viernes, 13 de marzo de 2015

SOCIOS: CAPITULO 6





Pau se recostó en la silla y se llevó una mano temblorosa a los labios. ¿Pedro la consideraba culpable de su ruptura?


Las palabras de la conversación que habían mantenido resonaron en su cabeza. Según él, no la había expulsado de su vida. ¿Sería posible que hubiera malinterpretado el comportamiento de Pedro?


Ciertamente, era posible. Pero se recordó que, cuando ella puso fin a la relación, él se mostró de acuerdo y ni siquiera preguntó por qué había tomado esa decisión. La dejó ir sin luchar por ella, y ella dio por sentado que la dejaba ir porque ya no le importaba.


Y ahora, por si no tuvieran suficientes problemas, se dedicaban a besarse. Aunque él había dejado bien claro que no se volvería a repetir.


Paula respiró hondo. Sus versiones sobre lo que había ocurrido años atrás eran radicalmente distintas; pero al menos lo habían sacado a la luz, y ahora solo tenían que afrontar el asunto con tranquilidad para poder mantener una relación sana.


Sobre todo, porque eran socios. Si no arreglaban las cosas, su vida sería un infierno.


Lo llamó al teléfono móvil, pero Pedro estaba ocupado o no se encontraba de humor para contestar, así que le envió un mensaje. Le dijo que lo sentía, que no quería discutir con él, que lo pasado ya no tenía importancia y que se debían concentrar en el presente, en su negocio y en su trabajo.
Luego, arregló un poco el despacho y tapó las botellas de vino.


Ya no tenía mucho que hacer, así que consideró la posibilidad de llevar las botellas a la casa de Arnaldo y seguir con las catas, como Pedro le había sugerido. Así, le podría enviar sus impresiones y demostrarle que se lo estaba tomando en serio.


Además, el trabajo era una forma perfecta de concentrar su energía y dejar de pensar en los besos de Pedro, en la forma en que su cuerpo había reaccionado, en la sangre que aún le hervía en las venas.


Se montó en la bicicleta, se dirigió a la casa de Arnaldo y entró en el edificio vacío. En parte, se sintió aliviada por no tener que hablar con nadie; pero, por otro lado, habría preferido que el ama de llaves estuviera allí.


El recuerdo de su difunto tío abuelo estaba en todas partes. Paula habría dado cualquier cosa por poder cambiar el pasado.


Pero no lo podía cambiar. Tenía que seguir adelante y superar su dolor.




****


Paula estudió las etiquetas con detenimiento; se aprendió los nombres de los vinos, su clasificación, el año de cosecha y todas y cada una de las características. Las descripciones eran tan exhaustivas como exactas; pero, desde su punto de vista, faltaba un detalle importante, un detalle que no estaba en el bouquet y el sabor: su personalidad. Porque Les Trois Closes tenía personalidad.


Reunió las notas que había tomado, las dejó a un lado para discutirlas con Pedro en otro momento y escribió su primera entrada para el nuevo blog, en inglés. Luego, la tradujo al francés y le envió las dos versiones por correo electrónico.


A continuación, empezó con los diseños. Gracias a lo que Pedro le había contado, Paula ya tenía una idea aproximada de lo que significaba Les Trois Closes. Uvas tradicionales y métodos tradicionales para vinos de carácter artesanal. Algo que se debía reflejar en las etiquetas de las botellas. Quizás, con letra que pareciera hecha a mano y un logotipo impactante.


Por suerte, conocía a la persona adecuada para esa tarea. 


Alcanzó el teléfono y envió un mensaje a Agustina, a quien pidió que le hiciera un logotipo y varias muestras de etiquetas y que, a ser posible, se los enviara a mediados de la semana siguiente.


Agustina respondió casi de inmediato. Le dijo que contara con ella y que, si tenía alguna duda, la llamaría por teléfono.


Como Paula sabía que su amiga no podía trabajar sin saber lo que estaba haciendo, le envió toda la información que necesitaba por correo electrónico. Pero no las envió a su dirección de la empresa, sino a su dirección particular. Al fin y al cabo, era un encargo privado que no tenía nada que ver con la agencia.


Ya estaba a punto de escribirle para darle las gracias cuando llegó otro mensaje de Agustina. Esta vez, solo le preguntaba si se encontraba bien.


Después de lo que había pasado aquella tarde, Paula estaba lejos de sentirse bien; pero contestó afirmativamente. Le dijo lo bonita que era la tienda de Nicole, lo interesante que era el café de Ardeche, lo buena que estaba la comida de la zona y lo preciosa que era la luz.


Naturalmente, no le dijo que pensaba todo el tiempo en Pedro Alfonso y que, acostumbrada a la vida en Londres, se sentía sola. El ritmo del campo era mucho más lento que el de una gran ciudad.


Además, casi nunca veía a nadie. Hortensia vivía con su hermano, en el pueblo.


Entonces, se le ocurrió que podría adoptar un perrito y empezó a buscar por Internet. Al cabo de unos minutos, se encontró ante la foto de una criatura preciosa que respondía al nombre de Beau y que estaba en el refugio de animales de Ardeche. Era un spaniel bretón con los ojos marrones más cariñosos que Paula había visto nunca. Pero no podía ir al refugio y montar a Beau en la bicicleta.


¿Qué podía hacer?


Media hora después, recibió un mensaje. Le escribía para decirle que él tampoco se quería pelear con ella, que lamentaba lo sucedido y que, si le parecía bien, podían establecer una tregua.


Paula aceptó la tregua al instante, contenta por haberse quitado un problema de encima. Y aún estaba pensando en ello cuando recibió otro mensaje de correo electrónico, también de Pedro. Eran enlaces de Internet, de páginas que le podían interesar y un documento adjunto con las correcciones que había hecho a su texto en francés.


Por algún motivo, Paula se sintió tan contenta como una niña con zapatos nuevos.


Pero se dijo que no debía sentirse halagada. Aquello era un trabajo; un simple trabajo que quería hacer tan bien como fuera posible. Por otra parte, Pedro se había limitado a ofrecerle la ayuda que le había pedido. Aunque había hecho algo más que corregir su texto: había añadido un par de notas en inglés donde explicaba qué había traducido mal y por qué.


Al recordarlo, pensó que Pedro Alfonso habría sido un profesor excelente. Habría sido excelente en cualquier profesión. Pedro no era de los que se contentaban con las medias tintas.


Un segundo después, Hortensia entró en la cocina y arqueó una ceja al verla sentada a la mesa con el ordenador portátil
–¿Quieres que me marche? ¿Te molesto aquí? –preguntó Paula.


Hortensia se encogió de hombros.


–No. Puedo trabajar al otro lado de la mesa.


Paula alcanzó sus notas y las guardó.


–Hortensia, ¿te importa que use el despacho de Arnaldo los fines de semana? Se me ha ocurrido que, si guardo alguna de sus cosas, tendré sitio para las mías… Así no te molestaré todo el tiempo.


Hortensia se volvió a encoger de hombros.


–Es tu casa. Puedes hacer lo que quieras.


–Lo sé, pero no quiero herir tus sentimientos ni tomar ese tipo de decisiones sin contar contigo –replicó–. Te lo he preguntado porque, si trabajo en la cocina, te estorbo.


Hortensia se encogió de hombros por tercera vez.


Paula suspiró y siguió trabajando.


Media hora más tarde, el ama de llaves le puso una taza de café en la mesa. Paula supuso que era su forma de hacer las paces.


–Me voy –anunció Hortensia–. He dejado comida en el horno, puolet provençal… Estará listo a las siete, y hay brécol y guisantes en el frigorífico.


–Gracias.


El puolet provençal siempre había sido uno de sus platos preferidos. Hortensia lo sabía, de modo que Paula supuso que era otra forma de suavizar las cosas con ella. Pero, en cualquier caso, le alegró que el ama de llaves no se mostrara especialmente territorial en su cocina; quizás porque, durante los días anteriores, Paula le había demostrado que era ordenada y que limpiaba y guardaba todo lo que usaba cuando estaba allí.


Aquella tarde, entró en el despacho de Arnaldo y se dedicó a hojear sus libros sobre vinicultura. Tenía muchos, pero todos estaban en francés, y Paula decidió encargar unos cuantos en inglés. Al cabo de un rato, recibió un mensaje de Agustina; decía que necesitaba fotografías de la propiedad para que le sirvieran de inspiración.


Paula sonrió y contestó que se las enviaría en cuanto las tuviera. Su amiga le acababa de dar algo que hacer durante los días siguientes.




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