miércoles, 20 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 10





Sonó el timbre de la suite y Pedro fue a abrir la puerta. 


Paula se había recluido en la cocina, estaba trabajando en su ordenador portátil. No le había vuelto a dirigir la palabra.


Sin embargo, mientras él se dirigía hacia la puerta, ella rompió el silencio.


—Es mi masajista. ¿Tienes que controlarla?


—Por supuesto —respondió él examinando la tarjeta de identidad de Helena Bancroft.


Cinco minutos después, Helena estaba en la habitación de Paula extendiendo la tabla de masajes al pie de la cama, mientras ella esperaba a que Pedro saliera de su cuarto.


—Que lo disfrutes —dijo él dirigiéndose hacia la puerta—. Pero no cierres la puerta. La dejaré abierta cinco o seis centímetros.


—No es necesario —protestó Paula, tratando de no perder los nervios.


—Sí que lo es. Hazte a la idea de que soy una estatua.


Salió del cuarto, dejando una breve rendija abierta en la puerta, y se apostó detrás de ella como si fuera un centinela.


Una hora después, oyó un movimiento en el interior de la habitación, luego el roce de una tela y el cierre de la cremallera de una bolsa. Al poco, Helena salió de la habitación.


—Dejaré la tabla aquí de momento. Me la llevaré por la mañana. La señorita Chaves está casi dormida y no quisiera molestarla.


—Cuando Paula ya no la necesite, se la bajaré yo mismo al spa.


Helena asintió con la cabeza y salió de la suite.


Pedro verificó que la puerta había quedado bien cerrada, y se dirigió a la habitación de Paula para asegurarse de que todo estaba bien. Estaba tumbada boca abajo sobre la tabla, cubierta sólo por una gran toalla.


No quería acercarse un centímetro más.


Salió del cuarto, y se retiró a su sofá. Conectó el ordenador y se puso a trabajar.


Pasó una media hora y se extrañó de no haber oído en todo ese tiempo el menor ruido en la habitación de Paula. Volvió a entrar. La encontró profundamente dormida sobre la tabla, con la cabeza inclinada hacia un lado en una extraña posición. Iba a tener una tortícolis al día siguiente si seguía mucho tiempo en esa postura.


¿Qué hacer?


Nunca antes se había preguntado a sí mismo lo que tenía que hacer. Siempre lo había sabido. Pero Paula Chaves parecía haber modificado todos sus puntos de referencia.


Se aproximó a la tabla lentamente, confiando en que se despertaría por sí misma al oírle. Pero no lo hizo. Con mucho cuidado, puso la mano sobre su hombro.


—Paula, si quieres dormir, sería mejor que te fueras a la cama.


Ella abrió los ojos, somnolienta.


Pedro, ¿por qué estás aquí?


—Tu fisioterapeuta se marchó hace ya tiempo. Y me temo que hayas echado a perder todo su trabajo con el rato que has estado medio dormida en esa posición. ¿Por qué no te levantas y te vas a la cama?


Ella dirigió por un instante la mirada hacia la cama y luego le miró de nuevo a él. Se incorporó en la tabla, procurando mantener la toalla sujeta sobre sus pechos.


Pedro sabía que debía salir de la habitación, pero el magnetismo que había entre ellos era tan poderoso y seductor... Ella no se movió un milímetro y él tampoco. 


Cuanto más pensaba en aquel beso de la mañana, más deseaba repetirlo.


—¿Crees de verdad que lo del beso fue una equivocación? —le preguntó ella.


Pedro tenía dos formas de responder. La primera, mintiendo. 


La otra, diciendo la verdad.


Por primera vez en su vida, no sabía qué camino tomar.






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