lunes, 28 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 33

 


Paula aparcó delante de un antiguo palacio, uno de esos lugares en que se celebraban bodas y banquetes. Tenía un precioso jardín y muros de piedra.


–Fuera de aquí. Volveré en dos o tres horas.


Pedro la miró perplejo.


–¿En serio pensabas que iba a boicotear la boda de tu padre? –ella sonrió.


–Si no entras, yo tampoco –él no le devolvió la sonrisa.


Pedro, esto es por tu padre. Es una de esas cosas que, sencillamente, debes hacer.


–O entras o no voy.


–No puedo. No estoy invitada.


–Te estoy invitando yo –Pedro la miró con expresión imperturbable.


Pedro, no puedo ir vestida así… –respiró hondo–. Por el amor de Dios, ¡no llevo sujetador!


–Cariño, eso ya lo sé –él soltó una carcajada–. ¿Qué problema hay? En África no llevaste sujetador ni un solo día.


–Aquello era diferente. Llevaba biquini.


–De todos modos ya te has paseado por la tienda abarrotada vestida así y todo el mundo te miraba por lo excitante que resultabas. Ahora sal del coche y acabemos con todo esto.


Aquello era horrible. Se había vestido así únicamente para conseguir que acudiera a la boda, pero sin la menor intención de acompañarlo.


–Si no sales del coche ahora mismo, no respondo de mí.


A pesar del frío y miserable invierno londinense, Paula sudaba a mares.


–Ya no estamos en África, Pedro –al fin quitó la llave del contacto y se la entregó–. Vamos.


Salió del coche y se envolvió en la toquilla en un intento de cubrirse tanto los pechos como el tatuaje. Pedro caminó junto a ella, apoyando una mano en su espalda. La boda era mucho más elegante de lo que había esperado y se alegró de llevar el rostro «retocado», de los tacones y del vestido de diseño. Pero sobre todo agradeció el echarpe. La gente sonreía a Pedro y la miraba con interés cuando la presentaba como su «amiga».


–¡Cariño! –una mujer se acercó a ellos.


–Mi madre –murmuró él al oído de Paula.


¿Su madre en la boda? ¿No resultaba un poco raro?


–Hace meses que no te veía. ¿Qué has estado haciendo? Estás más delgado –la mujer miró a Paula como si ella fuera la culpable.


–Madre, te presento a Paula. Paula, ésta es mi madre, Lily.


¿De modo que aquélla era su suegra? Paula sonrió y se ajustó el echarpe. Aquello era una locura, pero los ojos de Pedro brillaban y era evidente que se divertía de lo lindo.


Pedro, serás el padrino –Lily se dirigió a su hijo.


–Otra vez –refunfuñó Pedro.


–No la fastidies –le advirtió Paula.


–No lo haré –él enarcó las cejas y sus miradas se fundieron.


–Paula –anunció la madre de Pedro con autoridad–, tú te sentarás a mi lado.


Incapaz de ignorar la orden, Paula miró a Pedro con gesto espantado que él contrarrestó con una sonrisa que le decía claramente que se lo tenía merecido.


Pero en cuanto la ceremonia comenzó, olvidó todas sus inquietudes. La novia, que tenía unos pocos años más que Pedro, llevaba un traje de pantalón blanco. Los votos fueron sencillos y las sonrisas enormes. A Paula le pareció muy dulce.


De repente vio al altísimo hombre de pie junto a su padre y que la miraba fijamente. Pedro no sonreía y en cuanto terminó la ceremonia, se acercó a ella.


–Parecen realmente felices –observó Paula en un intento de animarle.


–Sólo por un tiempo limitado.


–Qué negativo eres.


–¿Y por qué iba a durar este matrimonio más que los anteriores?


–Algunos sí que duran, Pedro –Paula se mostró irritada–. Estás tan empeñado en ponerte en lo peor que me sorprende que alguien tan competitivo sea tan derrotista.


Durante un segundo, Pedro pareció sobresaltarse, pero enseguida lo disimuló.


Bueno, aunque él no fuera a divertirse, ella estaba dispuesta a hacerlo. Miró al camarero que paseaba con una bandeja y retiró de ella una copa de champán.


–¿Aprovechándote de la bebida gratis? –Pedro al fin sonrió.


–¿No es lo que se hace en las bodas? –además no le vendría mal una ayudita artificial.


–Cierto –él optó por un vaso de zumo–, pero yo no podría con ello.


–Mejor así. Tú podrás conducir y yo podré quitarme los tacones.


–Fantástico. Puedes desinhibirte a gusto.


–¿No temes que monte un espectáculo y te avergüence? –preguntó ella con gesto travieso.


–Casi espero que lo hagas –él le recorrió el cuerpo con la mirada.


Paula aguantó durante unos segundos la embestida de calor. Volvían a flirtear peligrosamente, pero merecía la pena por ver esa sonrisa en el rostro de Pedro.


Desvió la mirada y vio a la madre de Pedro abrazar al novio y luego a su última sustituta.


–Creía que la relación entre ellos era muy mala.


–Y lo es, pero lo ocultan bajo una capa superficial de amabilidad –él la miró con sarcasmo–. Todo por mi bien, por supuesto. Jamás abrirían fuego delante del niño.


–¿Tan malo es o acaso eres tú el que se siente incómodo con la situación?


–¿A qué te refieres?


–Mira, Pedro, no te culpo por estar resentido. No te culpo por sentirte herido. Pero, ¿por qué no les das una oportunidad? Te niegas a creer en ellos, ¿verdad?


–No existe la felicidad eterna, Paula –contestó él secamente–. Ya lo han demostrado varias veces y no sé por qué se empeñan en seguir intentándolo.


Paula no pudo soportar la dureza del habitualmente atractivo rostro y desvió la mirada, encontrándose con una criatura que parecía sacada de un cuento de hadas.




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