martes, 21 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 10





–¿Puedes explicarme una vez más por qué estamos en un bar en tu noche de bodas?


–Al parecer, mi mujer cree que si estamos aquí evitaremos enfrentarnos al lecho nupcial que he puesto en su habitación.


–Con esa actitud preveo una noche de bodas bastante difícil. ¿Seguro que este matrimonio es real?


–Claro que lo es –y más tentador de lo que Pedro quería reconocer–. Cierto que es temporal, pero eso no cambia los requisitos.


Su hermano se puso serio.


–Simplemente trato de entenderlo. Procura que Paula no sea usada como un simple objeto.


–Gracias por preocuparte por mí, hermano.


–Vamos, tú sabes cuidar de ti mismo… aunque está claro que no lo haces muy bien.


La mirada entornada de Pedro no sirvió para intimidar a Luciano.


–Además, si necesitaras nuestra ayuda nos habrías llamado. Julian y yo habríamos venido en el primer avión. ¿Por qué no lo hiciste?


–¿Y que mis hermanos asistieran a mi derrota? Menuda reunión familiar hubiera sido.


–Aun así habríamos venido –insistió Luciano.


Pedro asintió. Como si no tuviera ya bastantes problemas, el bocazas de Jason estaba yéndose de la lengua en una mesa detrás de ellos. La joven camarera no dejaba de mirarlos con preocupación, pero Pedro tenía demasiada clase como para enzarzarse en una pelea con alguien que, francamente, estaba por debajo de él.


Mientras Jason no entrase en un terreno demasiado personal, Pedro dejaría pasar por alto sus provocaciones.


No quería comenzar su andadura en la fábrica despidiendo al hijo de un miembro del equipo de administración, y menos cuando ya debía de haberse corrido la voz de que iba a haber cambios en la principal fuente de ingresos del pueblo.


–¿Es verdad que el abuelo te va a poner al mando de Alfonso Mill? –le preguntó Luciano.


–Ya lo ha hecho. Llevo varios días consultando informes y la semana que viene tengo una reunión con el director.


Siguieron comiendo en silencio y Pedro volvió a fijarse en una mesa en el otro extremo del local, al otro lado de la pista de baile, donde Paula disfrutaba de la velada con un grupo de amigas.


Una luna de miel debería comenzar en el lecho nupcial, no en un bar del pueblo y en mesas separadas. El suyo no era un matrimonio de verdad y debería olvidarse de camas y duchas compartidas, pero no podía dejar de mirar a su mujer y fantasear con ella. Su vestido sin mangas era demasiado elegante para un ambiente como aquel, pero Paula parecía encajar a las mil maravillas y prodigaba sonrisas a todo el que se paraba a saludarla. Su carácter amable y generoso la convertía en alguien muy apreciado en la comunidad.


Ojalá pudiera reservar para él una pequeña porción de esa cordialidad, en vez de salir huyendo en su noche de bodas…


–¿Qué planes tienes para la fábrica? –le preguntó Luciano–. Por lo que dice Jason no parece que vaya a ser un camino fácil. Pero seguro que cuando te conozcan les caerás mejor que el viejo Renato.


–Aún no he diseñado una estrategia. Antes tengo que resolver lo que está pasando en la fábrica y nombrar a un gerente. Luego me largaré a Nueva York y seguiré con mi vida.


–¿Piensas ganarte su confianza para luego marcharte sin más?


–No, voy a ganarme su confianza para saber exactamente lo que el pueblo necesita. Un buen administrador sabrá mantener el orden, hacer que el negocio vaya viento en popa y mantener a raya a los payasos como Jason –apuntó a su novia con el vaso de whisky–. Paula será de gran ayuda para conseguir que la gente me acepte. Mira cuánto les gusta a todos.


–Sí –afirmó Pedro–. La gente del pueblo la quiere mucho, pero para conseguir que te ayude tendrías que convencerla para estar en la misma habitación que tú… Y no te será fácil si seguís cada uno en un extremo del bar.


Una camarera se había parado a hablar con Paula mientras se golpeaba la pantorrilla con la bandeja vacía. 


Paula no se había percatado de la presencia de Pedro, ya que él había elegido expresamente un sitio para poder observarla sin que lo viera. Quería ver cómo se comportaba realmente, mostrando la parte de sí misma que a él le ocultaba. Pero aquella encantadora sonrisa y aquellos magníficos hombros al descubierto lo tenían encandilado.


Al día siguiente todo el pueblo sabría que estaban casados. 


Pedro sabía que la gente necesitaba creer que su matrimonio significaba algo. Al menos mientras él estuviera allí.


Se levantó y se dijo que estaba haciéndolo porque era lo mejor para su futuro.


–A por ella, tigre.


Pedro le dio un fuerte manotazo a su hermano, lo dejó frotándose el hombro y cruzó el bar en dirección al grupo de mujeres en el rincón. Sentía todas las miradas fijas en él, y a pesar de la música casi podía oír los murmullos de asombro.


Y entonces Paula lo miró, le mantuvo la mirada y el cuerpo de Pedro reaccionó al instante.


–¿Quieres bailar, Paula?


Los ojos se le abrieron como platos, llenos de pavor, y el rostro se le contrajo un momento antes de negar con la cabeza.


–¿Estás segura? –insistió él. Le tendió la mano y se fijó en que no llevaba puesto el anillo.


Esa vez ella aceptó y dejó que la levantara. Pedro la alejó del grupo de amigas, que se quedaron cuchicheando, y la llevó al otro extremo de la pequeña y abarrotada pista de baile. Apenas había espacio para moverse, pero Pedro solo quería que los vieran juntos y que el pueblo empezara a aceptarlos como pareja.


No lo hacía por abrazarla. Por supuesto que no.


Por desgracia, Paula no parecía dispuesta a colaborar. 


Estaba rígida como un palo y con todos los músculos en tensión. Pedro la acercó un poco más e intentó abstraerse del roce de sus cuerpos. Imposible. Era delicioso tenerla así…


–Puedes relajarte, Paula. Al fin y al cabo, estamos casados y este es nuestro primer baile.


Ella le clavó la punta de los dedos en las palmas.


–Lo siento. No es por ti. Es que no suelo bailar mucho.


Él la miró fijamente, aunque ella se empeñaba en mirar a lo lejos.


–¿Por qué pasas nuestra noche de bodas en un bar sin mí?


–No es una noche de bodas real.


La gran cama de matrimonio sugería lo contrario.


–¿Es eso lo que quieres hacer creer? –le preguntó, señalando con la cabeza a la multitud.


–No –se tropezó y se rozó contra él durante un segundo delicioso–. Es… No sé.


–¿Por qué has venido aquí esta noche?


Ella se encogió tímidamente de hombros.


No era una respuesta, pero Pedro no la presionó. No quería saberlo, aunque podía adivinarlo. Para alguien como Paula no debía de ser muy agradable compartir la cama con un desconocido, mientras que para él había sido su modus operandi durante años.


Le agarró las manos y se las puso en los hombros. Luego la rodeó con sus brazos, posando una mano en el borde del vestido y sintiendo por primera vez la piel que había estado codiciando.


Ella lo miró con ojos muy abiertos, pero poco a poco se fue relajando.


–Eso está mejor –dijo él, relajándose con ella–. No queremos que nadie piense que no te gusto. Todo el pueblo debe de haberse enterado ya de lo nuestro.


Ella sonrió y él se maravilló de lo cómodo que se sentía abrazándola y mirándola. Las alarmas sonaban en un rincón de su cabeza, pero quedaban ahogadas por el fragor de la sangre que le corría por las venas. Su mano actuó como si tuviera voluntad propia y le acarició la espalda descubierta, metiéndose bajo sus cabellos para encontrar el punto más sensible de la nuca. ¿Cómo sería repetir el beso de aquella mañana?


No, de eso nada. Renato estaría encantado si consumaran el matrimonio y le dieran otra generación para controlar. 


Pero Pedro no tenía intención de quedarse el tiempo suficiente para que eso ocurriera, por muy tentadora que fuese su mujer. No iba a dejar que su abuelo volviera a controlar su vida.


–No debes tener miedo de mí, Paula –murmuró con la boca pegada a su pelo–. No tienes que hacer nada que no quieras. Sé que no querías esa cama, pero alguien tenía que tomar la decisión. Solo intento cumplir los requisitos de Renato para que puedas quedarte con Lily.


Sintió el suspiro de Paula pegado a su garganta.


–¿Y tu forma de ser caballeroso es meter un colchón en mi cuarto sin mi permiso?


–Es un colchón muy cómodo, ¿verdad? –bromeó él.


Ella se apartó para fulminarlo con la mirada.


–Estoy hablando en serio, Pedro.


Él también se detuvo y miró seriamente sus ojos color chocolate.


–Te prometo que mantendré las manos quietas… A menos que me pidas lo contrario.


Ella entreabrió los labios, pero ninguna palabra salió de su boca. Su expresión reflejaba su conflicto interno, y Pedro entendió que no sabía si reprenderlo o aceptar su oferta.


Por suerte para ambos la canción terminó y la pista de baile se llenó de parroquianos listos para bailar el country. Pero Boot Scootin´and Boogie no los libraría de la larga noche que tenían por delante.






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