viernes, 20 de febrero de 2015

PROHIBIDO: CAPITULO 8




Se despertó oliendo a café y con la habitación vacía. Respiró con alivio mientras se levantaba del sofá cama. La cama arrugada indicaba que Pedro había dormido allí, pero no había ni rastro de él. La tableta pitó antes de que pudiera hacer más averiguaciones. La agarró y leyó los mensajes mientras se servía el café. Estaba trabajando otra vez y así quería que transcurriera su vida. Tenía dos mensajes de Pedro, quien se había instalado en la sala de reuniones del piso de abajo. Otros mensajes eran de personas interesadas en participar en la operación de limpieza, pero seguía sin saberse nada de los tripulantes desaparecidos. 


Contestó el mensaje de Pedro que le pedía que bajara en cuanto estuviera arreglada, guardó los mensajes más importantes, se duchó y se puso unos pantalones limpios y una camiseta color crema. Cuando ya se había hecho el moño, los acontecimientos de la noche anterior habían pasado a ser una «ofuscación temporal». Afortunadamente, ya estaba dormida cuando él salió del cuarto de baño y, aunque se despertó al oír su respiración, volvió a dormirse sin problemas, lo cual significaba que no tenía que temer que su relación hubiese cambiado. Cuando hubiese terminado esa crisis, volverían a Londres y todo recuperaría el cauce normal. Se puso una chaqueta verde, agarró el maletín, bajó a la sala de conferencias y se encontró a Pedro hablando por teléfono.


—El equipo de limpieza ha contenido el vertido del último depósito y el buque que recogerá el petróleo que queda llegará dentro de unas horas —le explicó él cuando colgó.


—Entonces, ¿se podrá retirar el petrolero durante los próximos días?


—Sí. Cuando el Comité Internacional de Investigación Marítima haya terminado las investigaciones, lo remolcarán a los astilleros del El Pireo. Ahora que el equipo de limpieza está completo, no hace falta que se quede nadie de la tripulación. Pueden volver a sus casas.


—Me ocuparé.


Aunque agarró la tableta para hacer lo que le había pedido, notó su mirada clavada en la cara.


—Me obedece sin pestañear cuando se trata de trabajo, pero anoche me desobedeció.


Ella parpadeó, lo miró y vio sus ojos verdes que la miraban fijamente.


—No entiendo…


—Anoche le dije que se acostara en la cama y no lo hizo.


Ella tragó saliva e intentó mirar hacia otro lado, pero era como si un imán la tuviese atrapada.


—Me pareció que su orden de obedecerlo sin pestañear no tenía que aplicarse al dormitorio.


—Así es. Me gusta tener el control en el dormitorio, pero no me importa ceder… algunas veces.


Ella intentó seguir al darse cuenta de que estaba a punto de abrasarse por las tórridas imágenes que le cruzaban por la cabeza.


—La lógica me dijo que como soy más baja, me adaptaría mejor al sofá. Me pareció que la caballerosidad no tenía por qué impedir que los dos durmiéramos bien.


—¿Caballerosidad? —él arqueó las cejas burlonamente—. ¿Cree que lo hice por caballerosidad?


Ella se puso roja, pero no pudo dejar de mirar sus hipnóticos ojos.


—Tendrá sus motivos… pero creí… Ya da igual, ¿no? —preguntó ella resoplando.


—Lo propuse porque no habría sido un sacrificio para mí.


—Estoy segura, pero tampoco tiene el monopolio del dolor y la incomodidad, señor Alfonso.


—¿Cómo dice? —preguntó él poniéndose rígido.


—Quería decir que… que sean cuales sean las circunstancias de su pasado, al menos tuvo una madre que lo amó, que no pudo haber sido tan malo.


Ella no pudo contener el tono de dolor y también se dio cuenta de que había tocado un asunto peligroso, pero, como no iba a hablarle de su propio pasado, era la única manera de no creer que Pedro se preocupaba por su bienestar. Durante su infancia no había conocido el amor y la comodidad y la amenaza de una vida entre drogas había estado omnipresente. Dormir en un sofá era una bendición en comparación con eso. Él la miró con los ojos entrecerrados.


—No confunda el remordimiento con el amor, Chaves. He aprendido que lo que llaman amor es como un manto muy oportuno que se pone sobre la mayoría de los sentimientos.


—¿No cree que su madre lo ama?


—Un amor débil es peor que la falta de amor —contestó él apretando los dientes—. Cuando se derrumba bajo el peso de la adversidad, habría sido preferible que no existiera.


Ella agarró la tableta con fuerza. Era la segunda vez en dos días que vislumbraba un aspecto completamente nuevo de Pedro Alfonso. Era un hombre que había ocultado dolores muy profundos y que ella ni se había imaginado.


—¿Qué adversidad?


—Mi madre creía que el hombre que amaba no podía hacer nada malo. Cuando se dio cuenta de la realidad, eligió darse por vencida y dejar que sus hijos se bandearan por su cuenta. Llevo mucho tiempo cuidando de mí mismo, Chaves.


Ella siempre había sabido que tenía un corazón duro como el acero bajo esa fachada cortés, pero en ese momento, cuando sabía cómo se había forjado, sintió comprensión y cercanía.


—Gracias por contármelo, pero el sofá tampoco fue un sacrificio para mí y, ya que los dos hemos descansado, creo que deberíamos dar por zanjado ese asunto.


—Claro. Sé elegir las batallas que tengo que librar, Chaves y abandonaré esta.


La idea de que habría más batallas entre ellos la alteró, pero él siguió hablando.


—También se alegrará de saber que ya no tendré que ocupar su espacio personal. Se ha quedado libre una habitación y la he reservado.


Ella no supo qué hacer cuando sintió una punzada de desilusión en vez de alivio.


—Fantástico. Sí, me alegro de saberlo.


Un mensaje llegó a la tableta y, dando gracias a Dios, se abalanzó sobre ella.



***


Después de desayunar, fueron a unirse a las tareas de limpieza. A media tarde, estaba trabajando junto a Pedro cuando notó que estaba tenso.


—¿Puede saberse qué hacen aquí?


Ella vio el equipo de televisión y el alma se le cayó a los pies.


—No puedo hacer nada para echarlos, pero es posible que pueda conseguir que se porten bien. Tiene que confiar en mí.


Se quedó helada nada más decirlo, como él. La confianza era un problema para los dos. Ella no podía pedirla cuando escondía un pasado que podría acabar con su relación. Sin embargo, la mirada de él dejó de ser dura como el acero y empezó a parecer de agradecimiento.


—Gracias. No sé qué haría sin usted, Chaves —dijo él en voz baja.


El corazón le dio un vuelco antes de desbocarse.


—Me alegro porque he elaborado este plan tan astuto para que no tenga que hacerlo usted.


Él esbozó una sonrisa fugaz, la miró a los labios y volvió a mirarla a los ojos.


—Cuando Ariel me amenazó con robármela, estuve a punto de partirle un remo en la cabeza.


—No habría ido.


—Perfecto. Me pertenece y aniquilaré a cualquiera que intente arrebatármela.


A ella se le aceleró el pulso más. Sin embargo, hablaba de trabajo y de su relación profesional. Paula tuvo que recordárselo mientras intentaba respirar. Él dejó escapar un leve sonido ronco y el calor brotó entre ellos hasta que sintió que se derretía entre las piernas.


—Iré… Iré a hablar con el equipo de televisión —balbució ella mientras retrocedía.


Salió corriendo y rezando para que recuperara el equilibrio. 


El equipo de televisión se negó a marcharse, pero accedió a no entrevistar a nadie del equipo de limpieza y se conformó con eso


La reunión de Pedro con los investigadores de desastres marítimos fue como la seda porque había reconocido su responsabilidad y estaba dispuesto a subsanarlo. Además casi ni parpadeó por la multa estratosférica que pusieron a Alfonso Inc. Sin embargo, con ella nada iba como la seda. 


Durante la entrevista, la miraba para pedirle su opinión, le tocaba el brazo para que se fijara en algo que quería que escribiera o le lanzaba preguntas. El miedo se adueñó de ella al darse cuenta de que el equipo serio y profesional que habían formado hacia setenta y dos horas había desaparecido. Cuando terminó la reunión, sabía que estaba metida en un lío.





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