jueves, 12 de marzo de 2015

SOCIOS: CAPITULO 3




Paula dedicó el resto del sábado a estudiar los documentos de Pedro, consultar cosas en Internet y tomar notas. Pedro le había dado su número de teléfono, pero no su dirección de correo electrónico. Y no le podía enviar un informe al móvil, no si quería incluir gráficos y fotografías. Al final, le envió un mensaje donde le decía que se iba a Londres al día siguiente, que volvería el martes o el miércoles y que necesitaba una dirección de correo para enviarle sus propuestas.


Pedro contestó aquella misma noche, aunque de forma bastante escueta. Al parecer, se había convertido en un hombre escueto en palabras. Si lo quería impresionar, sería mejor que actuara en consecuencia y le enviara un informe lo más breve, conciso y exacto que fuera posible.


Los días siguientes, iba a estar muy ocupada. Tenía que cerrar los cabos sueltos de su vida en Londres y pensar en ideas que convencieran a Pedro de que podían hacer un buen trabajo.



****


–Lo siento, Gabriel. No tengo hambre.


Pedro miró la cassoulet y apartó el plato.


–Sé que está un poco pasada, pero estaría bien si hubieras contestado al teléfono cuando te llamé por primera vez.


–Lo siento.


–¿Por qué te has retrasado? ¿Algún problema en los viñedos?


–No.


–¿Algún cliente que no ha pagado lo que te debe?


Pedro sacudió la cabeza con impaciencia.


–Tampoco. Todo va bien.


Gabriel se cruzó de brazos y miró a su hermano con seriedad.


–¿Que todo va bien? Oh, vamos… trabajas hasta la extenuación y tienes unas ojeras como si llevaras varios días sin dormir. No me puedes engañar, Pedro. Ya no soy un niño. Y no necesito que me protejas como hacíais papá y tú cuando la cosecha había sido mala y el banco se negaba a concedernos otro crédito.


–Lo sé… Pero no intento protegerte, Gabriel.


–Si es un problema de dinero, es posible que te pueda ayudar. La marca de perfumes va bien. Te puedo prestar lo suficiente para salir del agujero, como tú hiciste hace un par de años conmigo.


Pedro sonrió. Había ayudado a Gabriel cuando su exmujer lo dejó en la ruina y a punto de tener que vender su empresa para sobrevivir.


–Gracias, mon frere. Te lo agradezco mucho, pero no es necesario. Los viñedos van bien. No necesito dinero.


–Ah… se trata de Pau.


Pedro dudó un momento.


–¿Paula? Qué tontería.


–Lo siento, hermanito, pero te he pillado. Has tardado demasiado en responder –dijo–. La sigues queriendo, ¿verdad?


Pedro se encogió de hombros.


–Si aún la quisiera, no habría salido con otras mujeres.


–Mujeres con las que nunca has llegado a nada –dijo Gabriel–. No en el sentido que tuvo tu relación con Pau.


–Eso pasó hace muchos años, Gabriel. Los dos hemos crecido, cambiado… Ya no tenemos nada en común.


–Si tú lo dices… Pero tengo la impresión de que estás buscando excusas para convencerte a ti mismo.


–No, no es eso. Admito que su vuelta me ha descolocado un poco, pero solo porque no esperaba volver a verla –afirmó–. Olvida el asunto, Gabriel. No me apetece hablar de Paula.


–Está bien, como quieras. Pero si necesitas hablar en algún momento, ya sabes dónde estoy. –Gabriel le dio una palmada en la espalda–. Estuviste a mi lado cuando Viviana me la jugó, y yo estaré a tu lado cuando lo necesites.


Pedro asintió.


–Quién sabe. Puede que los Alfonso estemos condenados a elegir mal en cuestión de mujeres. Papá, tú, yo… Menudo desastre.


Gabriel sonrió.


–Sí, es posible. Y también es posible que no hayamos encontrado aún a las mujeres adecuadas para nosotros.


Pedro pensó que Paula había sido la mujer adecuada para él; pero, lamentablemente, él no lo había sido para ella. Y si quería que su asociación funcionara, sería mejor que lo tuviera presente.



*****


En Londres, Paula no tuvo tiempo ni de respirar. Además de trazar un plan sobre los viñedos, tuvo que traspasar su piso de alquiler a su amiga Agustina, decidir qué se quería llevar a Francia y qué debía dejar en Inglaterra, recoger las cosas que tenía en el despacho e intentar no llorar en exceso cuando descubrió que Agustina y sus compañeros le habían preparado una fiesta de despedida a la que asistieron todos menos su exjefe.


Estuvo tan ocupada que ni siquiera pensó en Pedro.


Hasta que subió al tren que la llevaría de vuelta a Avignon. 


Entonces, estuvo pensando en él siete horas seguidas. En él y en el hecho de que no hubiera contestado a ninguna de sus propuestas ni le hubiera preguntado cuándo regresaba.


Pero se llevó una buena sorpresa cuando el tren se detuvo en la última estación, donde debía tomar otro para ir a Ardeche. Pedro la estaba esperando.


Llevaba unos vaqueros negros y una camisa blanca, remangada y con el cuello abierto. Estaba tan guapo que no parecía un vinicultor, sino un modelo de publicidad. Y todas las mujeres que pasaban, se lo comían con los ojos.


Cuando la vio, alzó una mano y la saludó. Paula apretó el paso y, por fin, dejó las maletas en el suelo.


–¿Qué estás haciendo aquí?


–¿Es que no me vas ni a saludar?


–Bonjour, monsieur Alfonso –dijo con ironía. 
–Bonjour, mademoiselle Chaves –replicó, sonriendo. –Y ahora que ya nos hemos saludado, ¿qué estás haciendo aquí?


–Me tenía que acercar a Avignon por una reunión de negocios y tú necesitas que alguien te lleve a Les Trois Closes, así que decidí venir a buscarte.


Ella arqueó una ceja.


–Gracias, pero ¿cómo lo sabías?


–Me lo dijo Hortensia.


Paula parpadeó.


–¿Hortensia?


–Sí. Y ahora, ¿nos vamos a quedar en la estación todo el día o prefieres que nos vayamos?


Pedro se encargó de sus maletas.


–Las puedo llevar yo –dijo ella.


–Por Dios, Paula… Puede que los ingleses no tengan modales, pero estás en Francia.


–Está bien, como quieras.


–¿Qué tal te ha ido en Londres?


–Bien.


–¿Esto es todo lo que traes?


–He dejado el resto de mis cosas en un trastero –explicó.


–Por si las cosas no salen bien, supongo… –comentó él.


Paula no supo si el comentario era un halago o un insulto, así que lo dejó pasar.


–¿Has recibido las propuestas que te envié?


–Sí.


–¿Y?


–Me lo estoy pensando.


Paula decidió no presionarle al respecto.


–¿Qué tal tu reunión?


–Bien, gracias.


–Supongo que estaría relacionada con los viñedos…


–A decir verdad, no.


Paula lo miró con cara de pocos amigos; por lo visto, estaba decidido a no darle explicaciones. Pero Pedro sonrió de repente y declaró:
–Bueno, te diré la verdad. No tenía ninguna reunión de negocios. Me he tomado el día libre y he estado comiendo con Marcos.


–¿Con Marcos? ¿Con monsieur Robert? ¿Con mi abogado?


–Con tu abogado que también es el mío –le recordó él–. Pero tranquila, no hemos estado hablando de ti.


Al salir de la estación, Paula se llevó otra sorpresa. El coche de Pedro era el que su padre le había regalado en la adolescencia, el viejo coche con el que la había llevado por toda Ardeche y desde el que le había enseñado todas las maravillas de la naturaleza de la zona.


–¿Qué ha pasado con tu deportivo?


–Que no era práctico. Y este lo es.


–¿Que no era práctico? –preguntó perpleja.


Paula no entendía nada. Pedro había estado enamorado de aquel deportivo, un vehículo clásico que había arreglado con ayuda de Michel, el dueño del taller mecánico de la localidad. Le dedicó tanto tiempo que Gabriel y ella le tomaban el pelo constantemente.


–A veces, tengo que ir en coche por caminos de tierra o llevar varias cajas de vino a algún cliente –explicó Pedro.


–Lo comprendo… Pero, si ahora te interesan tanto las cosas prácticas, ¿por qué le has puesto una tapicería tan elegante? –se burló ella.


–Porque tampoco hay que exagerar, ¿no? –respondió él–. No esperarás que vaya por ahí con poco más que un carro y un burro…


–Desde luego, sería más ecológico –observó.


–El motor de mi coche es ecológico.


–¿Lo dices en serio?


–Bueno, en realidad es un híbrido; mitad eléctrico, mitad de gasolina –contestó–. Quizás te sorprenda, pero esas cosas me importan mucho. He invertido mucho dinero para conseguir que nuestros vinos tengan el certificado de producto ecológico.


Paula se quedó perpleja. Era evidente que Pedro había cambiado






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