viernes, 20 de febrero de 2015

PROHIBIDO: CAPITULO 7




Se apoyó en la puerta sin poder respirar y se le cayó la bolsa de la mano. Notaba que cada centímetro de la piel le abrasaba como si todavía estuviese acariciándole la mejilla.


 ¡No! La rabia le dio fuerzas para quitarse las botas, los pantalones manchados de petróleo y la camiseta que fue blanca. Fue a quitarse el sujetador, pero se miró en el espejo y vio el tatuaje. No voy a hundirme. Era una letanía que se había repetido durante los días más sombríos y que se recordaba cuando necesitaba confianza en sí misma. Le recordaba lo que había vivido de niña y adulta, que depender de alguien era buscar la devastación, que cometió una vez ese error y así había acabado. Le recordaba que tenía que seguir nadando sin hundirse. Sin embargo, estaba hundiéndose en ese marasmo erótico que la había dejado sin dominio de sí misma. Se llevó la mano al corazón como si así pudiera serenar los latidos desbocados. Luego, la bajó por la cicatriz que tenía en la cadera hacia la cinturilla de las bragas. Quería acariciarse con unas ganas casi desmesuradas, quería que unas manos más fuertes la acariciaran allí con unas ganas más viscerales todavía. 


Apretó los dientes y se pasó los dedos por la cicatriz. El tatuaje y la cicatriz le recordaban por qué no podía bajar la guardia ni confiar en nadie otra vez. Iba a aferrarse a eso porque lo que había visto en los ojos de Pedro la había asustado. Pedro podía ser irresistible e iba a necesitar toda la fuerza que pudiera reunir. Tenía la sensación de que esa crisis iba a alargarse y de que él iba a exigirle lo que no le había exigido nunca.


Se metió en la ducha y, una vez limpia, recuperó el aspecto sereno. Se secó y se puso una camiseta y unas mallas cortas que usaba para ir al gimnasio. Si hubiese estado sola, se habría puesto solo la camiseta, pero con Pedro Alfonso… Esa sensación amenazó con avivarse otra vez. Se lavó los dientes, se hizo el moño de siempre y salió del cuarto de baño.


Estaba en el diminuto balcón con un vaso en una mano y agarrando la barandilla con la otra. Se detuvo para mirarlo y él giró un poco la cabeza. El carnoso labio inferior era una línea firme y miraba fijamente el vaso con una expresión sombría. Ella se preguntó si estaría recordando la pregunta del periodista sobre su padre. Él no solía expresar los sentimientos, pero su respuesta había sido muy elocuente. 


No recordaba con cariño a su padre, pero su legado le había dejado cicatrices. Volvió a sentir ganas de protegerlo.


Él levantó el vaso y se bebió la mitad del líquido. Ella, hipnotizada, observó su cuello mientras tragaba y bajó la mirada hacia su pecho cuando tomó una profunda bocanada de aire. Tenía que hacer algo, pero los pies se negaban a moverse. Seguía inmóvil cuando él fue a entrar en la habitación. Se detuvo y sus ojos verdes se clavaron en ella con esa intensidad que la alteraba. Unos segundos después, la miró de los pies a la cabeza lentamente y terminó la bebida. Lamió una gota del labio inferior y la oleada de sensaciones la arrasó por dentro. ¡No! Eso no podía estar pasándole. Agarró la bolsa con todas sus fuerzas, hizo un esfuerzo sobrehumano para apartar la mirada, fue hasta el sofá, se sentó y dejó la bolsa al lado.


—Ya he terminado con el cuarto de baño. Es todo suyo.


La tableta seguía en la mesa como si esperara a que hiciera algo con las manos. La agarró y él se acercó para dejar el vaso en el mueble bar. Ella contuvo la respiración hasta que dejó de olerlo.


—Gracias —él agarró su bolsa y se dirigió hacia la puerta—. Chaves…


—Sí… —consiguió decir ella sin poder respirar todavía.


—Es hora de dejar de trabajar.


—Solo quería…


—Apague la tableta y déjela en paz. Es una orden.


Tenía que respirar y volvió a dejar la tableta en la mesa. Él abrió la puerta del cuarto de baño con un brillo de satisfacción en los ojos.


—Muy bien. Acuéstese en la cama, yo dormiré en el sofá.


Entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Ella respiró e intentó no oler el olor de Pedro que había quedado en el aire. Miró la cama y el sofá. Era indudable. Hizo el sofá cama a toda velocidad y se metió de espaldas al cuarto de baño cuando oyó que se cerraba la ducha. No podía ni plantearse la posibilidad de dejar la puerta abierta al deseo. 


Si cedía a los sentimientos, podía llegar a lo que la había mandado a prisión y esa experiencia había estado a punto de matarla. No iba a hundirse otra vez.





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