Paula se tensó al momento e inmediatamente se puso en pie.
—Pedro…
—¿Cómo estás?
—Estoy bien, gracias. ¿Necesitas algo?
Pedro entró en su despacho y cerró la puerta.
—Necesito preguntarte por algo.
—De hecho yo también tenía que pedirte una cosa —«mantente alejado de mi hijo»—. ¿Por qué has estado hablando con Lisandro sobre el ejército?
—No lo he hecho.
—Sabe que eras soldado. Ahora quiere serlo también.
—Pues no es por mí. Y sabes que a mí no me parece una cosa tan terrible.
—¿A pesar de todo lo que has pasado?
—A pesar de eso. Pero eso no significa que hable con él del tema. Apenas puedo hablar con mi psiquiatra de ello. ¿Me imaginas descargándome con un niño de ocho años?
—A mí me hablaste del tema.
—Fue un impulso inapropiado.
—No quiero que te idolatre. Al menos no quiero que idolatre lo que eras.
—Sí, porque eso sería un crimen. Viendo que a tus ojos soy basura.
—Sabes que eso no es cierto.
—Sé que tu infancia fue difícil y entiendo que debe de haberte dejado una mala imagen del ejército, pero yo estoy muy orgulloso del trabajo que hice, de las vidas que salvé y de las cosas que cambié para mi país…
—Pedro…
—No puedo suprimir eso para ti, Paula. Es parte de lo que soy y ya estoy cansado de disculparme por ello. Soy miembro de las Fuerzas Armadas Australianas, estoy orgulloso de haber servido a mi país, orgulloso de mis acciones en los conflictos y orgulloso de pertenecer aún a los Taipán. Asúmelo.
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? ¿Nada más?
—No deberías disculparte por hacer algo en lo que crees con todo tu corazón. Son tus valores. No te pediré que lo hagas.
—Me lo pides de mil maneras distintas, Paula. Lo noto cada vez que estoy contigo.
Paula se sintió avergonzada. Así era como solía sentirse con su padre.
Tomó aire e intentó apartarse del escritorio, pero no había muchos lugares a los que ir cuando él ocupaba gran parte del diminuto despacho.
—¿Para qué querías verme? —preguntó finalmente para volver a territorio seguro.
—¿Confías en mí, Paula?
—¿Por qué?
—No me contaste lo de mi hermano.
Paula frunció el ceño y miró la pantalla de su ordenador. ¿Cómo lo sabía?
—Antes de hoy tampoco había mucho que decir —antes de recibir esa mañana el correo electrónico de su contacto en Chicago.
—¿Creías que no te creería?
—Yo… —Paula negó con la cabeza para aclararse—. Es tu hermano… Yo no quería…
—Dímelo ahora. Quiero oírlo.
Paula sacó un archivo del cajón y le pasó la primera hoja a Pedro.
—Julian nunca trabajó en el Joliet Grosvenor. No consta en los archivos de la Asociación de Hoteles de Chicago. Tendría que estar para trabajar en la recepción de un hotel importante.
—¿Qué es esto? —preguntó él con voz de hielo.
—Julian nunca trabajó…
—Ya he oído lo que has dicho. ¿Has investigado a mi hermano?
—¿Pero de qué estabas hablando tú? —preguntó ella sin entender nada.
—De que Julián se comportó de manera inapropiada en el acto benéfico. ¿Y por qué diablos estás investigando a mi hermano?
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