viernes, 10 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 24

 


Estaba lo bastante cerca como para sentir su aliento y ver su barba, tan cerca que si sacaba la lengua podría lamerlo. Se tocó el labio con la punta de la lengua y Pedro dejó caer la manguera y la estrechó contra sí, pecho contra pecho, cadera contra cadera y labios pegados en un beso lento inicialmente, pero que bastó para que Paula supiera que aquello no acabaría hasta que lo poseyera plenamente.


Pedro alzó la cabeza y Paula sintió que le palpitaban los labios. Él volvió a besarla con lentitud, como si quisiera tomarse tiempo para decidir, pero ella no quería pensar. Lo quería a él y no estaba dispuesta a esperar.


Intentó desabrocharle la camisa, pero como estaba pegajosa y no pudo, tiró de ella hasta rasgarla y poder tocarle el pecho. Su gemido de aprobación hizo que Pedro la apretara contra sí y hundiera los dedos en su cabello a la vez que le hacía retroceder hasta que tocó la barra con la espalda. Con una de las manos le sujetó la barbilla y su besó se hizo más profundo. Paula no había imaginado que don Control pudiera dejarse llevar de aquella manera y sintió que su cuerpo se preparaba para él. Pedro pareció intuirlo, deslizó las manos hacia su cintura y, alzándola en el aire, la sentó sobre la barra y le abrió las piernas para acomodarse entre ellas. Luego posó las manos en su trasero y la deslizó hacia el borde. Paula le rodeó la cintura con las piernas.


Los besos continuaron. Paula le acarició los hombros y acabó de quitarle la camisa, pero antes de que pudiera inclinarse para mordisquearle los pezones, Pedro le levantó la falda, le soltó la cremallera y se la quitó por la cabeza a la vez que la camiseta. Quizá era un aburrido, pero don Perfecto sabía cómo desnudar a una mujer. Y para Paula, cuanto antes estuvieran desnudos, mejor.


Se quedó con las bragas, el sujetador y las botas y Pedro le acarició los muslos al tiempo que se inclinaba para besarle el cuello, la clavícula y los pezones. Paula dejó escapar el aliento. Su cuerpo se derretía y su cerebro con él.


–Sabes que no eres mi tipo –dijo.


–Ni tú el mío, pero vamos a seguir adelante. 


Paula no protestó. Tenía las bragas húmedas por un deseo acuciante. Pedro contempló sus senos con admiración.


–¿Condones? –dijo él.


–En el cuarto de baño hay una máquina –contestó ella, jadeante.


Pedro la alzó y ella apretó las piernas en su cintura mientras caminaba hacia el cuarto de baño. Delante de la máquina, sacó una moneda del bolsillo trasero, pero para meterla en la ranura tenía que soltar a Paula.


–No pienso bajarte al suelo –dijo, impulsándola hacia arriba y mordisqueándole los pezones–. Siento el calor y la humedad de tus bragas contra el estómago y no quiero perderme esa sensación.


Paula le tomó la moneda de la mano y la metió.


–¿Alguna preferencia?


En lugar de contestar, Pedro siguió succionando y mordisqueando sus senos. Paula apretó el primer botón, sacó el paquete y lo levantó en el aire con gesto triunfal y él la premió con un tórrido beso.


Él volvió hacia la sala y la recorrió hasta posar a Paula sobre la mesa de billar. Después se quitó los zapatos y dejó caer los pantalones antes de inclinarse sobre ella, que se irguió sobre los codos y observó con placer el deseo con el que él la contemplaba. Cuando se inclinó y puso su boca en la entrepierna, Paula sacudió las caderas y dio un grito sofocado. Él la miró con una sonrisa retadora y dijo:

–Espero no estar yendo demasiado deprisa.


Paula miró su hermoso rostro, enmarcado entre sus muslos, y sonrió:

–No creo que me vaya a quedar atrás.


De hecho, no iba lo bastante deprisa para su gusto. Y puesto que no le quitaba las bragas lo haría ella. Pero cuando fue a hacerlo, Pedro la detuvo.


–Me gusta abrir los regalos poco a poco.


–Yo prefiero destrozar los paquetes y sacar el juguete.


–Paula, esto no va a durar unos segundos. No es un juguete del que te vas a olvidar en cinco minutos.


–¿Eso crees? –preguntó ella, mirándolo fijamente.


–No lo creo. Lo sé.


Su seguridad en sí mismo irritó y excitó a Paula.


–Demuéstramelo.


Pedro soltó una carcajada.


–No necesito demostrarlo, entrometida. Basta con tocarte para saberlo –metió la mano por debajo del elástico de las bragas y la acarició. Paula apretó los dientes para no gemir–. ¿Lo ves?


Luego acarició con la lengua su cintura y con las manos sus senos. Fue entonces cuando Paula pensó que quizá pretendía torturarla, y eso le sirvió para dejarse llevar. Le dejaría hacer a él y luego le tocaría a ella. Y eso hizo.




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