martes, 28 de abril de 2015

REGRESA A MI: CAPITULO 5






A Camila no le gustaba la lluvia. Tenía la sensación de tener lo pies mojados todo el día, aunque fuera a la escuela con las botas de goma. Los días malos no podían salir al patio durante el recreo. Se quedaban a pintar en el aula. Pintar era genial, pero ella prefería jugar al fútbol, con sol.


Echaba de menos a la abuela. Los días de lluvia, jugaba con ella al parchís o a La Oca. Menos mal que ahora tenía un nuevo amigo.



Abu, muchas gracias por haber convencido a mamá con lo del perrito.


Se llama Pongo, porque es blanco con manchas negras, como el de 101 Dálmatas.


Más pequeñito. Mamá dice que no se parecen en nada.


Pero, sabes, abu, te has equivocado. Yo te pedí un… PADRE. Un padre como todos los padres.


Bueno, lo de Pongo está bien. Pero yo necesito un PADRE.


¿Te vas a acordar?


Empezaba a enfadarse. Toda la semana hablando con la abuela, y ella no la escuchaba. A lo mejor en la Estrella había más perros que padres.


—Merrendaaar…


Daria entendía bien el español, aunque solo sabía decir palabras sueltas. Por eso veía las telenovelas de la tarde. 


Para aprender. Lloraba a lágrima viva por las desdichas
ajenas, como decía el tío Juan.


La mujer le puso sobre la mesa del comedor el vaso de leche y las dos pulguitas con jamón de York. Le acarició la cabeza con su gruesa mano y se marchó. Pongo a sus pies
la miró esperanzado.


Camila no lo dudó. Se olvidó de las normas y tendió uno de los bocadillos. Pongo lo devoró de un bocado. Siempre tenía hambre.


Colocó el codo sobre la mesa e inclinó la cabeza hasta apoyarla en la palma de la mano. Estaba aburrida. 


Permaneció extasiada contemplando el exterior. Por la calle
mojada bajaban los coches con las luces encendidas. El viento de la noche parecía haber desnudado los árboles del parque. Tuvo envidia de las gaviotas que sobrevolaban libres la ciudad, haciendo piruetas en el aire cerca de su ventana. 


Los gritos lastimeros que lanzaban siempre le recordaban el llanto de un bebé hambriento, como el del hermanito de
su amiga Pamela cuando quería comer.


La llamada de atención de una pata de Pongo, sobre su muslo, la sacó de su abstracción. Contempló el vaso. Ya no era una nenita que necesitara beber leche a todas horas. 


Pensaba echarla en el cubo de plástico de la playa. 


Después, lo lavaría en el lavabo. Daria no se iba a enterar.


Pongo se pondría muy fuerte. Caminó de puntillas en dirección al pasillo. Antes de salir, volvió la vista hacia la ventana. Un movimiento en la acera atrajo su atención.


Se quedó inmóvil un instante. Corrió hasta aplastar la nariz contra el cristal.


La idea cruzó por su mente con el brillo de un relámpago.


Era perfecta.





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