viernes, 13 de marzo de 2015

SOCIOS: CAPITULO 7




El viernes por la mañana, Paula se acercó al pueblo en bicicleta y compró pan y queso. Después, volvió a la bodega a toda prisa, encantada ante la perspectiva de volver a ver a Pedro. ¿Qué pasaría cuando se encontraran? Habían declarado una tregua, pero no se podía negar que se sentían atraídos el uno por el otro.


Tenían que encontrar la forma de refrenarse, pero no iba a ser fácil.


Cuando llegó al despacho y descubrió que la puerta estaba cerrada, no supo si sentirse aliviada o decepcionada. Pedro la confundía siempre. Lo deseaba y, al mismo tiempo, deseaba estar a mil kilómetros de él.


Era una locura.


Abrió la puerta y se sentó a la mesa.


Era la primera vez que estaba en el despacho sin él y, en consecuencia, también fue la primera vez que pudo prestar verdadera atención al lugar. Obviamente, Pedro prefería los sitios despejados; su despacho no se parecía nada al de Arnaldo, que estaba atestado de cosas. Y no había ningún detalle personal. Podría haber pertenecido a cualquiera.
Paula pensó que debía afrontar la situación con la sobriedad impersonal de aquel despacho. Actuar desde la lógica; mantener las emociones controladas y tratar a Pedro
como si fuera un cliente. Fingir que no sentía nada por él.


Respiró hondo y se dijo que, con un poco de suerte, el truco podía funcionar. Luego, encendió el ordenador y se puso manos a la obra.



*****


Pedro llegó a las doce menos cuarto de la mañana. Cuando bajó del coche, vio que Paula había dejado la bicicleta contra una pared, que había abierto la ventana del despacho y que también había dejado abierta la puerta de la entrada, con la esperanza evidente de que corriera un poco de aire.


Allí no hacía tanto calor como en la costa, pero el clima de Ardeche era bastante más cálido que el de Londres y Paula no estaba acostumbrada. De hecho, Pedro se acordó de que, en las vacaciones de verano, pasaba muchas horas en la piscina.


Al recordar las vacaciones, se acordó de una imagen inquietante. Paula desnuda como una sirena, nadando. 


Paula con su largo cabello rubio flotando en el agua.


Sacudió la cabeza e intentó tranquilizarse, aunque ardía en deseos de tocarla. Pero el deseo era tan intenso que consideró la posibilidad de salir aquella noche y acostarse con alguien que necesitara lo mismo que él, una relación sexual sin ataduras, unos momentos de placer sin frustraciones.


Pero, ¿a quién intentaba engañar? Paula era la única mujer que le interesaba. Pensaba en ella todo el tiempo. No se podía acostar con otra.


Cuando entró en el despacho y vio que estaba trabajando con el ceño fruncido, le pareció más encantadora y bella que nunca. Era una pena que no la pudiera sentar en su regazo, abrazarla con fuerza y asaltar su boca.


–Bonjour, Paula.


Paula alzó la cabeza, sorprendida.


–Ah, lo siento, no te había visto. Me cambiaré de sitio –dijo–. ¿Siempre descansas a estas horas?


–En esta época del año, sí. Hace demasiado calor para trabajar fuera al mediodía.


Ella asintió.


–Gracias por corregirme el texto.


–De nada.


–Precisamente estaba con el blog… He subido el texto en inglés y francés y he puesto enlaces a la página web de los viñedos –le explicó–. Ah, eché un vistazo a las direcciones de Internet que me enviaste. He encargado unos cuantos libros.


–¿Ah, sí? ¿Qué libros?


Ella se lo dijo y él asintió.


–Has elegido bien. Son una buena forma de empezar.


–Quería hacer unas cuantas fotografías de los viñedos. ¿Tienes tiempo para enseñarme la zona? –le preguntó.


Pedro se estremeció para sus adentros. Estar más tiempo con ella era lo último que necesitaba. Pero no se podía negar.


–Dame unos minutos para que coma algo y estaré contigo.


–No te preocupes. No es tan urgente.


Paula se levantó, se dirigió a la cocina.


–Voy a preparar café. ¿Te sirvo una taza?


–Sí, gracias.


–He comprado pan y queso. ¿Te apetece un poco?


Pedro se dio cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo por suavizar las cosas y, tras asentir, dijo:
–Hay ensalada en el frigorífico. Si quieres, la podemos compartir.


Pedro pensó en todas las comidas que habían compartido y en lo mucho que le gustaban a Paula los melocotones, sobre todo cuando se los cortaba y le llevaba pedacitos a la boca.


Pero no quería pensar en eso, así que se acercó al ordenador portátil y echó un vistazo al trabajo de su socia.


–El blog está muy bien.


Ella se ruborizó.


–Merci…


Pedro la miró de arriba a abajo.


–No vas mal vestida para dar un paseo por los viñedos, pero necesitarías un sombrero o una pamela.


Ella alcanzó el bolso y sacó una gorra de béisbol.


–¿Esto vale?


Él sonrió.


–Por supuesto, aunque no es lo que esperaba.


Ella frunció el ceño.


–¿Y qué esperabas?


–No sé… Algo más elegante.


Paula se encogió de hombros y le dio su taza de café.


–Puede que una gorra no sea elegante, pero es práctica.


Pedro probó el café y replicó:
–Eso es cierto.


Durante los minutos siguientes, Pedro se las arregló para comer con ella sin arrancarle la ropa ni hacerle el amor. Y cuando la llevó al coche para dar una vuelta por los viñedos, se alegro de tener que conducir. De ese modo, tendría las manos ocupadas en el volante y la vista, ocupada en la carretera.


En cuanto se detuvieron, ella preguntó:
–¿Te importa que haga fotos?


–¿Son para el blog?


–Sí… y para mí.


–¿Para ti?


–Sí, es que soy de las que aprenden mejor con las imágenes.


Pedro respiró hondo. No sabía en qué tipo de imágenes estaba pensando ella, pero sabía en qué tipo de imágenes pensaba él. Y Paula aparecía desnuda en todas.


Desesperado, le empezó a hablar de las viñas y de los tipos de uva. Pedro intentaba concentrarse en las explicaciones, pero no le podía quitar la vista de encima. Cada vez que se inclinaba a tocar una hoja u observar un racimo, él admiraba su cuerpo y se alegraba de haberse dejado la camisa por fuera de los pantalones. Al menos, Paula no se daría cuenta de que tenía una erección.




*****


Mientras paseaban, Paula imaginó a Pedro con una azada en la mano, arrancando las malas hierbas. Seguramente se quitaba la camisa para estar más cómodo, y que el sol le daría un destello dorado a su piel. La imagen le resultó tan perturbadora que sacudió la cabeza en un intento por borrarla de su mente. Sería el calor, que le había empezado a afectar. Si echaba un trago de agua, se sentiría mejor. 


Pero, al pensar en el agua, se acordó de Pedro en los viejos tiempos, cuando en mitad de una tórrida tarde de verano alcanzaba una botella, se la llevaba a los labios y echaba un trago largo, dejando que algunas gotas le cayeran en el pecho.


–Cuando llegue agosto, se producirá la veraison… –dijo Pedro, devolviéndola a la realidad.


–¿Eso es cuando las uvas cambian de color?


–Exactamente. Pero ya que te has informado tan bien, ¿me puedes decir cómo pruebo las uvas? –dijo.


–Por supuesto –dijo él–. Agosto es un mes de espera, que aprovechamos para hacer ese tipo de cosas. Un mes de descanso antes de la locura de septiembre.


–Pero tú estas en los campos todos los días, ¿no?


–Sí, siempre que puedo. Y no, no espero que tú hagas lo mismo –declaró él–. Estas son mis tierras. Forman parte de mí.


Pedro guardó silencio durante unos segundos y, a continuación, siguió hablando.


–Pero, ya que te vas a quedar un par de meses, podrías echar una mano con la vendimia. Recogemos las uvas a mano porque así podemos elegir los mejores racimos y limitar los daños a las viñas. Hasta el propio Gabriel nos ayuda… Aunque es un trabajo muy duro. Trabajamos desde el alba hasta el anochecer.


–Estaré encantada –dijo ella, sonriendo–. Será mi primera vendimia… Mis vacaciones siempre terminaban antes de que empezarais a recoger la uva.


Paula sacó la cámara y empezó a hacer fotografías. La mayoría, de los viñedos; pero no se pudo resistir a la tentación de inmortalizar a Pedro.


–¿Tu cámara tiene un buen zoom?


–Sí, ¿por qué?


–Gírate muy despacio y mira a tu izquierda.


Paula obedeció y vio una mariposa verdaderamente bonita en una de las viñas.


–Es preciosa…


–Es una papillon petit nacré.


–¿Cómo se llama en mi idioma?


Él se encogió de hombros.


–No tengo ni idea. Tendrás que mirarlo en un diccionario. Pero, si te gustan las mariposas, echa un vistazo a las matas de espliego.


–Quedarán muy bien en el blog. Gracias.


Tras unos minutos más de paseo, Pedro la llevó a la planta y le explicó el proceso de producción, desde que llegaban las uvas hasta que se embotellaba el vino. Paula tomó más fotografías y muchas más notas.


–Bueno, creo que ya basta por hoy –dijo él.


–Sí, ya es suficiente.


–¿Alguna pregunta antes de que nos marchemos?


Ella asintió.


–No tiene mucho que ver con los viñedos, pero ¿recuerdas que el otro día te ofreciste a prestarme un coche?


–Claro. ¿Es que has cambiado de opinión?


–Sí.


–¿Por qué?, si se puede saber


Paula respiró hondo.


–Porque quiero ir al refugio de animales. Hay un perro que…


Pedro frunció el ceño.


–¿Un perro?


–Arnaldo siempre tuvo un perro, y yo…


–¿Quieres adoptar uno?


Ella volvió a asentir.


–Paula, los del refugio no te darán un perro si no están seguros de que estará bien cuidado. Un perro no es un juguete –le advirtió–. Tienes que estar con él, prestarle atención. No lo puedes dejar solo todo el día.


–Bueno, eso no es un problema. He pensado que me lo podría llevar conmigo, al despacho –declaró–. Pero esperaba que hablaras en mi favor, por si necesitan referencias.


Pedro suspiró.


–No sé qué decir, Pau… Falta poco para la vendimia, la época más complicada del año. Habrá mucha gente, mucho ruido, muchas máquinas por todas partes. Y todo el mundo va a estar tan ocupado que no le podrá prestar demasiada atención… Además, ¿qué pasará si decides volver a Londres? ¿Lo vas a devolver al refugio? Porque llevarlo a Inglaterra sería un problema; sus leyes son tan restrictivas que tendría que pasar por una cuarentena de varios meses.


–Eso no es un problema. Me voy a quedar.


Él sacudió la cabeza.


–Aún no has tenido tiempo de pensarlo. Espera a que termine la vendimia. Si entonces decides quedarte, te ayudaré con el perro. Te llevaré al refugio y hablaré en tu favor.


Paula pensó que tenía razón. No podía adoptar un perro sin estar totalmente segura de que se iba a quedar en Ardeche.


–Gracias… En fin, nos veremos mañana.


–Es sábado. No esperaba verte hasta el lunes. Limítate a tomar más notas y a seguir con las catas. Si no recuerdo mal, Arnaldo tenía una buena bodega… Disfruta de ella e intenta distinguir las diferencias entre las distintas cosechas –le recomendó.


–En ese caso, que tengas un buen fin de semana.


Algo deprimida, Paula metió sus cosas en la bolsa del ordenador portátil, se subió a la bicicleta y volvió a casa.



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