martes, 25 de febrero de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 25




—¿Qué es esto, Nicolas? —dijo Pedro, arrojando sobre la mesa de Nicolas Kurtz la primera edición de la prensa de la mañana, sin tomarse la molestia de sentarse, pues no pensaba quedarse allí mucho tiempo—. Esto no es bueno ni para mí, ni para el programa.


El productor ejecutivo sonrió con suficiencia, sin mirar siquiera el periódico.


En los titulares, dician que no había perdido tiempo en acaparar al guapo presentador para ella sola. Publicaban incluso una foto donde se veía a Paula Chaves y a Brian Maddox en una romántica cita amorosa a la luz de las velas.


—Ten paciencia, Pedro. Esto sólo está empezando.


—Esta serie puede tener éxito por sí misma. Ya has visto lo que hemos rodado hoy. Es maravilloso —dijo Pedro—. No necesitamos esto.


—Todo necesita un cierto impulso, un empujoncito.


—Este es mi programa. Es mi concepto, mi idea. Vamos a hacer las cosas a mi manera.


Pedro, ¿no querrás ganarte una mala reputación? Sería un obstáculo para tu carrera.


—Por fortuna, soy un atleta —respondió Pedro con ironía no exenta de aspereza.


Había algo especial en la tenue sonrisa de Kurtz. Un aire como de ave rapaz que le recordaba a su padre. ¿Cuánto tiempo había estado Kurtz esperando ese momento? ¿Cuánto rencor debía de haber acumulado con su forma de actuar a lo largo de esos años?


—Tenía a ese fotógrafo preparado —dijo Pedro—. Sabía exactamente el tipo de reportaje que quería. No esto —añadió tomando de la mesa el periódico y agitándolo despectivamente en el aire.


—¿Desde cuándo los paparazzi trabajan en solitario? —le dijo Kurtz.


Había sido un segundo fotógrafo. Pedro se había encargado de mantener al primero ocupado, entreteniéndole hasta que había hecho unas cuantas fotos sin importancia y se había ido mascullando entre dientes. Pero Kurtz debía de haber imaginado que Pedro intentaría meter baza en aquel montaje sensacionalista y había contratado a un segundo fotógrafo.


—Dime dónde está el mérito en retratar a Paula como una ambiciosa, como una intrigante. ¿Qué fue de tu idea de vincular a Brian con una cara nueva, fresca e inocente?


Kurtz no respondió.


—No te importa nada la imagen que se haya podido dar de ella, ¿verdad? —añadió Pedro, pareciendo comprender en ese momento la situación—. Mientras esté en la segunda página.


—Tampoco debería importarte a ti, Pedro. Esto es una publicidad excelente, ése es el objetivo.


—Esto no tiene nada de excelente. Esto es pura prensa sensacionalista. ¿Has olvidado acaso que Paula no es la cara de Urban Nature, sino la diseñadora? La necesito por la credibilidad del programa.


—Ese es tu problema, Pedro —le dijo Kurtz con voz distante y fría—. Pareces haber olvidado que tu lealtad debe estar de un solo lado, AusOne. La cadena que te puso en el lugar que hoy ocupas.


—No habrá más publicidad amarillista relacionada con Paula Chaves y Brian Maddox —replicó Pedro.


—No te preocupes —dijo Kurtz tratando de apaciguarle—. No quieres hacerte cargo tú del asunto, bien. Tenemos especialistas para este tipo de cosas.


—Este es mi programa. Nada sucede en él sin mi autorización.


—Alfonso, tengo un presupuesto de producción de medio millón de dólares que me dice que el único y verdadero propietario del programa es la cadena.


—Y tú me pagas el cincuenta por ciento de ello para que consiga que salga lo mejor posible. Y eso no incluye desacreditar el talento de ninguna persona.


—Es cuestión de opiniones.


—Quedaría excelente tu retrato en la portada de The Standard bajo un titular como «AusOne explota al personal femenino», ¿no te parece, Nicolas?


Kurtz se puso en pie como impulsado por un resorte.


—No me amenaces, muchacho. Esta cadena la levanté yo, y romperemos contigo si es necesario.


—Me han salido callos trabajando para esta cadena. No me vengo abajo fácilmente —dijo disponiéndose a salir del despacho—. No me prestaré a este juego tuyo.


—¡No es responsabilidad tuya controlar lo que haga la cadena! —dijo Kurtz muy enojado.


Pedro se dirigió a la puerta y miró a Kurtz muy fijamente, como si intentara taladrarle con la mirada.


—Puedes hacer lo que quieras, Nicolas, yo estaré preparado.


Se dio la vuelta y salió de la oficina. Acudió a su memoria la imagen de su padre, evocando sentimientos negativos de hacía veinte años. 


Nunca había sido lo bastante bueno para él, nunca había tenido el talento suficiente. Y le consideraba demasiado parecido a su madre como para poder tolerarlo.


Su padre, un monstruo hasta las ocho de la mañana, cuando se vestía para el trabajo y salía al mundo exterior. Popular, respetado, adorado por todos. Todo un símbolo de la ciudad. Sólo había otra persona en todo Flynn's Beach que estaba al tanto del tipo de persona que era.
Jeronimo Chaves.


El hombre por el que Pedro sentía más respeto. El hombre que había compartido con él sus temores. El hombre que le había abierto su casa. El hombre que finalmente le había pedido que se fuera de ella. El hombre cuya única hija estaba él ayudando activamente a destruir.


No podía decírselo a ella. Nunca le perdonaría si descubría que había tomado parte en ello.




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