martes, 7 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 2





A su alrededor, Paula comenzó a oír un suave murmullo de voces.


Sintió que alguien, tal vez la enfermera, le pasaba un trapo fresco por la frente.


Olía el suave aroma de la lluvia y del algodón de las sábanas que la cubrían, pero mantuvo los ojos cerrados.


No quería despertarse. No quería abandonar la oscura paz del sueño, la calidez que le proporcionaban sueños que apenas recordaba y que aún la acunaban entre sus brazos. No quería regresar al vacío de una existencia de la que no tenía recuerdo alguno. No había identidad. Nada a lo que aferrarse. Aquel vacío era mucho peor que cualquier dolor.


Tres horas atrás, el médico le había dicho que estaba embarazada.


No podía recordar el hecho de haber concebido aquel hijo. Ni siquiera recordaba el rostro del padre de su hijo, aunque lo conocería aquel mismo día. Él llegaría en cualquier instante.


Se cubrió la cabeza con la almohada y apretó los ojos con fuerza. Se sentía atenazada por los nervios y el temor de encontrarse con él por primera vez, con el padre de su hijo.


¿Qué clase de hombre sería?


Oyó que la puerta se cerraba y se abría. 


Contuvo el aliento.


Entonces, alguien se sentó sobre la cama a su lado, haciendo que se inclinara hacia él sobre el colchón. Unos fuertes brazos la rodearon de repente. Sintió la calidez del cuerpo de un hombre y aspiró el masculino aroma de su colonia.


—Paula, estoy aquí —susurró una voz profunda y baja, con un exótico acento que no era capaz de identificar—. He venido a buscarte…


Una profunda excitación la recorrió de la cabeza a los pies. Respiró profundamente y apartó la almohada. Él estaba tan cerca de ella, que lo primero que vio fueron sus pómulos marcados. La oscura barba que había empezado a nacerle en la fuerte mandíbula. El color aceitunado de su piel. Entonces, cuando él se apartó de su lado, vio su rostro entero.


Era, sencillamente, arrebatador.


¿Cómo era posible que un hombre fuera a la vez tan masculino y tan hermoso?


Su cabello negro le rozaba suavemente la piel. 


Tenía el rostro de un ángel. De un guerrero. La recta nariz se le había roto, al menos, en una ocasión, a juzgar por la pequeña imperfección de su perfil.


Tenía una boca de labios carnosos y sensuales, con un gesto que revelaba una cierta arrogancia y, tal vez… crueldad.


Los ojos que la contemplaban eran tan oscuros como la noche. Bajo aquellas oscuras profundidades, le pareció ver durante un instante el fuego del odio, como si deseara que ella estuviera muerta.


Entonces, Paula parpadeó y, de repente, vio que él le sonreía con un tierno gesto de preocupación. Debía de haberse imaginado ese sentimiento tan desagradable. No era de extrañar, teniendo en cuenta lo desconcertada que se encontraba desde el accidente, un accidente que ni siquiera era capaz de recordar.


—Paula —susurró él mientras le acariciaba suavemente la mejilla—, pensé que no te iba a encontrar nunca.


El roce de sus dedos le prendía fuego a la piel. 


Se sentía ardiendo desde el rostro hasta los senos. Los pezones se le irguieron al tiempo que el vientre se le tensaba de un modo extraño. 


Respiró profundamente y examinó su rostro. 


Casi no podía creer lo que veían sus ojos.


¿Aquel… aquel hombre era su amante? No se parecía nada a lo que ella hubiera esperado.


Cuando el doctor Bartlett le dijo que su novio estaba de camino de Australia, se había imaginado un hombre de aspecto amable, cariñoso y con sentido del humor.


Un hombre sencillo, con el que pudiera compartir sus problemas mientras fregaban los platos juntos al final de un largo día. Se había imaginado una pareja. Un igual.


Nunca se habría imaginado un dios griego como el que tenía ante sus ojos, de hermosura cruel, masculino y tan poderoso que, sin duda, podría partirle el corazón en dos con tan sólo una mirada.


—¿Es que no te alegras de verme?—le preguntó él en voz baja.


Ella le miró el rostro y contuvo el aliento. No tenía ningún recuerdo de aquel hombre, ni de la dureza de sus rasgos ni de aquellos labios tan sensuales. No tenía recuerdo alguno de las intimidades propias de los amantes. ¡Nada!


Él la ayudó a levantarse. Eve se lamió los labios nerviosamente.


—Tú eres… Tú debes de ser… Pedro Alfonso… —susurró, esperando que él lo negara. 


Esperando que su novio de verdad, el del aspecto tierno y amable, entrara en aquel momento por la puerta.


—Veo que me reconoces…


—No. Dos de tus empleados… y el médico… me dijeron tu nombre. Me dijeron que venías de camino.


Él la miró, escrutándole el rostro.


—El doctor Bartlett me dijo que tenias amnesia. No me lo creí, pero es cierto, ¿verdad? No te acuerdas de mí.


—Lo siento —dijo ella, frotándose la frente—. No hago más que intentarlo, pero lo primero que recuerdo es a tu empleado, Kefalas, sacándome de mi coche. ¡Menos mal que iba en su coche detrás de mí!


—Sí, fue una suerte —dijo él—. Te van a dar el alta hoy mismo.


—¿Hoy? —Ahora mismo.


—Pero… ¡pero si sigo sin recordar nada! Esperaba que cuando te viera…


—¿Esperabas que el hecho de verme te devolviera la memoria?


Paula asintió. No había razón para sentirse desilusionada o hacer que él se sintiera peor aún de lo que ya debía sentirse. Sin embargo, no pudo evitar el nudo que se le hizo en la garganta. Efectivamente, había contado con el hecho de que, cuando viera el rostro del hombre al que amaba, el hombre que la amaba a ella, su amnesia terminaría.


A menos que no se amaran. A menos que se hubiera quedado embarazada de un hombre que era poco más que una aventura de una noche.


—Estoy segura de que debes de sentirte tan herido… —dijo ella, tratando de apartar el repentino temor que se apoderó de ella—. Me imagino cómo te debes de sentir al amar a alguien que ni siquiera se acuerda de ti.


«¿Me amas?», pensó desesperadamente, tratando de leer su rostro.


«¿Te amo yo a ti?».


—Shh, no importa —susurró él. Bajó la cabeza y la besó tiernamente en la frente. La calidez de su cercanía resultaba tan agradable como el sol de verano en un día de otoño—. No te preocupes, Paula. Con el tiempo, lo recordarás todo…


Al mirarlo de nuevo al rostro, Paula se dio cuenta de que la primera impresión que había tenido de él había sido completamente errónea. 


No era un hombre cruel.


Era amable. ¿Cómo si no se podía explicar el hecho de que se mostrara tan paciente y tan cariñoso con ella a pesar del dolor que debía de estar experimentando?


Respiró profundamente. Sería tan valiente como él lo era. Apartó las sábanas.


—Me vestiré para que podamos marcharnos.


—Espera un momento. Hay algo de lo que debemos hablar.


Paula supo inmediatamente a qué se refería. Se sentía tan vulnerable tan sólo con el camisón del hospital que volvió a cubrirse con las sábanas.


—Te lo ha dicho, ¿verdad?


—Sí.


—¿Estás contento con la noticia? —preguntó, con voz temblorosa.


Paula contuvo el aliento al ver cómo él la miraba. Cuando por fin habló, tenía la voz cargada con una emoción que ella no supo reconocer.


—Me sorprendió.


—Entonces, ¿el bebé no fue algo que planeáramos?


Él se retorció las manos y la miró.


—Nunca antes te había visto así —musitó, acariciándole el rostro con una ardiente mirada—. Sin maquillaje, sin arreglar…


—Estoy segura de que tengo un aspecto terrible…


Sin embargo, él la estrechó entre sus brazos y la miró, haciéndola temblar de nuevo.


—¿Estás contento por lo del bebé?


—Voy a cuidarte muy bien.


¿Por qué no respondía?


—No tienes por qué preocuparte. No soy una inválida. Espero que la amnesia desaparezca dentro de un par de días. El doctor Bartlett me ha hablado de un especialista…


—No necesitas otro médico —afirmó él—. Sólo tienes que venir a casa conmigo.


La estrechó con fuerza contra su pecho. Paula se sintió tan segura, tan amada, que, por primera vez desde el accidente, creyó que había encontrado su lugar en el mundo. Al lado de él.


Pedro le besó suavemente el cabello. Ella sintió la caricia de su aliento y se echó a temblar.


¿La amaba?


Le acarició suavemente la mandíbula. Notó la barba que había visto anteriormente. Su ropa estaba impecablemente planchada, lo que sugería que se había cambiado de ropa sin molestarse en afeitarse.


Había acudido corriendo desde Australia. Se había pasado toda la noche en un avión.


¿Significaba eso amor?


—¿Por qué no viniste para asistir al funeral de mi padrastro?


—Estaba ocupado en Sidney adquiriendo una nueva empresa. Créeme. Nunca habría querido estar lejos de ti tanto tiempo.


Paula sentía que había algo que él no le había dicho. ¿O acaso era consecuencia de su propia confusión? No podía estar segura.


—Pero, ¿por qué…?


—Eres tan hermosa, Paula. Temí que jamás volvería a verte…


—¿Te refieres a lo del accidente? ¿Estabas preocupado por mí? ¿Por qué nos amamos?


Él apretó la mandíbula.


—Eras virgen cuando te seduje, Pau. Nunca antes habías estado con un hombre antes de que yo te llevara a mi cama hace tres meses.


Paula se sintió aliviada. Descubrir que estaba embarazada había sido un shock. Se había preguntado por qué no estaba casada. Pero si Pedro había sido su único amante, si era virgen a la edad de veinticinco años, eso decía algo sobre su personalidad.


A pesar de todo, seguía sin estar segura de si había amor entre ellos.


Sentía que había algo que él no le decía. Algo oculto bajo sus palabras.


Sin embargo, antes de que pudiera comprender lo que su intuición le estaba diciendo. Pedro le agarró las manos y tiró de ella.


—Prepárate para marcharte —dijo él. Volvió a besarla en la sien y le acarició los brazos desnudos—. Quiero llevarte a casa.


Al sentir aquella caricia, la respiración se le aceleró. Una oleada de sensaciones le recorrió todo el cuerpo, despertando de nuevo su sensualidad. Trató de recordar qué era lo que le preocupaba, pero le resultó imposible.


—Está bien —susurró ella.


Con un gesto muy galante, él la ayudó a levantarse de la cama.


Entonces, Paula pudo comprobar que era mucho más alto que ella, mucho más poderoso. 


Además de alto, era musculoso. Al mirarlo, a Paula se le olvidó todo a excepción de su propio anhelo, el deseo y la fascinación que sentía por el misterioso ángel que estaba a su lado.


—Siento haber tardado tanto en llegar a tu lado, Paula, pero ya estoy aquí —dijo. Le besó la cabeza suavemente, estrechándola de nuevo con fuerza entre sus brazos—. Te aseguro que nunca te voy a dejar escapar




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