martes, 21 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 9




Ninguna mujer debería casarse con uniforme sanitario, aunque la boda no fuese de verdad.


No había tenido tiempo de cambiarse cuando Renato la requirió en el estudio. Creía que solo quería hablar de Lily o de su estado de salud, pero al entrar se encontró con un juez del pueblo. No le quedó más remedio que esperar estoicamente a que acabara aquel drama.


Pedro, en cambio, ofrecía un aspecto mucho más elegante con sus pantalones caquis, su polo negro y su pelo perfectamente peinado.


Estaba hecha un manojo de nervios y no sabía qué hacer. 


No había manera de evitar aquella boda, y salir corriendo del estudio no sería el comportamiento más apropiado en una novia. Lily le había enseñado a comportarse como una dama. ¿Serían los genes de su alocada madre, que intentaban abrirse paso?


–¿Estás bien? –le preguntó Pedro en voz baja–. No tenemos por qué hacerlo ahora, si no quieres.


Claro que tenían que hacerlo, aunque la tímida esperanza que brillaba en los ojos de Pedro la puso triste y por un momento deseó que todo aquello fuera de verdad.


–No, estoy bien.


Nolen apareció detrás de Pedro.


–¿Quieres que venga alguien en especial, señorita Paula? Puedo hacer una llamada.


Paula no supo si la expresión sorprendida de Pedro se debía a la sugerencia de Nolen o a la posibilidad de que ella quisiera tener a alguien allí. Lo último que ella necesitaba era que uno de sus padres estuviera presente, y su hermano lo vería como una pérdida de su precioso tiempo. Además, cuanta menos gente lo supiera, mejor. Al menos por el momento, porque la verdad no tardaría en difundirse.


–No, Nolen. Toda la familia que necesito está aquí –miró a Pedro a los ojos–. Estoy lista.


El juez Harriman la miró fijamente unos segundos, como si conociera los secretos que ella intentaba ocultar a toda costa. Pero nadie los sabría nunca.


–Vamos allá –dijo Renato desde detrás del escritorio.


–Queridos amigos aquí presentes, nos hemos reunido hoy para unir a estas dos personas en sagrado matrimonio…
»Unid vuestras manos y repetid conmigo: Pedro, ¿aceptas a Paula como tu legítima esposa y prometes serle fiel en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y amarla y respetarla todos los días de tu vida?


–Sí, acepto.


¿Era su imaginación o la voz de Pedro resonó en la habitación?


–Y tú, Paula, ¿aceptas a Pedro…?


«Por Lily».


–Sí, acepto.


–Con este anillo, yo te desposo…


En vez de mirar las alianzas doradas que aparecieron de repente, Paula se puso a hacer una lista de todas las cosas que tenía que hacer para Lily aquella tarde. Y al día siguiente. Y al otro.


Finalmente, el juez Harriman puso fin al suplicio.


–Por el poder que me confiere el Estado de Carolina del Sur, yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.


Paula no había pensado en aquella parte. Por suerte, Pedro demostró tener más sentido común que ella. Le levantó el rostro mientras se giraba hacia ella y Paula se fijó en los detalles más minimos: el áspero tacto de sus dedos, la diferencia de sus estaturas, el suave roce de sus labios…


«Por mí».


Su cerebro dejó de funcionar y dejó paso a las sensaciones. 


Un fuerte hormigueo que no se había esperado y un calor abrasador que sí se esperaba. Pero fue el impulso de acurrucarse contra Pedro lo que la hizo apartarse.


–No ha sido tan malo como creías, ¿eh, chico? –se mofó Renato.


Paula recuperó la noción de la realidad y vio el disgusto reflejado en el rostro de Pedro mientras miraba a Renato y se lamía los labios.


–Dulce –dijo en tono inexpresivo–. Algo que nunca podrás entender, abuelo.


Paula sintió que se ponía colorada. Afortunadamente el juez ignoró los comentarios y procedieron a las firmas. 


Cuando todo estuvo oficialmente en regla, se abrió la puerta y apareció Maria… con una tarta nupcial.


–¿Pero qué has hecho, Maria? –le preguntó Paula, acercándose a ella con el pretexto de ayudarla.


–Qué pregunta… ¿Y a ti cómo se te ha ocurrido casarte con esta ropa? ¡Las bodas hay que festejarlas, cariño!


Paula se limitó a sonreír y cortar la tarta, esperando que Lily se sintiera orgullosa de ella.


Mucho rato después, estaba ayudando a recoger los restos cuando oyó que alguien entraba en la casa y un hombre apareció en el umbral.


Luciano Alfonso. El hermano menor de Pedro. Un famoso piloto de carreras con una sonrisa que hacía estragos entre las mujeres y una sangre fría que no perdía en ninguna situación. Para Paula había sido como un hermano mayor adoptivo. Sus visitas eran las más frecuentes, por lo que nunca se perdió la amistad de la infancia.


–¿Qué estamos celebrando? –preguntó con su seductora sonrisa.


Vio a Paula, la tarta, a Maria y al grupo de hombres al fondo, y sus ojos azules se abrieron como platos cuando vio a su hermano. Solo tardó dos segundos en adivinar lo que ocurría.


Se abalanzó hacia la mesa de su abuelo y plantó las manos en la superficie de caoba, sin importarle que los papeles cayeran al suelo.


–¿Se puede saber qué has hecho? –exclamó.


Paula quería echarse a llorar. ¿Cuándo acabarían los horrores del día de su boda?




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