis recién descubiertas habilidades y técnicas. He empezado tarde y…


Le plantó un beso y se preguntó qué había hecho para merecer la confianza y el afecto de una mujer como Paula. 


Antes de dejarse llevar, lo cual era una amenaza constante cuando estaba con ella, se obligó a levantarse de la cama.


—He de irme de verdad antes de que el rancho se desmorone a mi alrededor. Vendré esta noche, con la cena.


—No, cocinaré yo —se ofreció—. ¿Adonde has ido en tu viaje?


Pedro hizo una mueca interior ante la pregunta que no podía responder sin traicionar el secreto de Pablo.


—No importa adonde he ido ni lo que hice. Lo que importa es que he vuelto para quedarme.


Ella lo observó unos momentos, luego asintió.


—Entonces nos veremos a las seis.


—Estaré ansioso.


—Vaya. Me gustaría verlo —sonrió con diablura.


Mientras iba hacia el porche, se aseguró que no solo era sexo. Poseía cierta experiencia al respecto como para saberlo. Era obvio que tenían algo estupendo en marcha, y no pensaba estropearlo. Ella le había concedido el regalo de su inocencia y su confianza, y no iba a fallarle.





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