miércoles, 18 de febrero de 2015
PROHIBIDO: CAPITULO 1
Dale con fuerza! Ya estás escaqueándote como siempre mientras yo hago todo el esfuerzo.
Pedro Alfonso metió los remos en el agua mientras disfrutaba de la tensión del cuerpo.
—Deja de quejarte. No tengo la culpa de que te sientas tan viejo.
Pedro sonrió. Solo era dos años y medio menor que Ariel, pero sabía que le fastidiaba que se lo recordara y no perdía la ocasión de provocarlo.
—No te preocupes, Teo te sustituirá la próxima vez y no tendrás que esforzarte —siguió Pedro.
—Teo estará tan preocupado en presumir de músculos con las regatistas que no podrá remar —replicó Ariel con ironía—. No consigo entender cómo pudo dejar de presumir el tiempo suficiente para ganar cinco campeonatos del mundo.
—Sí, siempre le importaron más las mujeres y su físico que cualquier otra cosa —añadió Pedro.
Remó sincronizado con su hermano mientras cruzaban el lago que usaba el club de remo a unos kilómetros de Londres y sonrió por la sensación de tranquilidad que se apoderó de él. Hacía mucho tiempo que no iba por allí y que no estaba así con sus hermanos. Tenían que dirigir las tres secciones de Alfonso Inc. y no habían encontrado tiempo para reunirse. Naturalmente, no había durado mucho. Teo ya había salido hacia Río de Janeiro en el avión de Alfonso para lidiar con una crisis de la multinacional.
Aunque quizá fuese por otro motivo… Su hermano era capaz de volar a miles de kilómetros para cenar con una mujer hermosa.
—Si descubro que nos ha dejado por unas faldas, le confiscaré el avión durante un mes.
—Me temo que te juegas el cuello si te metes entre Teo y una mujer —Ariel resopló—. Hablando de mujeres, observo que la tuya ha conseguido apartarse un segundo de su ordenador portátil…
Él consiguió seguir remando a pesar de la descarga eléctrica que sintió en el cuerpo y miró hacia donde Ariel tenía clavados los ojos.
—Dejemos una cosa muy clara, ella no es mi mujer.
Paula Chaves, su asistente, estaba al lado del coche. Eso ya era una sorpresa porque ella prefería quedarse pegada al ordenador de la limusina cuando él no estaba. Sin embargo, lo que lo dejó atónito no era la expresión de eficiencia fría y profesional que no la había abandonado desde hacía año y medio. Ese día parecía…
—¿No me dirás que ya ha sucumbido? —preguntó Ariel en un tono entre burlón y resignado.
Pedro frunció el ceño con una incomodidad que se mezclaba con unos sentimientos que se negaba a reconocer. Había aprendido que manifestar los sentimientos podía dejar cicatrices incurables. Además, ya había probado el cóctel casi letal que formaban el trabajo y el placer.
—Cierra el pico, Ariel.
—Estoy preocupado, hermano. Está a punto de lanzarse al agua. Mejor dicho, de lanzarse sobre ti. Por favor, dime que no te has vuelto loco y te has acostado con ella.
Pedro miró a Chaves e intentó adivinar lo que pasaba a pesar de la distancia.
—No sé qué me parece más molesto, si tu malsano interés por mi vida sexual o que puedas seguir remando mientras te portas como un inquisidor —murmuró él distraídamente.
En cuanto a la relación física con Chaves, si su libido se empeñaba en elegir los momentos menos adecuados, como ese, para recordarle que era un hombre de sangre ardiente, no pensaba hacerle caso, como llevaba haciendo año y medio. Ya había perdido demasiado tiempo quitándose de encima a las mujeres. Remó con fuerza y con ganas de terminar, aunque no dejó de mirar a Chaves y su actitud rígida hizo que sonaran todas las alarmas.
—Entonces, ¿no hay nada entre vosotros? —insistió Ariel.
Dio una última palada y notó que el fondo de la embarcación chocaba con el embarcadero.
—Si estás pensando en robármela, Ariel, olvídate. Es la mejor asistente que he tenido y cualquiera que sea una amenaza perderá una parte de su cuerpo, dos si es de la familia.
—Cálmate, hermano. No estaba pensando en robártela. Además, oírte hablar así de ella ya me indica que has perdido la cabeza.
—Que reconozca el talento no quiere decir que haya perdido la cabeza. Tiene más cerebro en su dedo meñique que todos mis asistentes anteriores juntos y es como un perro de presa cuando tiene que organizarme el trabajo. Es todo lo que necesito.
—¿Seguro que es todo? Capto cierta veneración en tu tono…
Ariel recogió los remos y Pedro se quedó paralizado, hasta que se dio cuenta de que Ariel estaba tomándole el pelo.
—Ten cuidado. Todavía te debo una cicatriz por la que me hiciste con tu imprudencia.
Pedro se acarició la cicatriz que tenía en la ceja derecha, la que le hizo Ariel con un remo cuando eran unos adolescentes.
—Alguien tenía que bajarte los humos para que dejaras de creer que eras el hermano más guapo.
Ariel sonrió y Pedro se acordó de lo despreocupado que había sido su hermano antes de que la tragedia se cebara despiadadamente con él.
—Tu perro de presa se acerca —comentó Ariel mirando detrás de Pedro—. Creo que va a ladrar.
Pedro dejó los remos al lado de la piragua y vio que Paula estaba en lo alto del embarcadero con los brazos cruzados y la mirada clavada en él. Su rostro tenía una expresión que no le había visto nunca y tenía una toalla en una mano.
—Pasa algo —comentó Pedro con el ceño fruncido—. Tengo que irme.
—¿Te lo ha comunicado por telepatía o estáis tan sintonizados que lo sabes solo con mirarla?
—Ariel, de verdad, corta el rollo.
Pedro frunció más el ceño cuando ella se dirigió hacia él, algo que no hacía nunca. Sabía que no podía molestarlo cuando estaba con sus hermanos. Sabía cuál era su sitio y nunca lo olvidaba. Él también empezó a dirigirse hacia ella.
—¿Qué pasa? —preguntó Pedro parándose cuando llegó a la altura de su asistente.
La vio dudar por primera vez desde que hizo la entrevista para solicitar el empleo.
—Suéltalo, Chaves.
Ella tenía los labios levísimamente apretados, pero él lo vio.
También era la primera vez. Nunca le había visto un indicio de angustia. Chaves le tendió la toalla en silencio. Él la agarró más para que dijera algo que para secarse el cuerpo sudoroso.
—Señor Alfonso, tenemos un percance.
—¿Qué percance? —preguntó él apretando los dientes.
—Uno de sus petroleros, el Alfonso Six, ha encallado en Point Noire.
Pedro tragó saliva y se quedó helado a pesar del calor de verano.
—¿Cuándo pasó?
—Recibí una llamada de la tripulación hace… cinco minutos —contestó ella con nerviosismo.
—¿Pasa algo más? —preguntó él con un miedo creciente.
—Sí. El capitán y dos miembros de la tripulación han desaparecido y…
—¿Y?
—El petrolero ha chocado contra unas rocas y está derramando crudo por el Atlántico Sur a un ritmo de sesenta barriles por minuto.
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