Cuando Paula llegó a la reunión semanal en Dalbello and Company, el jefe de personal ya estaba dando su discurso. Ella solía trabajar desde casa porque no le interesaba tener que alquilar un despacho que salía demasiado caro. Se pasaba por allí para utilizar la fotocopiadora y para ver a su mentor y amigo, Horacio Wilson, que llevaba treinta años en el negocio.
Vio a Horacio cerca del dispensador de agua fría y se acercó a él.
—¿Me he perdido algo? —le preguntó en un susurro.
—Teo dice que los precios empiezan a subir.
—Eso es una buena noticia.
Había unos treinta agentes inmobiliarios en el espacio abierto en el que se celebraban las reuniones. Detrás de ella estaban los despachos, vacíos. Y a un lado, debajo de las ventanas, dos impresoras de última tecnología. Al otro, una enorme pizarra.
Teo hizo un par de chistes, les dio su consejo semanal y luego fue a ver el motivo por el que Paula había corrido para no llegar tarde a la reunión.
—Vamos a ver las nuevas casas que hay a la venta.
Las fue presentando como si de un subastador se tratara. Y terminó:
—Y Bellamy, cuya venta lleva Paula Chaves. Su casa más importante por el momento y la principal de esta semana —dijo, girándose hacia ella—. ¡Sigue así, Paula!
Todo el mundo aplaudió y, aunque fuese un poco cursi, eso hizo que se sintiera más segura de sí misma.
Por supuesto, no compartió con el resto, que eran todos unos trepas y estaban deseando vender una casa así, que la operación pendía de un hilo.
Cuando la reunión terminó, una estilosa pelirroja se acercó a Horacio y a ella.
—Enhorabuena otra vez.
Se llamaba Diana y su felicitación fue tan falsa como su sonrisa. Era una agente inmobiliaria de mucho éxito y con fama de despiadada.
—¿Cuándo va a ser el día de puertas abiertas?
—No va a haber ningún día de puertas abiertas. El cliente ha sido tajante con eso. Hay fotografías en mi página web. Llámame si tienes algún cliente al que pueda interesarle y se la enseñaré.
—Por supuesto —respondió Diana.
Luego le hizo un par de preguntas acerca de la cocina, tomó notas y se marchó al darse cuenta de que su teléfono móvil estaba vibrando.
Cuando ya estaba lejos, Horacio comentó:
—He oído que le interesaba la venta. Tiene un contacto en el hospital que la llama cuando fallece alguien, por eso se entera siempre la primera.
—¡No me digas!
Horacio se encogió de hombros.
—Es capaz de eso y más.
Paula se alegró de que el abogado que le había pedido que se ocupase de la venta de Bellamy fuese un amigo de la familia.
—Horacio, tengo un problema. Necesito que me aconsejes.
—Por supuesto.
Le habló de Pedro y le explicó que este le había permitido seguir intentando vender la casa siempre y cuando no lo molestase.
—Estoy segura de que los MacDonald habrían hecho una oferta si no les hubiese dicho que su abuela se había muerto en aquella cama.
Horacio se tomó su tiempo antes de contestar.
—Es una buena oportunidad para ti. No quiero que la pierdas.
—Yo tampoco.
—Algunos clientes no saben ni lo que quieren. Y el tal Pedro parece ser uno de ellos. Vas a tener que manejarlo.
—¿Manejarlo? ¿Cómo?
—Paula, querida. Utiliza tu mejor arma: tu encanto.
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